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El experimento japonés: bienestar y felicidad en una era de decrecimiento

¿Se puede ser feliz en una sociedad decrecentista sostenible?

Publicado por 

Álvaro Bayón Biólogo y divulgador científico

Creado:05.03.2024 | 21:30

Actualizado:05.03.2024 | 21:30

Desde las primeras predicciones precisas sobre el cambio climático, han corrido ríos de tinta sobre qué hacer para frenar su avance y mitigar su impacto. Las conferencias sucesivas de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, que se celebran cada año, desde 1995 y de forma ininterrumpida, con la única excepción del pandémico 2020, han puesto muchísimos datos sobre la mesa, pero lamentablemente, los alardes de buenas intenciones han ido acompañados, en su mayor parte, de escasas acciones reales, e incluso nulas.

Fumio Kishida, primer ministro
de Japón durante la conferencia COP26 en Glasgow, en 2021. — (CC) Oficina del
Primer Ministro de Japón / Wikimedia

Cuando la mayoría de las acciones son insuficientes

La mayoría de las propuestas que se han defendido desde las instancias gubernamentales han sido, en el mejor de los casos, tibias, y las acciones reales han encontrado la oposición frontal de grandes empresas y grupos de presión que, frecuentemente vestidos de verde, con el famoso greenwashing, lo máximo que han permitido es apelar a un tecnooptimismo supersticioso e ingenuo y a un retardismo en la puesta en marcha de acciones.

Frente a esta perspectiva, no son pocos los grupos de investigación que defienden la necesidad de acciones que reduzcan las emisiones de gases de efecto invernadero y otros impactos asociados al antropoceno, de forma inmediata, global y absoluta. Lamentablemente, el crecimiento económico está ineludiblemente acoplado a estas emisiones. Puede no estarlo localmente; algunos países logran mejorar su economía, a la vez que reducen sus emisiones. Pero cuando esto sucede, es a costa de importaciones o externalización de actividades industriales, fomentando que más emisiones sean generadas en otros lugares.

Según refleja un informe demoledor, publicado en 2019, y dirigido por el investigador Timothée Parrique, de la Universidad de Estocolmo, Suecia, el desacoplamiento entre crecimiento económico e impacto ambiental es una quimera irrealizable —el informe lo compara gráficamente con el monstruo del lago Ness—. Como conclusión, se deduce que una de las mejores formas de reducir las emisiones e impactos antrópicos sobre el medioambiente es el decrecimiento económico.

El decrecimiento puede funcionar

La perspectiva del recentismo’, defendida entre otros por el antropólogo suazi afincado en España Jason Hickel, de la Universidad Autónoma de Barcelona, se define como una estrategia de carácter económico y social que propone reducir, de forma intencionada, planificada y controlada, el uso de los recursos naturales y la producción masiva de bienes y servicios, con el fin de lograr una mayor sostenibilidad ambiental, a la vez que se mejora el bienestar humano y se reduce la desigualdad.

Con este planteamiento, el decrecentismo puede parecer utópico. Sin embargo, tal y como muestran las publicaciones científicas, el decrecimiento puede funcionar. Enfocándose en reorientar las economías en satisfacer las necesidades básicas y mejorar la calidad de vida, esta perspectiva desafía el paradigma capitalista imperante y propone dejar de medir la prosperidad en términos de producto interior bruto y comenzar a hacerlo en términos de bienestar social y ambiental.

Sin embargo, surgen interrogantes sobre la viabilidad del enfoque basado en el bienestar colectivo, especialmente bajo la suposición de que menores estándares económicos derivarían en una disminución de la felicidad y el bienestar individual.

Desigualdad en las emisiones
de gases de efecto invernadero; emisiones medias anuales per cápita. — The
World Inequality Report 2022

Decrecimiento y felicidad: el ejemplo de Japón

Buscando dar respuesta a estos interrogantes, los investigadores Jeremy Rappleye y Yukiko Uchida, de la Universidad de Kyoto en Japón, bajo la supervisión del profesor Hikari Komatsu, de la Universidad Nacional de Taiwan, se pusieron manos a la obra mediante la comprobación más directa y clara que se puede concebir: la perspectiva empírica.

El Japón de la segunda mitad del siglo XX era próspero y su crecimiento económico, desde que terminó la guerra, era relativamente constante. Pero desde 1995, el mantenimiento en los precios y el aumento de los costes de seguridad social levó a la disminución tanto en los ingresos como en los gastos de los hogares. Un estancamiento económico que se mantiene desde hace casi tres décadas.

La investigación llevada a cabo por Komatsu y sus colaboradores se centra, así, en el caso de Japón para examinar empíricamente el debate teórico sobre el decrecimiento como una opción viable para lograr la sostenibilidad.

La investigación se realizó a través de encuestas sobre la satisfacción con la vida, la felicidad y otros indicadores de bienestar subjetivo, mostrando una recuperación y mejora en la percepción del bienestar personal.

El decrecimiento, bien llevado, muestra un aumento de la felicidad de la población, aunque también un cambio en la concepción de bienestar — Jess Foami / Pixabay

Los datos obtenidos y publicados en la revista científica Futures, revelan que aunque inicialmente el bienestar subjetivo experimentó un declive con la caída de los estándares económicos, esta tendencia se revirtió con el tiempo, incluso en ausencia de recuperación económica. Estos resultados indican que la relación entre el crecimiento económico y la felicidad y el bienestar es más compleja de lo previamente asumido.

Un hallazgo que refuerza la premisa de que las políticas de decrecimiento pueden tener beneficios ambientales y también sociales, como la reducción de la desigualdad de ingresos y la disminución del desempleo. Estas conclusiones desafían frontalmente la suposición de que el decrecimiento conduce inevitablemente a tasas más bajas de felicidad y bienestar.

Los cambios en la concepción del bienestar

El estudio arroja una conclusión más, de gran interés. Y es que la noción de bienestar y felicidad no es la misma a lo largo del tiempo. Hay un proceso de cambio en la forma de percibir la felicidad, desde un enfoque basado en logros individuales y materialistas, hacia la valoración de las relaciones sociales y la satisfacción no material.

Durante el siglo XX se medía el bienestar subjetivo según el logro individual y el estatus, considerando exclusivamente el beneficio propio y sin tener en cuenta lo colectivo o lo social. Sin embargo, a raíz de estas condiciones tan particulares de las últimas décadas, ha habido un cambio hacia la satisfacción de hacer cosas por los demás, y un incremento muy importante en la preferencia por ayudar a otros.

El decrecimiento permite ayudar al medioambiente, mientras nos ayudamos entre nosotros — Shameer Pk / Pixabay

Este cambio respecto a lo que proporciona bienestar se refleja en las preferencias individuales y queda patente en el comportamiento y las actitudes hacia el consumo y el estilo de vida, especialmente entre las generaciones más jóvenes. Las personas que no recuerdan o que aún no habían nacido en el tiempo de las altas tasas de crecimiento económico y los patrones de vida generados por la riqueza de la década de 1980, se declaran significativamente más satisfechas que las generaciones anteriores.

Este cambio en la concepción del bienestar y la satisfacción con la vida sugiere una revaluación de lo que se considera importante para la felicidad, alejándose de los valores materialistas hacia una mayor aprecio por las relaciones interpersonales y el bienestar colectivo. Este ajuste en la valoración del bienestar contribuye a la resiliencia del bienestar subjetivo de Japón frente a los desafíos económicos, y sugiere caminos alternativos hacia la felicidad en un contexto de decrecimiento. Demostrando que otro modelo, que priorice el bienestar social y ambiental, por encima del crecimiento económico, es posible.

Referencias:


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Sin la sombrilla americana

Eduardo Barajas Sandoval (*)

 Uno de los resultados más significativos de la Segunda Guerra Mundial fue, de hecho y en derecho,  la alianza política y militar entre la Europa occidental y los Estados Unidos.

La solidez de esa alianza permitió resistir los embates retóricos y el juego de “danza de dragones de papel” con el bloque soviético durante la Guerra Fría. La amenaza soviética obligaba a la cercanía, la solidaridad y la prudencia en el trámite de unas relaciones amistosas dentro del bloque occidental, bajo la protección y la primacía de los Estados Unidos, que también requerían del apoyo de potencias europeas con bombas atómicas y sillas en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas.

Confiados en la protección americana, y por razones internas, no todos los socios de la alianza atlántica han cumplido cabalmente con el compromiso de realizar las apropiaciones presupuestales debidas dentro del acuerdo. Por su parte, ante la necesidad de ejercer como superpotencia, los Estados Unidos no pasaban de reclamar cordialmente por el pago de las cuotas, mientras proveían, negocio de por medio claro está, de equipamiento militar salido de su industria, a socios cumplidores lo mismo que a los morosos.

Tres hechos vinieron a cambiarlo todo. Primero, el desvanecimiento de la Unión Soviética, contraparte y razón de fondo de la solidez obligada de la alianza atlántica. Segundo, el ingreso a la OTAN de países provenientes del antiguo bloque soviético, o del experimento comunista. Y tercero, la llegada al poder, en Estados Unidos, del más políticamente inexperto presidente, para quien la geopolítica es figura ajena y abstracta, y las relaciones internacionales lo más parecido a cualquier negocio en el que manda el que ponga más plata y tiene voz el que cumpla con su cuota.

Además, la agresión de Rusia a Ucrania, bajo la lógica de otro peculiar jefe político, que hizo tránsito de espía a estadista, ha puesto a la OTAN en aprietos, pues uno de los motivos fundamentales del ataque fue precisamente, desde la perspectiva rusa, contener el avance de la Alianza Atlántica, a la que ya se habían vinculado los países que habían formado ese “cojín” de seguridad que Stalin logró armar para protegerse de la posible agresión de Occidente.

En un mundo que permite convertir en noticia las amenazas calculadamente proferidas por cualquier experto en tormentas mediáticas, el ya mencionado expresidente y especulador inmobiliario, puso al mundo, y en especial a los europeos, en estado de alerta. Aunque no es seguro que el personaje llegue a la Casa Blanca, el solo hecho de que un posible presidente de esa potencia amenace con acciones dramáticas a los amigos de su país produce efectos importantes.

La gravedad de la amenaza podría disminuir por haber sido hecha al calor de una campaña, delante de electores ávidos de afirmaciones truculentas. No obstante, no deja de ser grave el anuncio de que, en caso de ser presidente, Donald Trump le diría a cualquier aliado que no haya cumplido sus obligaciones con la OTAN y sea invadido: “¿Es usted delincuente? Yo no lo protegeré. De hecho, animaría a los invasores a hacer lo que quisieran”.

Ese anuncio, bajo las circunstancias actuales, se suma al deterioro de la posición de Ucrania en el contexto de la guerra, y a la consecuente ventaja que poco a poco va ganando Rusia en su aventura expansiva. Con el ítem adicional de la actuación restrictiva de la ayuda a Ucrania por los republicanos en el Congreso de los Estados Unidos, que puede ser indicio de un cambio de compromiso futuro con la defensa de Europa.

Las circunstancias imponen a los europeos la obligación de pensar cómo podrían llegar a manejar su seguridad ante la ausencia de protección americana. Deber de los gobernantes actuales, dentro de los cuales destacan los de los países bálticos, que saben muy bien lo que les puede llegar dentro del ánimo de recuperación de territorios de influencia que busca un caudillo con todas las de la ley, que se cree invitado por la historia para cumplir el designio de “hacer grande a Rusia otra vez”.

El compromiso, reiterado por Alemania, Francia y Gran Bretaña, de ayudar a Ucrania hasta donde sea necesario, implica un reto mayor, que tiene ya el carácter de obligación contraída. Salvo que al interior de esos países se abran paso movimientos nacionalistas, réplicas del “trump – populismo”, que convenzan a los electores de favorecer el abandono de la causa ucraniana.

La atención adecuada de la situación que se plantea requiere de acciones en el campo estratégico y también en el político, en el económico y en el social. Todo lo cual converge, inevitablemente, en la campaña, y sobre todo en los resultados, de las elecciones europeas de junio de 2024.

En materia estratégica y militar, los europeos parecen estar en la tarea de echarle cabeza a la forma como se podrían defender sin la sombrilla americana. No les gustaría vivir las sorpresas desagradables que ya han causado tanta desolación en ese continente cuyo mapa no para de moverse. Tienen el desafío de producir más e invertir en cadenas más amplias de producción de armas y municiones. Asunto que implica complejos acuerdos de reparto y fortalecimiento de la capacidad de su propia industria militar, así como el relleno de deficiencias que no son fáciles de solucionar en el corto plazo.

La complejidad de reto es mayor si se tiene en cuenta que no se trata solamente de producir más armas y darle a Ucrania cómo defenderse. Se requieren acuerdos que consoliden un alto grado de autonomía y refinamiento estratégicos, una adecuada organización y un mando de fuerzas conforme a patrones armónicos, así como la ubicación adecuada de tropas y elementos de seguridad que tengan como escenario todo el espacio europeo.  Y, por encima de todo, se requiere, como en otros muchos aspectos de la vida continental, un liderazgo que por ahora se ve difuso, justo cuando no se ha llenado el vacío que dejó la canciller alemana Ángela Merkel.

Las elecciones de junio serán la prueba máxima de atención a la necesidad de darle solidez política e institucional, sobre bases democráticas, a la seguridad europea, sin depositar toda la confianza en los Estados Unidos. Circunstancia que exige el protagonismo de actores creíbles y la propuesta de programas confiables, que permitan contar con una mayoría en el Parlamento Europeo, que sea consecuente con los propósitos hasta ahora enunciados.

Los partidos políticos tienen en sus manos el trámite de buena parte de la discusión, mientras los gobernantes de ocupan de planear el futuro en cuanto les corresponde. Katarina Barley, cabeza de lista de los socialdemócratas alemanes para las elecciones de junio, plantea la necesidad de ofrecer a los ciudadanos una plataforma de acción que, al tiempo que refuerce la vigencia del estado de derecho, garantice un nivel de bienestar que evite el avance del populismo de derecha, que a nombre del nacionalismo, podría minar los cimientos mismos de la Unión Europea. Sobre esa base, dice Barley, Europa unida podrá además actuar en defensa de Ucrania y también atender otras obligaciones en favor de la democracia en diferentes escenarios del mundo.

Si los europeos consiguen un buen porcentaje de todos estos propósitos, no solamente podrán consolidar un esquema de seguridad perdurable, que dependa altamente de ellos mismos, sino que dependerán cada vez menos de los Estados Unidos.  Con lo cual se verá, de hecho, disminuida la indispensabilidad de la sombrilla americana, y perderá, en esa materia, contenido el famoso y hasta ahora inexplicado propósito trumpista de hacer a América grande otra vez.

Categorias ; relaciones internacionales; posconflicto; guerra fría; imágen; reputración

(*) Exembajador de Colombia. Director y moderador del Observatorio de actualidad Internacional de la U. del Rosario. Exrector Universitario. Decano y docente titular en U. del Rosario. Analista y escritor sobre temas de Relaciones internacionales, gobernanza y geopolítica.


Fuentes: El autor y Sin la sombrilla americana | Blogs El Espectador

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¿Por qué se parece Boyacá a Suiza, Noruega y Dinamarca? (*)

5/marzo/2024

El departamento sigue siendo uno de los más seguros del país, con municipios en los que no hay homicidios desde hace más de 20 años. Carlos Amaya, gobernador de Boyacá, aseguró que esto es un impulso para la inversión y el turismo.

En el sector agropecuario y rural sigue estando la mayor posibilidad de desarrollo de Boyacá. Por eso, hacia allá está orientado el segundo periodo de Carlos Amaya al frente de la gobernación del departamento. Adicionalmente, Amaya tiene previsto iniciar grandes proyectos como el tren de mediana velocidad, el centro de ciencia, el centro logístico y de transformación de Duitama, y el aeropuerto de carga de Sogamoso.

“Los vamos a empezar a planear y organizar, y van a quedar en el Plan de Desarrollo”, advirtió.

Carlos Amaya, gobernador de Boyacá.© Proporcionado por Semana Colombia

¿En qué concentrará esfuerzos y recursos durante este primer año de gobierno?

 CARLOS AMAYA: Tiene que ver con mi esencia, mi historia de vida, la vocación de Boyacá y la reciente elección. Nací en una familia campesina y crecí viendo los abandonos del Estado colombiano a la población campesina. De hecho, me tocó ser testigo de la quiebra de mi abuelo a principios de los noventa, quien después de la apertura económica de César Gaviria quedó sin cómo volver a sembrar cebada de trigo de maíz. De primera mano, conozco la realidad de los productores. Para mí son muy importantes sus valores, las dificultades, lo que en general viven los campesinos cotidianamente en Boyacá.

¿Cuáles son sus mayores dificultades?

C.A.: Se les presentan problemas serios cuando se trata de pedir un crédito, la falsa tradición, la titulación de tierras y la falta de apoyo en la comercialización, en las vías, los distritos de riego, acueductos y la vivienda rural.

¿Hacia dónde estarán dirigidas las inversiones?

C.A.: En este primer año, el 80 % de la inversión disponible del departamento se va a dirigir hacia el sector rural, visto no solo como sector agropecuario, sino como la posibilidad que tiene de generar un bienestar campesino, mejores condiciones de vida, disminuir los índices de pobreza y fomentar un desarrollo en los servicios públicos.

¿Qué proyectos se van a priorizar para lograr todo esto?

C.A.: La construcción de placa huellas, distritos de riego, acueductos, un gran programa de vivienda rural y maquinaria verde, además del impulso a la asociatividad de los campesinos, a la gasificación rural, que es muy importante, a electrificación rural, la iluminación de sectores rurales, de centros poblados o inspecciones de Policía, que nos permitan potenciar el renglón económico que tiene que ver con la ruralidad. Considero importante aclarar que, con todo esto, buscamos el beneficio no solo de la producción de comida en el departamento, también del turismo y el ecoturismo, otro renglón económico relevante.

El 80 % de la inversión disponible del departamento se va a dirigir al sector rural.© Proporcionado por Semana Colombia

¿Cuáles son los mayores retos que enfrenta en este segundo periodo como gobernador?

C.A.: Según encuestas, en Bogotá podría haber más de 2.5 millones de personas que tienen relación directa con Boyacá. Esa población quisiera vivir en Boyacá, pero aquí no hay empleo. Este es un departamento que tiene mucho talento humano, personas con altas capacidades. Por eso los boyacenses son bastante apetecidos como mano de obra en todo el país, entonces necesitamos mejorar el empleo, crear oportunidades para que ese talento bien preparado se quede o retorne.

¿Cómo piensa hacerlo?

C.A.: Uno de los grandes problemas de la política boyacense es que el mayor empleador de Boyacá es el sector público, y eso en cualquier sociedad es una equivocación. Por eso, la respuesta es aumentar la productividad y la presencia de empresas, para generar más empleo de calidad y formal, y estimular la generación de riqueza.

La articulación con el sector privado es fundamental…

C.A.: Una de las cosas más importantes que hice en la campaña presidencial, además de haber sacado una votación crucial, es estar en el radar del empresariado colombiano. Por ejemplo, le hablé a Carlos Enrique Cavelier, presidente de Alquería, sobre la necesidad de construir una planta pulverizadora de leche.

Una de las grandes necesidades de Boyacá es la construcción de una planta pulverizadora de leche.© Proporcionado por Semana Colombia

Cuando hay sobreproducción y escasa demanda, la leche se pierde. En muchos casos, los campesinos tienen que botarla. Si logramos pulverizar esa leche, podríamos estabilizar el precio y garantizar que siempre se esté comprando. Ese es un proyecto que quisiera sacar adelante.

También hablé con Bavaria para decirles que vamos a sembrar cebada. En dos o tres años podrán ver los campos doraditos, listos para atender la demanda; como dice su presidente, Sergio Rincón, podrá tomarse una cerveza con cebada boyacense. ¿Cuánto le vale a Bavaria el transporte para traer cebada de Canadá o de Argentina? Un montón de plata, y estamos seguros de que estarán mucho más felices de poder comprarla acá. Además, tengo una cita con la organización Ardila Lülle para manifestarle nuestro deseo de tener plantas de producción de jugo. En Boyacá tenemos mucha fruta y un exceso de producción.

Venta tradicional de frutas en las carreteras del departamento de Boyacá.© Proporcionado por Semana Colombia

¿Por qué Boyacá es un lugar atractivo para invertir?

C.A.: En Boyacá estamos listos para construir todas las condiciones necesarias para que los empresarios puedan invertir y se sientan tranquilos de que sus inversiones van a estar en un lugar seguro. Acá no estamos con la idea de radicalizar, ni de pelear, ni de polarizar el país, sino de construir. Acá el sector privado no es un enemigo, por el contrario, es un gran aliado para la generación de riqueza. Tenemos talento humano capacitado, servicios públicos y materia prima, y un ecosistema empresarial disponible para que puedan hacer un relacionamiento, anclaje y encadenamiento productivo que permita que también los pequeños productores puedan ganar.

¿Cómo atraer más empresas para garantizar ese crecimiento económico?

C.A.: Durante mi primera gestión (2015-2019), llegó una exportadora de uchuvas a Boyacá, a la que ayudamos con beneficios tributarios. Hoy, la empresa, que opera en el Parque Industrial de Tunja, exporta 100 toneladas mensualmente y les compra directamente a los productores; incluso, está pensando en darles un salario mensual con todas las prestaciones a los campesinos. Sin duda, el renglón económico con mayores posibilidades para disminuir la pobreza es el sector agropecuario. También es fundamental poder organizar el territorio, para desarrollar el turismo y generar los ingresos que el departamento necesita para crecer económicamente.

La seguridad es importantísima para atraer inversión al departamento. ¿Boyacá sigue siendo el departamento más seguro de Colombia?

C.A.: Sí, todavía conservamos ese honroso reconocimiento. Aquí hay municipios donde, desde hace 20 años, no se reporta un homicidio. Los indicadores a nivel departamental son comparables a Dinamarca, Noruega o Suiza. Sin embargo, hay que reconocer que hemos venido teniendo en los últimos años un deterioro en la seguridad. Desde ya estamos trabajando y tomando decisiones en este sentido, para articularnos con la fuerza pública, los alcaldes y hacer consejos de seguridad permanentes.

Usted creció en una zona de influencia minera. ¿Cómo está el sector en este momento en el departamento?

C.A.: Lo primero que voy a decir es que yo soy un defensor de la minería. Podría sonar mal de alguien que viene del Partido Verde, pero yo tengo que ser coherente con la comunidad del departamento de Boyacá, que depende en gran parte del sector. Hoy, 35 municipios boyacenses dependen de manera directa de la minería; sin minería, no tendrían manera de existir. Así que hay que defenderla, por supuesto, una minería bien hecha, que no se haga en páramos o acuíferos.

Se estima que 35 municipios boyacenses dependen directamente de la minería.© Proporcionado por Semana Colombia

¿Cuál es su posición sobre la transición energética que propone el Gobierno?

C.A.: Estoy de acuerdo con la transición energética, pero planificada por lo menos a 20 años. Estamos exportando carbón y hay que aprovechar esa renta para poder hacer un tránsito hacia exportar alimentos, por ejemplo, sustituir economías por turismo, por agricultura. Hacía allí es donde creo que tenemos que enfocar la discusión. Muchos mineros me dicen que no puede ser que los traten como narcotraficantes, y efectivamente tengo que decir que aquí hay una actividad legal, legítima, que es de tradición y que debe ser respetada, que hoy nos genera rentabilidad, que puede ser utilizada para sustituir la economía en el futuro.

(*) Fuente: ¿Por qué se parece Boyacá a Suiza, Noruega y Dinamarca? (msn.com)

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Comentarios

  1. ¿A quien le gustó algún tema de esta publicación? (hac)

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  2. Una vez más, FELICITACIONES! SIEMPRE SON EDICIONES DE ALTA CALIDAD. eNHORABUENA..

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    Respuestas
    1. Muchas por su saludo y sostenida animación. Saludo cordial.
      (hac)

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    2. Agregó: Muchas gracias …,,

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