PluriVERSIDAD - Edición 517 - 17, enero 2024 - La sociología pragmática del conflicto en la tarea colectiva por lograr el bienestar de la fauna humana - y más temas en nuestra pluriVERSIDAD

 

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La sociología pragmática del conflicto en la tarea colectiva por lograr el bienestar de la fauna humana

 

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Hugo Arias - IA-PGV-ChatPGT

La sociología pragmática del conflicto, si  se centra objetivamente  en la comprensión y gestión efectiva de las tensiones sociales, puede contribuir al bienestar de la fauna humana al abordar conflictos y gestionar soluciones de manera incluyente y constructiva. A través de la resolución de diferencia y disputas, promoción de la justicia social y mejora de la cohesión y convivencia comunitarias, esta perspectiva sociológica puede tener un impacto positivo y concreto en diversos aspectos de la vida humana.

En primer lugar, la sociología pragmática del conflicto busca comprender las raíces y dinámicas de las tensiones sociales. Al analizar las causas subyacentes de los conflictos, se puede desarrollar una comprensión más profunda de las necesidades y preocupaciones de las comunidades. Este enfoque puede facilitar la identificación de soluciones que aborden de manera efectiva las causas fundamentales de los problemas, promoviendo así un entorno justificado de convivencia social.

La resolución de conflictos es otro aspecto crucial de la sociología pragmática. Al aplicar métodos y estrategias efectivas de mediación, se puede trabajar hacia la reconciliación y el entendimiento mutuo. Esto no solo contribuye a la reducción de tensiones, sino que también crea un ambiente propicio para la colaboración y el bienestar colectivo.

Además, la promoción de la justicia social es un componente esencial de la sociología pragmática del conflicto. Abogar seriamente por la equidad y la igualdad de deberes y derechos puede mejorar significativamente la calidad de vida de la fauna humana al garantizar que todos los miembros de la sociedad tengan acceso a recursos y oportunidades de manera justa. Esto no solo aborda las desigualdades existentes, sino que también previene la aparición de futuros conflictos derivados de la injusticia social.

La cohesión comunitaria es otra área en la que la sociología pragmática del conflicto puede influir positivamente. Al fomentar la colaboración y la solidaridad dentro de las comunidades, se construyen relaciones más fuertes y se establece un sentido de pertenencia. Este fortalecimiento de los lazos sociales puede conducir a una mayor estabilidad emocional y mental, contribuyendo a la convivencia dignificante que conduzca al bienestar general de la fauna humana.

En conclusión, la sociología pragmática del conflicto puede, de hecho, llevar al bienestar de la fauna humana al abordar de manera efectiva las tensiones sociales, resolver conflictos de manera constructiva, promover la justicia social y fortalecer la convivencia y la cohesión comunitarias. Al aplicar estos principios, se puede aspirar a una sociedad más equitativa, en convivencia dignificante y conectada, contribuyendo así al bienestar general de la humanidad.

Referencias de consulta respaldan la importancia de estos enfoques. El trabajo de Johan Galtung sobre la resolución de conflictos y la construcción de la paz proporciona una base teórica sólida para la sociología pragmática. Además, las obras de Pierre Bourdieu sobre la estructura social y la reproducción de desigualdades son relevantes para comprender las dinámicas subyacentes que generan conflictos.

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Macronismo y anacronismo

 

Eduardo Barajas Sandoval (*)

 Charles de Gaulle consiguió que los franceses adoptaran una república hecha a su medida, que él mismo identificaba con la del país, con un presidente estadista, elevado, estratega mayor, símbolo de la nación, supremo conductor, inspirador y proveedor del contenido del espíritu republicano. Personaje olímpico que tendría un primer ministro ejecutor, cuya designación estaría condicionada por la composición de la Asamblea Nacional, reflejo de la voluntad política, desmenuzada, de la Francia profunda.

Para completar ese esquema, que algunos llamaron “monarquía republicana”, el período presidencial de siete años, con reelección, permitía la presencia de un mismo jefe del estado por casi tres lustros. Pero el inventor de la fórmula no llegó a disfrutarla. Francia no llegó a tenerlo como presidente por tantos años como él hubiera querido. El fermento que produjo “Mayo 68”, y un referéndum sobre las regiones, que perdió, y a cuya aprobación había condicionado su permanencia en el cargo, precipitaron su salida.

François Mitterrand, contrincante del gaullismo en la elección presidencial del 65, y opositor de ese modelo de república, vino paradójicamente a resultar beneficiado, en cuanto a su permanencia en el poder, por la invención de su oponente. Pero sus catorce años de ejercicio, demostraron que el período de siete era demasiado largo, por lo cual más tarde se decidió bajarlo a cinco, con lo cual el jefe del estado se puede quedar en el Palacio del Elíseo hasta por diez. Más que suficiente.

Emmanuel Macron, después de haber conseguido un resultado óptimo en su primera elección, con mayoría en la asamblea nacional, enfrenta ahora, cuando avanza en su segundo mandato, una situación distinta. El no haber obtenido mayoría en las últimas elecciones parlamentarias resalta, con el paso del tiempo, defectos típicos de la permanencia prolongada en el poder, con el desgaste de la figura presidencial ante el proceso cambiante de los acontecimientos, las sensaciones y las necesidades populares.

El presidente francés enfrenta el reto de ajustar su proyecto en forma que pueda responder adecuadamente a numerosas exigencias de un mundo que va más acelerado que nunca. Como si tuviera que manejar una balanza entre la oferta de acciones del Estado y los requerimientos diversos de los ciudadanos; siendo fiel de la medida la satisfacción popular.

Con un gobierno que ya no tiene mayoría en la Asamblea Nacional, sin que haya otro partido que sí la tenga, la escogencia del primer ministro se viene a dar bajo una figura que no es la de la cohabitación que en algún momento obligó a otros presidentes, incluyendo a Mitterrand, a aceptar una separación programática profunda entre el presidente de la República y el primer ministro, cuando éste último representaba un partido mayoritario, y punto.

Ahora, aunque la coalición que apoya al presidente obtuvo en 2022 más escaños que ninguna otra, se quedó corta para hacer mayoría. No hay razón para designar primer ministro a un oponente. Se vive una experiencia inédita que, según la primera ministra que acaba de salir, representa un riesgo para la capacidad de acción del país ante los retos internos e internacionales de nuestros días. Mientras la oposición implacable de izquierda y derecha proclama el fracaso del “Macronato”.

Al escoger un primer ministro de 34 años, Macron protagoniza una jugada política inédita, como de “última trinchera” de su mandato presidencial, en busca de revivir la significación interna e internacional de su segundo mandato y ganar nuevamente terreno, sobre todo interno, para el ejercicio de una autoridad política que se desvanece.

Gabriel Nissim Attal de Couriss, nuevo jefe de gobierno, representa lo que es el modelo Macron. Por eso en su gobierno combina, sin el rubor propio de otras épocas, características diversas, mientras admite contribuciones conceptuales de diferente origen en cuanto al papel del estado y el manejo de la economía. A lo cual puede agregar mutaciones de su propio credo y proyecto político

Attal ha hecho una carrera meteórica que le ha permitido acumular valiosa experiencia política y administrativa, como consejero y ministro, además de diputado de la asamblea nacional y portavoz de su partido y del gobierno. Comunicador extraordinario, uno de los políticos más populares del país, y de los miembros del conjunto del gobierno de Francia. Además, es abiertamente homosexual, hijo de padre judío y de madre de origen ruso, y cristiano ortodoxo, no católico como la mayoría de los franceses.

Como la composición de cada gabinete representa el criterio de un gobernante, y sus posibilidades de manejar adecuadamente las complejidades del oficio, el gobierno de Attal, ligeramente más orientado al centro derecha, sí que comprueba una vez más la índole del “macronismo”, al seguir la instrucción del presidente en el sentido de “rearmar” el ejecutivo. Instrucción que obliga a recordar que la denominación de los proyectos políticos puede ser motivo de refuerzo, de desencanto, o de desprestigio.

Además de la continuación de “pesos pesados” del partido del presidente, como los ministros del interior y de economía, que no debieron quedar muy contentos con la designación de su nuevo jefe, Attal ha hecho tres sorpresivas “importaciones” provenientes de la derecha, para las carteras de trabajo y salud, educación, juventud, deportes y juegos olímpicos, y justicia, que denotan el talante pragmático del jefe del Estado.

La prueba más interesante del fenómeno la provee la nueva ministra de cultura, Rachida Dati, clásica representante de la derecha tradicional, que fue ministra de justicia de Sarkozy, y hasta ahora durísima opositora de Macron. Hace un tiempo dijo que el “macronismo” es un “partido de traidores”, conformado por individuos que traicionaron, unos a la derecha y otros a la izquierda, para armar esa formación política. Ahora la acaban de echar de su partido, mientras entra a colaborar con el de los “traidores”. Con lo cual su definición pasa a ser una reliquia.

Los gobernantes tienden a vivir el síndrome del éxito, y a creer que lo están haciendo bien. A lo cual contribuyen quienes les rodean. Pero la asomada propia para calificarse puede ser lo más parecido a mirarse con optimismo en el espejo, en lugar de mirar el camino por recorrer.

Curiosamente, el presidente francés, calificado por muchos en su país como el presidente de los ricos, parece vivir más bien los afanes de la renovación. Pero, además, lo hace sin sujetarse a definiciones tradicionales de “fidelidad” a uno de los credos políticos que se fueron armando en el Siglo XIX y campearon a lo largo del XX.

Aparentemente, sin tener en cuenta esas fronteras, el “macronismo” busca ensayar fórmulas de distinta procedencia, sin entrar en contradicciones extravagantes, para el manejo de problemas que es preciso atender y que son cada vez más variados y puntuales. Muchos de ellos inexistentes o inconcebibles en esa etapa de surgimiento de formaciones políticas que no han sabido evolucionar, por lo cual han resultado sepultadas por la historia, a través de la voluntad ciudadana, como lo demuestran en muchas partes las cifras de las elecciones. Falta por ver el resultado del experimento.

Categorias ; relaciones internacionales; posconflicto; guerra fría; imágen; reputraciónInternacional

(*) Exembajador de Colombia. Director y moderador del Observatorio de actualidad Internacional de la U. del Rosario. Exrector Universitario. Decano y docente titular en U. del Rosario. Analista y escritor sobre temas de Relaciones internacionales, gobernanza y geopolítica.

Fuente: Macronismo y anacronismo | Blogs El Espectador

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Malas noticias: hay buenas noticias (*)

Voy a escoger de la lista un número mínimo de hechos con impacto en el bienestar de la gente.

  Por: MOISÉS WASSERMAN 

Bioquímico y académico colombiano. Fue director del Instituto Nacional de Salud y presidente de la Academia Colombiana de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales. Ejerció como rector de la Universidad Nacional de Colombia entre 2006 y 2012.

12 de enero 2024, 12:00 a. m.

 Hoy voy a entristecer a algunas personas con una cantidad de buenas noticias. Hay varias teorías que explican por qué los humanos tenemos una fuerte inclinación por las malas noticias. Una, que alguna vez he comentado acá, es que evolutivamente se desarrolló la desconfianza como instrumento de supervivencia. El cazador en los bosques hacía bien en desconfiar de cualquier ruido.

Pero no creo que eso lo explique todo, sobre todo esa tendencia moderna de pensar que los malpensados, los no empáticos, son más inteligentes. O, peor aún, la tendencia creciente a relacionar la moral con la indignación. Mucha gente se siente moralmente superior si se indigna por lo que sucede, especialmente si exhibir su indignación no implica hacer esfuerzos y sí le genera aplausos. La prensa, hay que reconocerlo, no ayuda, porque hay más lectores para las notas preocupantes, y en consecuencia hay más lectores preocupados (el huevo y la gallina).

 Los avances que ampliaron los límites del conocimiento en 2023

En una reciente encuesta de la Universidad de Bath (Reino Unido) entre jóvenes (18-45 años) de diez países, de todos los continentes, encontraron que el 75 % ve el futuro aterrador y un 56 % cree que la humanidad está condenada a autodestruirse. Eso a pesar de que en esos mismos países entre 1950 y 2020 el ingreso por persona creció en 307 % y la expectativa de vida pasó de 50,9 a 72,9 años.

 Mucha gente se siente moralmente superior si se indigna por lo que sucede, especialmente si exhibir su indignación no implica hacer esfuerzos y sí le genera aplausos.

 Entonces, a riesgo de parecer aún más tonto, voy a comentar telegráficamente algunas novedades del año pasado. Recibí en una de mis suscripciones una lista de enlaces a 1.000 hechos positivos. La lista no contempla cosas cotidianas como que en el año se publicaron 2,2 millones de libros, y se agregaron 22 millones de pistas musicales a Spotify (algo debería encontrar uno que lo distraiga, mientras llega el apocalipsis).

  Voy a escoger de la lista, guiado por mis sesgos, un número mínimo de hechos, sobre todo de ciencia y tecnología, con impacto en el bienestar de la gente y del planeta.

 Hubo proliferación de robots en agricultura: uno muy interesante recorre el campo con 12 cámaras de alta definición enfocadas en el suelo. Su computador con inteligencia artificial reconoce las malezas, y un láser las destruye; aumenta la productividad y evita el uso de plaguicidas (¿qué tal adaptarlo para la erradicación que sabemos?).

 Las primeras plantas editadas genéticamente entraron al mercado. Un tomate de nutrición incrementada en el Japón; bananas modificadas que resisten el ataque de Fusarium (la enfermedad panameña) en Australia, y un algodón naturalmente incombustible.

 La fabricación de carne en laboratorio tuvo grandes avances. La industria de la carne produce el 14,5 % de los gases de efecto invernadero. En Estados Unidos dos compañías empezaron a producir en sus plantas carne bovina y filetes de pollo, y en Israel otra produce pescado. Los productos tienen sabor y textura normales, no hay necesidad de criar y matar animales, y además se disminuirán las emisiones de gas de invernadero y el uso de tierras.

 En energías alternativas hubo progresos. Se estrenó una planta de energía geotérmica en Nevada, y la compañía avanza con varias más, cada una genera electricidad para una ciudad completa. En el campo de la fisión nuclear aumentaron la producción y venta de miniplantas.

 Por fin, y por primera vez, se inició la vacunación contra malaria en África y se repartieron 18 millones de dosis. Una segunda vacuna, más barata, pasó las pruebas y empezará a ser usada. Se usó por primera vez la edición génica para curar la anemia falciforme, y se aprobó un tratamiento similar para algunas leucemias.

 En fin, si quisiera describir con apenas seis palabras cada una de esas noticias, tendría que usar diez columnas como esta y terminarían odiándome. Algunos se sentirían mal por tanto bien.

 MOISÉS WASSERMAN

 @mwassermannl

Fuente: https//www.eltiempo.com

PD: Este escrito fue recomendado a PluriVERSIDAD  por el médico boyacense Jairo Sánchez Amézquita. 

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El sentido común compartido por toda la sociedad no existe

Historia de Daniel Mediavilla  • 15, enero, 2023

El conjunto de afirmaciones que una persona considera de sentido común puede no ser compartido por nadie más que ella misma© Gianluca Battista (EL PAÍS)

Hay una serie de afirmaciones que consideramos evidentemente ciertas, aunque no sepamos explicar por qué. Es lo que se conoce como sentido común, algo que todos tenemos y que, se supone, compartimos con cualquier persona razonable. Sin embargo, incluso en esas cápsulas de sentido común que son los dichos, también se afirma que es el menos común de los sentidos. El pasado lunes, la revista PNAS publica un estudio en el que se trata de cuantificar el sentido común, tanto para los individuos como para toda la sociedad. En el trabajo, que ha tomado una muestra de 2.000 personas que evaluaron 4.400 afirmaciones, se observa que la existencia de un sentido común compartido por toda la sociedad no existe.

“Nuestros hallazgos sugieren que tiende a haber una cantidad razonable de sentido común entre dos personas, pero que como sociedad hay poco sentido común compartido por todos”, explica Mark Whiting, investigador de la Universidad de Pensilvania y coautor del estudio. Sin embargo, según señala Whiting, la gente tiende a ver los puntos de acuerdo con las personas que trata sin darse cuenta de que, a gran escala, hay pocas cosas en las que todo el mundo esté da acuerdo.

Las preguntas incluidas en el cuestionario para tratar de entender qué se considera sentido común y hasta qué punto es compartido, había desde conocimientos como que “los triángulos tienen tres lados”, cosas que se pueden aprender con la experiencia, como que “una batería no puede proporcionar energía para siempre” o afirmaciones sobre moral como que “todos los seres humanos son creados iguales”. Los resultados muestran que las afirmaciones sobre la realidad física o que hablan del mundo como es, como que el Sol saldrá mañana, se comparten con más frecuencia que las que hacen referencia a ideas sobre cómo deberían ser las cosas, como que todo el mundo tiene que tener las mismas oportunidades de acceder a la educación. Uno de los tipos de afirmación que los participantes consideraron sentido común con menos frecuencia son los aforismos.

Javier Vilanova, profesor de filosofía en la Universidad Complutense de Madrid y autor del libro Filosofía de sentido común, plantea que “el sentido común no se ve tan bien en la descripción que uno hace de una situación, sino en cómo actúa”. Por eso cree que un experimento observando cómo actúa la gente, más allá de las ideas que tengan sobre determinadas afirmaciones, puede ayudar a evaluar mejor lo que se comparte y lo que no. “Donde se ve de verdad el sentido común, y donde se desarrolla, es en la vida cotidiana”, afirma Vilanova, que pone como ejemplo el valor del dinero como algo que existe porque hay una creencia compartida sobre ese valor.

Uno de los aspectos que ha llamado la atención a los autores del estudio es que variables demográficas como el género, el nivel de ingresos o las preferencias políticas no estaban asociadas con lo que se percibía como sentido común. Sin embargo, sí lo estaba con dos tests, uno que mide la capacidad de una persona para razonar más allá de lo que le dice su instinto (el test de reflexión cognitiva) y otro que mide la habilidad para leer emocionalmente a los otros (el test de leer la mente en los ojos). Vilanova cree que la falta de diferencias por clase social o género muestra cómo “el sentido común es un factor aglutinador que permite que personas en un grupo heterogéneo compartan algo transversal”.

En el estudio que hoy publica PNAS, los autores tratan de superar la vaguedad que acompaña al sentido común, un sentimiento que, con frecuencia, se utiliza como argumento de autoridad, pero no es nada fácil de definir. Para ello, los participantes deben precisar lo que este sentido para ellos, pero que también creen que comparten los demás, algo que va más allá de la percepción habitual del sentido común. Normalmente, cuando uno opina que algo es de sentido común y otra persona discrepa, simplemente piensa que ese individuo que no comparte su visión del sentido común está equivocado.

Los autores del estudio esperan que la herramienta que han creado podrá servir para estudiar el sentido común en distintos contextos y ver, por ejemplo, cómo ha cambiado a lo largo del tiempo o las diferencias entre culturas. En el futuro, se plantean estudiar si las afirmaciones en el ámbito político suelen enmarcarse peor en el sentido común que en situaciones de la vida cotidiana o si su uso como parte de la retórica política degrada el término a ojos del público.

En la historia de la humanidad, lo que se considera sentido común ha ido variando, en parte gracias al trabajo de la ciencia, que muchas veces parece un esfuerzo para conocer la realidad que se oculta debajo de percepciones muy arraigadas. Hasta hace no tanto, la idea de que la Tierra es plana o permanece estática parece más intuitiva que el hecho, desvelado por la observación racional, de que es una esfera que se mueve a más de 100.000 kilómetros por hora alrededor del Sol. Sin embargo, el sentido común como punto de partida es necesario para hacer posibles las relaciones sociales e, incluso, la comunicación entre científicos. Más allá de ese punto de partida, pese a lo que sugiera el nombre, la totalidad del sentido común de cada persona individual —escriben los autores— puede ser solo suya”.

Fuente: El sentido común compartido por toda la sociedad no existe (msn.com)

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