Pluriversidad - Edición 540 - sábado, 6, abril/ 2024 - ¡HIJUEPUTA!: HISTORIA DE UN MAESTRO QUE LLEGÓ A LA DOCENCIA POR NECESIDAD - y más temas
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¡HIJUEPUTA!: HISTORIA DE UN MAESTRO QUE LLEGÓ A LA DOCENCIA POR NECESIDAD (*)
En mis años de estudiante de secundaria y media jamás se me ocurrió ser maestro, es más, jamás se me ocurrió llegar a la universidad. La condición de pobreza de mi familia era razón suficiente para considerar una locura pensar en educación superior. La desesperanza y el prohibido soñar eran una constante. La asignatura de orientación vocacional no era más que un “relleno” en el que uno podía decir cualquier cosa para justificar una nota. Sin embargo, Dios o el destino me tenían preparada una encrucijada.
Los resultados de las pruebas ICFES, que presenté cuando terminaba el grado once, cambiaron mi vida. La directora de grupo me miraba sorprendida mientras entregaba los puntajes impresos. Finalmente, me llamó y antes de que llegará donde ella estaba, pidió a mis compañeros un aplauso para mí, debido a que había obtenido el mejor puntaje, no solo del colegio, sino del municipio y del Departamento. Wow, no lo podía creer, al recibir la hoja pude ver mi promedio: 363 puntos de 400 posibles. Al parecer ese promedio era sobresaliente, al punto que algunas empresas de la ciudad me enviaron regalos de reconocimiento el día de mi graduación.
Después de recibir el resultado de esta prueba, mis maestros no perdían cualquier ocasión para insistir con el cuento de que no fuera a perder la oportunidad de ir a la universidad, que aprovechará el hecho de poder estudiar lo que yo quisiera. Lo que ellos no tenían en cuenta era que en el municipio en el que vivíamos no había universidad y que mi familia no tenía como mandarme a estudiar a una ciudad capital. Sin embargo, ante tanta insistencia, decidí que quería ser “ingeniero industrial” no sabía que era eso, pero sonaba como algo “cachesudo” algo de la “high class”. Después del grado, alisté maleta y con unos pocos pesos en el bolsillo, dinero ahorrado de trabajar en la plaza de mercado los fines de semana, emprendí viaje a una ciudad a doce horas de mi hogar.
Nadie me esperaba allí, al llegar logré instalarme en una pieza de alquiler. Antes de ir a la universidad me vi obligado a buscar trabajo. Debido a mi falta de experiencia y a mi apariencia aun de niño, me contrataban en trabajos muy mal remunerados. Mi deseo de estudiar se vio aplazado un año porque primero era necesario sobrevivir. Cuando estaba relativamente instalado me inscribí a la carrera de ingeniería industrial en la única universidad pública que había. Ofertaron 45 cupos y quedé en el puesto 47, no logré ingresar. En ese momento pude constatar que había muchas personas con promedios en la prueba Icfes superior al mío. Me sentí devastado, sentía que había perdido el último año de mi vida.
Estaba resuelto a volver a mi pueblo, pero antes decidí contarle mi desgracia a un amigo que ya estaba en la universidad, él con una tranquilidad pasmosa me dijo: no te preocupes si no entraste a ingeniería, inscríbete a licenciatura en matemáticas, muy pocos se inscriben a esa carrera y de seguro entras. La clave es que, en el ciclo de fundamentación tanto de ingenierías como en el de matemáticas ven las mismas materias, por eso en el cuarto semestre que puedes pedir traslado de licenciatura a ingeniería te homologaran casi todo lo que has visto, así quedas en el quinto semestre de tu nueva carrera. Me pareció muy inteligente esa idea y así lo hice, ingresé a licenciatura en matemáticas y física con el firme propósito de cambiarme a industrial en el cuarto semestre.
Iniciado el cuarto semestre, mi situación económica no podía ser peor, no tenía empleo, difícilmente conseguía para un bocado de comida al día, muchas veces iba caminando a la universidad y para completar, me pidieron la habitación donde vivía porque no tenía como pagar el arriendo. En medio de tantas tragedias, un compañero de estudio me pidió que lo reemplazara como docente de matemáticas en una fundación donde él daba clases en la noche. Debo decirles que jamás pensé que llegaría el día en que por necesidad tuviese que aceptar ser profesor. Para mí era claro que estudiar licenciatura era una excusa para luego pedir traslado, pero enseñar no estaba entre mis planes.
Mi primer día de trabajo como docente fue un verdadero suplicio, al entrar al salón de clase, noté rápidamente que yo era el menor de todos, los alumnos pasaban los 20 años de edad, ninguno estaba sentado mirando el tablero, recuerdo que olía a marihuana y aún se notaban columnas de humo de cigarro cruzando el aire. Saludé: “buenas noches”, nadie contestó. Maldije en mi mente la hora en que acepté este empleo, pero recordé que necesitaba el dinero para pagar el alquiler de mi cuarto, así que decidí dar la clase al tablero, de espalda a los estudiantes. De reojo notaba que unos sacaban navajas que clavaban en el pupitre en el que tenían su mano con los dedos abiertos como apostando que no se los rebanarían, otros conversaban totalmente desentendidos de la clase y uno que otro osado fumaba en el aula. Nadie prestó atención a lo que yo hacía y a decir verdad eso a mí no me importaba, solo era cuestión de soportar quince días para recibir el primer sueldo y renunciar.
Tal cual fueron los primeros cuatro días, llegaba, saludaba, nadie contestaba, yo le daba clase al tablero y los “estudiantes” hacían lo que querían en el salón. Al llegar el primer viernes noté algo raro, al acercarme al aula había demasiado silencio, al pararme bajo el marco de la puerta observé que todos estaban sentados mirando al tablero en filas muy ordenadas, eso me pareció sospechoso. Luego dirigí la mirada a la pizarra, con sorpresa vi que se habían tomado la molestia de limpiarla por completo para escribir en letras gigantes la palabra “HIJUEPUTA” formando una diagonal que unía la parte inferior izquierda con la parte superior derecha del tablero, no había duda que ese mensaje iba dirigido a mí. Dudé en entrar al salón, presentía que podía ser víctima de una violación o de una agresión con arma blanca, como en cualquier patio de una cárcel. Mis emociones pasaban del temor a la ira, sin embargo, recordé que me iban a echar de la pieza en que vivía, que necesitaba completar la quincena y que estaba a mitad de lograrlo. Decidí entrar, saludé, nadie contestó, pero todos permanecían en silencio esperando mi reacción.
Me paré frente al tablero, no quise borrar la palabra hijueputa, escribí cuidadosamente en cada espacio que podía, hasta que sonó el timbre que anunciaba las nueve de la noche, fin de la jornada. Todos seguían a la expectativa, no pronunciaron palabra durante la clase, ninguno quería pararse del puesto hasta que yo no abandonara el salón. Rápidamente guardé mis útiles en el maletín y me apresuré a salir. Tenía el corazón a punto de estallar, había maquinado durante los últimos minutos un plan que sabía me podría traer muchos problemas. De un momento a otro la adrenalina me llevó a actuar por instinto y fue cuando regresé al aula, todos seguían allí y me siguieron con la mirada, me acerqué al tablero y a la palabra hijueputa le agregué una S al final, igual de gigante que el resto de la palabra. Dije: hasta el lunes y apenas crucé la puerta salí disparado a abordar cualquier bus que me alejara de ese lugar.
Mientras me alejaba pensaba en que no podía regresar después de haberles dicho “hijueputas”, era demasiado peligroso, y en que había perdido una semana de trabajo. Ya más tranquilo en casa y al transcurrir del fin de semana pensé con cabeza fría y me convencí de que tenía que volver a terminar la quincena. La necesidad tiene cara de perro y no podía darme el lujo de dejarme sacar de la pieza. Llegué el lunes a la fundación, al acercarme al salón de clase me angustió el hecho de que hubiese tanto silencio, al pararme bajo el marco de la puerta me esperaba un joven de pie, mientras todos permanecían en sus asientos, el joven de la puerta me dijo hola profe y me estiró su mano con los dedos cerrados en señal de saludo, yo respondí el saludo, tocando mi puño con el suyo y por primera vez me sentí observado por todos en la clase, por primera vez, los pude ver a los ojos… me paré frente a ellos y luego de una semana de haberles “dictado clase” vi la oportunidad de presentarme, les dije: “hola mi nombre es Juan Martínez, no soy de esta ciudad, vine hace tres años a estudiar, pero no ha sido fácil, vivo solo, mi situación económica es muy precaria y están a punto de echarme de donde vivo por no tener como pagar el arrendo”, el silencio se profundizó, seguro algunos se identificaron con mi realidad, otros sintieron pena de su profe y probablemente uno que otro pudo notar que los docentes somos de carne y hueso, seres humanos con realidades complejas, que no lo tenemos todo resuelto. Yo continúe: “yo necesito el dinero que me van a pagar aquí, pero no quiero sentir que no me lo merezco, permítanme hacer mi trabajo”.
Seguido a eso, cometí el error de preguntar a estos estudiantes tan particulares ¿ustedes qué quieren? …la respuesta fue inmediata: ¡una piscina!, yo quedé plot como condorito, inicialmente pensé que era una broma, pero nadie dijo nada, no se rieron. Supe entonces que esta era una petición razonable para ellos, entonces pregunté: ¿una piscina en dónde? Y todo fue claro. Ellos eran personas en proceso de resocialización que estaban internos durante el día en una finca donde intentaban desintoxicarlos de sus adicciones y en la noche los trasladaban a la fundación a terminar su bachillerato. El asunto de la piscina era que en la finca en la que los tenían internos había mucha zona verde, pero no había piscina. Algunos consideraban que era posible hacerla. Por seguirles el juego les dije: yo no sé hacer piscinas en la práctica, pero les puedo enseñar todas las matemáticas que se requieren para construirlas.
Todos se interesaron con la idea y desde esa noche abandoné el currículo impuesto, por lo pronto dejé de insistir en ensenarles casos de factorización y me dediqué a convertir la clase en un laboratorio. Cada noche era más emocionante que la anterior, comenzamos calculando la superficie de la piscina y eso dependía de la forma que querían que tuviese. Luego pasamos a calcular el volumen y la capacidad, con el volumen logramos determinar cuántos metros cúbicos de tierra había que remover y con la capacidad cuantos litros de agua iba a contener. Dedicamos algunos días a hacer cálculo de materiales, como el día que determinados el número de baldosas que se necesitaban para enchapar la piscina, todos quedaron asombrados. Las noches pasaban demasiado rápido y cada vez el interés crecía. Llevábamos un mes de trabajo y apenas iniciábamos el análisis de costos. El cambio de conducta de los estudiantes era evidente, su buen comportamiento durante el día en el internado era notorio y el trato con sus familiares los días de visita no podía ser mejor.
El atasco llegó cuando nos vimos avocados a pensar de donde sacar los recursos. Rápidamente se decidió que los mismos estudiantes y sus familiares constructores pondrían la mano de obra gratis. Para comprar los materiales se propuso hacer algunas kermes. Antes de pasar a escribir el proyecto para presentarlo a la madre superiora, quien dirigía tanto la fundación como el internado, pasamos a hacer el plano de la piscina en el terreno donde se iba a construir, para ello invertimos un tiempo prudente en aprender dibujo técnico. Cuando todo estaba listo, dos de los estudiantes representantes del curso me pidieron que los acompañara a vender la idea a hermana superiora y así lo hice. Debo decirles que al inicio a Sor Piedad todo esto le pareció un disparate, pero a medida que se respondían satisfactoriamente todas sus dudas fue concibiendo que esta idea no era tan descabellada. Citó a reunión a los familiares de los internos para contarles y comprometerlos con su apoyo, pero esa labor ya la habían adelantado los estudiantes y por supuesto que aceptaron colaborar.
Así fue que, en el último mes, entre semana era su profesor en las noches y en los fines de semana los acompañaba en el internado para ayudarlos con las kermes o con la mano de obra. Terminado ese semestre posiblemente para muchos no teníamos la súper piscina, pero si teníamos “la piscina”, su piscina, su orgullo, la causa que los comprometió con sus estudios y con su proceso de resocialización. Yo, que alguna vez había renegado de la profesión docente, ahora me sentía satisfecho con mi labor como profe, con la sensación de la labor cumplida. Tenía en ese momento que tomar la decisión de pedir traslado a ingeniería o terminar la licenciatura. Debo confesarles que me ganó la vocación de maestro, terminé la licenciatura y dediqué mi vida laboral a hacer un aprendiz, siempre preguntaba a mis estudiantes ¿ustedes que quieren hacer? Como los intereses de los chicos siempre supera lo que les ofrece la escuela terminaba respondiéndoles: yo no sé hacerlo, pero puedo aprender con ustedes, fue así que aprendí a lo largo de mi vida de maestro a hacer no solo piscinas, sino muebles para el hogar, bicicletas de bambú, bisutería y muchas cosas más.
Es complejo describir la sensación de los estudiantes cuando el maestro les dice que no sabe algo, pero es aún más complejo describir la empatía que se logra con los estudiantes cuando ellos notan que su maestro aprende con ellos. Por supuesto que orienta algunas tareas, pero no es el típico maestro conductista de la escuela tradicional que obliga a los chicos a transcribir y a memorizar. Debo decirles que ahora pensionado no imagino haber hecho otra cosa en mi vida, no cambiaría nada de lo que hice de maestro y agradezco cada día que aquellos jóvenes iniciando mi proceso como profesor me hayan colocado en el tablero la palabra “hijueputa”, eso definió en parte la ruta de mi práctica docente, si esto no hubiese pasado, no habría llegado el día en el que pude mirarlos a los ojos y decirles quien era, no me hubiese dado la oportunidad de conocerlos y preguntarles ¿ustedes que quieren?, de seguro hubiese desperdiciado mi vida como maestro dictando clase y hubiese perdido la oportunidad de aprender con ellos.
Dictar clase es sencillo, es pararse en un tablero y tratar de llevar al pie de la letra la planeacion, una planeacion que pudo haber sido hecha hace veinte años o que responde solo a los intereses de algunos tecnócratas del Ministerio de Educación. Enseñar, implica pensar, implica enseñar a pensar a los estudiantes, implica comprometer a los estudiantes con lo que aprenden y eso se logra solo cuando encuentran sentido y se identifican con lo que hacen.
Enseñar implica que los maestros consideren que las clases en la que los estudiantes disfruten, estén interesados y concentrados son posibles.
Enseñar implica creer que la escuela puede estar al servicio de la solución de algunas de las problemáticas que los estudiantes viven a diario, un aprendizaje auténtico y situado.
Enseñar implica que los maestros acepten que no lo saben todo y que pueden aprender y enseñar simultáneamente.
Enseñar implicar aceptar que “la escuela donde no se enseña nada y se aprende de todo es posible”
(*) Este Texto fue enviado a pluriVERSIDAD por Jorge Reyes Pulido - Docente universitario y escritor.
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Las impactantes últimas palabras de Stephen Hawking antes de morir que
te harán reflexionar
Historia de Enrique Luque de Gregorio
5/abril/2024
Cuando a la prematura edad de 21 años, Stephen Hawking fue
diagnosticado con esclerosis lateral amiotrófica, los médicos fueron bastante
contundentes al respecto: su esperanza de vida no sería muy larga.
De
hecho, dudaban que llegase a cumplir los 24 años. Una rotunda sentencia de
muerte a la que el joven científico se opuso durante décadas.
Muchos fueron los retos, tanto
físicos como intelectuales, a los que el genio británico se enfrentó, siendo posiblemente
el científico más mediático de la historia, quizá con el permiso del Albert Einstein. Sin embargo, su figura, que
tantas respuestas ayudó a dar a la ciencia, todavía está rodeada
de misterios. Como qué fue lo último que dijo Stephen Hawking antes de morir.
Una vida llena de
acontecimientos
Stephen Hawking logró burlar a
la muerte muchísimo más tiempo de lo que estaba previsto. Y mientras tuvo
ánimo, a pesar de lo mermado de su fisionomía, para afrontar muchos de los
grandes interrogantes del cosmos. Fruto de su constante y exhaustivo trabajo, logró
publicar “Breve historia del tiempo” en 1988. Otra proeza que demostró que un
libro de divulgación científica podía ser un éxito de ventas.
De hecho, por mucho que la
peculiar condición de Hawking ayudara en cierta manera en popularizar su figura
en todo el mundo (con incluso participación en series televisivas como Los
Simpson o Futurama, o programas especializados), sin duda fueron sus
investigaciones las que marcaron su camino a la fama. Ningún experto suele
tener dudas de lo que aportó a la ciencia.
Hawking desarrolló una teoría
revolucionaria que explicaba cómo los agujeros negros emiten radiación térmica, lo que se conoce como radiación de Hawking. Esta
teoría combinó la relatividad general de Einstein con los principios de la
mecánica cuántica, y tuvo un profundo impacto en nuestra comprensión de la
física de los agujeros negros y el universo en general.
Su enorme fama no solo provocó
que mucha gente atendiera a cada una de sus limitadas entrevista (por razones
obvias) con suma atención; incluso tras su fallecimiento el pasado 14
de marzo de 2018, el científico sigue siendo estudiado con la misma admiración.
Mucha gente hasta se pregunta cuáles fueron sus últimas palabras antes de su muerte.
Las últimas palabras de Stephen
Hawking
Sin embargo, su hija, Lucy, ha aportado algo de información al
respecto. Lo hizo mediante el libro póstumo “Breves respuestas a grandes
preguntas”. Según el mismo, Hawking
dejaría una última cita para la posteridad, entre muchas otras: “no hay Dios, nadie dirige el
universo”.
Una razonada afirmación que pone de manifiesto la naturaleza atea del científico, que, no obstante, en alguna otra ocasión se refirió a las leyes de la ciencia como lo más parecido a la divinidad. Ese era al menos su pensamiento.
Y si para
algo tuvo tiempo Hawking durante su vida fue precisamente para hacer aquello
que mejor se le daba: pensar.
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Entre los Rolex, la escatología y los presidentes vitalicios
Julio Londoño Paredes (*)
Durante la Semana Santa una nueva crisis política se presentó en el Perú, generada esta vez por las acusaciones a la presidenta Boluarte por poseer varios relojes Rolex, que con el sueldo que antes devengaba como ministra y con el que actualmente percibe como presidenta no hubiera podido adquirir. Tal vez la banda colombiana de “Los Rolex”, que sigue muy campante asaltando en Bogotá pudiera dar un concepto técnico al respecto.
Se comenta incluso que algunos grupos políticos podrían intentar una declaratoria de vacancia de la presidencia del Perú, que en seis años ha tenido seis presidentes. En medio de la crisis, nuevamente todos miran hacia los militares que son los árbitros de la política peruana. La aparición de la presidenta Boluarte en una ceremonia, acompañada por el alto mando militar, se ha interpretado como un apoyo tácito a ella, que debería terminar su mandato en el 2026.
La Semana de Pasión estuvo animada, no solamente por las procesiones en Popayán y Pamplona, sino por la crisis con Argentina que por poco conduce al rompimiento de relaciones entre los dos países, a raíz de una ofensiva declaración de Milei contra Petro, en retaliación por otra que nuestro presidente había dado cuando Milei era candidato. Finalmente, la situación fue conjurada por un comunicado conjunto de ambas cancillerías.
Ese hecho hizo olvidar que, simultáneamente, hubo una pugnaz y grosera intervención del presidente de la asamblea de Venezuela, Jorge Rodríguez, mano izquierda de Maduro (no la derecha, porque ésta es el general Padrino López), en la que no solamente se fue contra el gobierno de Colombia, sino que ofendió al país. Fue una reacción al comunicado expedido por la cancillería colombiana por el marginamiento de Corina Machado del proceso electoral venezolano.
Parece ser que Maduro y Rodríguez se han acostumbrado a convivir entre excrementos ya que con frecuencia utilizan públicamente términos escatológicos para referirse a nuestro país y a algunos colombianos, siempre y cuando no pertenezcan a uno de los grupos armados que tienen sucursal en Venezuela.
Para completar Noticias Caracol publicó un informe periodístico afirmando que Venezuela ha utilizado organizaciones criminales en Colombia para “cazar” opositores al régimen madurista. Igualmente, que ha utilizado procedimientos similares en Chile, al estilo de Putin y de Kim Jong-un el “gran líder” de Corea del Norte. Pero no hay que preocuparse, el martes fuentes diplomáticas afirmaron que entre Venezuela y Colombia “todo es afecto”. ¡Qué maravilla!
Aunque Petro siguió inicialmente la línea del comunicado de cancillería por la exclusión de Corina Machado, posteriormente el ministro Murillo eludió cualquier crítica al respecto.
Maduro proyecta quedarse en el poder al menos hasta el 2030 y si puede hasta el 2036, aunque ya ha gobernado por 18 años. Evo Morales ante eso, no se quedó atrás y anunció que se presentará nuevamente a elecciones para presidente de Bolivia en el período 2025-2030 y posiblemente 5 años más hasta el 2035. No obstante que ya gobernó a Bolivia durante 13 años.
En esas condiciones, la mejor alternativa tanto para Maduro, como para Evo Morales podría ser que los elijan de una vez por todas “Presidentes Vitalicios”, como sucedió con el dictador François Duvalier y su hijo Jean Claude en Haití. Resultaría más barato porque no hay que hacer elecciones.
El problema sería que de pronto, otros les sigan el ejemplo…
(*) Excanciller
y exembajador de Colombia. Decano de la facultad de estudios internacionales políticos y urbanos de la universidad del Rosario.
Fuentes: El autor y https://www.semana.com/opinion/articulo/entre-los-rolex-la-escatologia-y-los-presidentes-vitalicios/202449/ SEMANA - abril 5, 2024
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Imagen en (412) Pinterest
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