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Papel del sentido común en la justicia y la ley

Hugo Arias - IA-PGV-ChatGTP


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Donde hay sentido común, justicia y ley hay convivencia dignificante de todos. Donde hay convivencia dignificante de todos hay bienestar general. Donde hay bienestar general hay convivencia dignificante de todos; y donde hay convivencia dignificante de todos hay sentido común, justicia y ley.  (Inspirado en el Sorites chino).

El sentido común desempeña un papel significativo en la interpretación y aplicación de la justicia y la ley. Aunque la justicia y la ley a menudo se consideran conceptos objetivos y estructurados, su implementación y comprensión están inevitablemente influenciadas por el sentido común, que refleja las percepciones y valores comunes de una sociedad.

En el ámbito legal, el sentido común puede guiar la toma de decisiones judiciales cuando la ley es ambigua o insuficiente. Los jueces, al evaluar casos, a menudo recurren a su sentido común para interpretar la intención legislativa y aplicarla a situaciones específicas. En el caso de lagunas legales, el sentido común puede llenar esos vacíos, proporcionando coherencia y equidad en las decisiones judiciales.

Además, el sentido común influye en la percepción de la justicia por parte de la sociedad. Las leyes que se desvían demasiado de las normas y valores comunes pueden ser percibidas como injustas, lo que puede generar desconfianza en el sistema legal. En este sentido, el sentido común actúa como un mecanismo de retroalimentación que contribuye a la evolución y adaptación de las leyes para que reflejen mejor las expectativas sociales.

Sin embargo, la relación entre el sentido común, la justicia y la ley no es siempre armoniosa. El sentido común está sujeto a sesgos culturales y subjetividades, lo que puede conducir a interpretaciones injustas o discriminatorias. En casos donde las percepciones comunes están sesgadas, el sistema legal puede perpetuar injusticias en lugar de corregirlas. Es crucial, por lo tanto, que el sentido común se aplique de manera reflexiva y crítica, considerando la diversidad de perspectivas en una sociedad.


En el ámbito legislativo, el sentido común también desempeña un papel crucial. Los legisladores, al redactar leyes, a menudo se basan en su comprensión del sentido común para abordar problemas sociales y éticos. La legislación que se aleja demasiado de las normas aceptadas puede encontrarse con resistencia, mientras que las leyes que reflejan el sentido común son más propensas a ser aceptadas y cumplidas por la sociedad.

Además, el sentido común influye en la aplicación de la ley por parte de las fuerzas del orden y los profesionales legales. La interpretación de situaciones específicas y la toma de decisiones prácticas a menudo se basan en el sentido común. Sin embargo, esto también puede dar lugar a prácticas discriminatorias si el sentido común no se equilibra con la sensibilidad a la diversidad y la equidad.

En conclusión, el sentido común ejerce una influencia significativa en la justicia y la ley. Actúa como un filtro a través del cual se interpretan y aplican las normas legales, proporcionando coherencia y adaptación a las expectativas sociales. Sin embargo, es crucial reconocer sus limitaciones y sesgos, buscando un equilibrio que garantice una aplicación justa y equitativa de la ley. La interacción dinámica entre el sentido común, la justicia y la ley es esencial para mantener sistemas legales que reflejen y promuevan los valores de una sociedad en constante evolución.


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Esos “cabelleros” ostentosos

Eduardo Barajas Sandoval (*)


Si se ponen juntas las fotografías de Trump, Milei, Boris Johnson y el holandés Geert Wilders, hay algo que curiosamente a todos ellos caracteriza: la extravagancia de su cabellera. De pronto tiene que ver con la idea que tienen de sí mismos. Algo que, en el caso de quienes decidieron dedicarse a la política, puede influir en su forma de verse, y de ver a los demás, en el ejercicio de su condición de gobernantes. 

 

Por supuesto, si se les oye hablar, se evidencian coincidencias más de fondo. Entonces aparece su oferta de “cambio”, comodín de propaganda política, usado por milagreros mesiánicos de izquierda y derecha, que entusiasma a jóvenes y adultos cuyo conocimiento y capacidad de valoración histórica no va más allá de una década. Sobresale la idea de marchar en contravía de las tradiciones políticas nacionales, en busca de un pasado ilusorio. Se hacen patentes el desdén por las construcciones de la cultura política existente, y el desconocimiento, desprecio o menosprecio por la institucionalidad, como si no hubiera sido fruto de un trabajo arduo. Y todo se corona con la oferta de un tránsito feliz y en solitario para sus pueblos hacia un destino supuestamente grandioso, aunque incierto, como si el resto del mundo se hubiera quedado quieto y fuera lo de menos. 

 

Trump y Boris ya han dejado huellas que permiten apreciar los alcances de su palabrería y la cortedad de sus resultados. También la frivolidad de su comportamiento en ejercicio del poder y lo lejos que quedaron de cumplir con sus promesas, a satisfacción de sus compatriotas. Milei y Wilders acaban de irrumpir en escena, el uno con el fervoroso deseo de cambiarlo todo de una buena vez, en favor del capitalismo a ultranza, y el otro con la idea de montar a los Países Bajos en una carrera de segregación interna y de separatismo respecto de la Unión Europea. 

 

Los reflectores de los medios han vuelto a todos esos “cabelleros” más importantes de lo que merecerían. Pero ese es el juego de la política, y todos ellos han conseguido llegar al poder. Les han servido la extravagancia y los desvaríos propios de ejemplares exóticos de la vocación política, que irrumpen en la competencia por el gobierno en medio de la frustración y el desespero popular después de tantas dosis reiteradas de “más de lo mismo”. Lo preocupante es que ya se han vivido experiencias desastrosas que comenzaron en forma parecida: hace un siglo, en el corazón de Europa, surgieron unos venidos a más que embaucaron a sus países en aventuras nacionalistas que terminaron en la desgracia de dos guerras mundiales. 

 

La democracia liberal, que es básicamente un ideal, vive bajo el asalto permanente de las distintas interpretaciones que se pueden hacer de ella. De acomodamientos conceptuales que de manera más o menos hábil alguien puede hacer de su contenido, para darle un significado que le conviene. Pero otra cosa es la proclama de una “democracia” que por definición sea discriminatoria de algún grupo social, y en particular de una creencia religiosa; de manera que se pone de manifiesto un desconocimiento radical de la democracia bajo cualquier acepción, dentro de un margen aceptable. Por lo cual las propuestas populistas del holandés revisten la mayor peligrosidad frente a los propósitos democráticos de la Europa comunitaria, que tanto trabajo ha costado construir, después de tanto odio y tanta sangre derramada. 

 

Después de varias décadas en el escenario político, dedicado a plantear sus tesis radicales contra los inmigrantes y el islam, Geert Wilders obtuvo, para su propia sorpresa, la mayor votación en las elecciones parlamentarias. Pero si bien ganó las elecciones, no obtuvo el poder y no necesariamente será primer ministro, pues para ello, y para que se adopten las propuestas de reformas institucionales que plantea, debería conseguir el apoyo de otros partidos, dentro de los cuales nadie se ha manifestado dispuesto a hacer alianza de gobierno. El que más se ha aproximado dijo en su momento que podría apenas llegar a tolerarlo. 

 

Lo anterior no quita que el avance de su proyecto político sea un asunto de profundo calado, pues pone de presente problemas por resolver en los Países Bajos, con consecuencias para el resto de una Europa que vive a diario el impacto de las migraciones, las diferencias culturales que ellas implican cuando los inmigrantes son musulmanes, y el rezago de ciertos sectores sociales nativos que se sienten relegados del estado de bienestar y a merced de la crueldad de un modelo que no juega a su favor. 

 

Los musulmanes ya radicados, y parte de la sociedad holandesa, se sienten amenazados en sus derechos por la eventual primacía de las tesis de Wilder, que predica la intolerancia religiosa, repudia el Corán, y propone prohibir las escuelas coránicas, las mezquitas y la entrada de cualquier persona con hiyab, velo islámico, a edificios gubernamentales. Propuestas acompañadas de medidas exóticas en el permisivo medio holandés. 

 

Por otra parte, sectores raizales resienten el hecho de que el gobierno de los Países Bajos haya abandonado responsabilidades sociales adquiridas en la época de auge de la socialdemocracia, y que ahora dedique recursos importantes a la atención de inmigrantes y la cooperación internacional para el desarrollo de otros países, mientras el costo de vida golpe a los sectores más vulnerables. 

 

A pesar de que Wilders en algún momento fue objeto de prohibición para entrar al Reino Unido, por ser portador de ese discurso excluyente, discriminador y orientado a la “depuración” de la presencia de personas distintas de las que originalmente se consideren europeas, no deja de tener apoyos en agrupaciones políticas de diferentes países, que corrieron a felicitarlo por su éxito electoral. 

 

Si, por alguna razón, Wilders llegara a gobernar en los Países Bajos, y si llegase a poner en práctica su oferta de un referendo para consultar el eventual retiro de su país de la Unión Europea, el clima político y la discusión hacia la toma de decisiones en el seno de la Unión Europea se verían seriamente afectadas. Aumentaría la proporción de un cierto bloque de tendencia parecida, representado en este momento por Viktor Orbán, el jefe de gobierno de Hungría. Recibiría gestos amigables del gobierno de derecha italiano, y fortalecería las ambiciones de partidos políticos de orientación similar y de personajes como Tom van Grieken en Bélgica, que aspira a llegar al poder con ideario parecido.

 

No parece fácil que Geert Wilders llegue a gobernar y menos aún que cuente con la mayoría parlamentaria, fruto de alianzas, para que su proyecto político se convierta en realidad. Pero eso no quita que la idea de «devolver los Países Bajos a los holandeses» sea una muestra más del contagio de una especie de “trumpismo”, repugnante, que tras esos “cabelleros” ostentosas puede cautivar a electores deseosos de probar algo nuevo, aunque condenado a un fracaso fruto de la mezcla letal de ilusiones alegres, falta de experiencia, carencia de mayorías verdaderas e ineptitud difícil de redimir sobre la marcha. 

 

(*) Exembajador de Colombia. Director y moderador del Observatorio de actualidad Internacional de la U. del Rosario. Exrector Universitario. Decano y docente titular en U. del Rosario. Analista y escritor sobre temas de Relaciones internacionales, gobernanza y geopolítica.

Categorias Fuentes: El autor y  https://blogs.elespectador.com/actualidad/destellos-de-un-mundo-en mutacion/esos-cabelleros-ostentosos
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Thomas Henry Huxley, 'el Bulldog de Darwin', un científico adelantado a su tiempo

Conoce la vida y obra de este biólogo y filósofo británico que defendió la teoría de la evolución, revolucionó la anatomía comparada y acuñó el término “agnóstico”.

 La Inglaterra victoriana fue un período tumultuoso en el que las firmes creencias religiosas del pasado se entrelazaron con el auge de nuevas supersticiones, la entrada del opio en todos los estratos de la sociedad y toda una revolución cultural. Es la época de Charles Dickens y Oscar Wilde, de Arthur Conan Doyle, las hermanas Brontë, Bram Stocker y Hilda Doolittle. Y en medio de toda esa tormenta, emergió con fuerza una generación de científicos, erigiéndose como faro de la razón y la ciencia.

La revolución científica de la Inglaterra victoriana

Aquella fue la época de la anestesia con éter, de William Morton, y con cloroformo, de James Young Simpson. De los antisépticos de Joseph Lister y el nacimiento de la epidemiología de la mano de John Snow. La época de la matemática Ada Lovelace y su máquina analítica, de los Principios de geología de Charles Lyell, de Michael Faraday, la inducción electromagnética de James C. Maxwell y sus famosas ecuaciones que describen las leyes fundamentales de la electricidad. La época del descubrimiento del efecto invernadero causado por el dióxido de carbono atmosférico —atribuido al británico John Tyndall, aunque la descubridora fue la científica y sufragista estadounidense Eunice N. Foote—, y de la temeraria ascensión en globo de James Glaisher y su descubrimiento sobre las capas de la atmósfera. Fue también el tiempo en que comenzaron a popularizarse las revistas científicas como Science Gossip, Recreative Science o The Intellectual Observer.

Y también fue el momento de grandes revoluciones en la biología, con el trabajo de Charles Darwin y Alfred Rusell Wallace, la teoría de la evolución por selección natural, el principal exponente. Un ingrediente más que alimentaría la tormenta que se gestaba en la época: mientras Richard Owen acuñaba el concepto de ‘dinosaurio’ y revolucionó la paleontología, Joseph D. Hooker y Roderick Murchinson hacían lo propio con la botánica.

Y, por supuesto, fue la época de Thomas Henry Huxley.

Thomas Henry Huxley. Foto: Wikimedia Commons

La juventud de un naturalista emergente

Nacido el 4 de mayo de 1825, Huxley creció en la Inglaterra de los descubrimientos, aunque no pudo disfrutar de una educación formal adecuada durante su infancia. El benjamín de seis hijos, apenas recibió dos años de formación en la escuela de su padre. Sin embargo, sí se imbuyó de la curiosidad y valentía características de su época, y sintió auténtica fascinación por la ciencia y la religión, desde muy joven. Enraizado en la tradición anglicana, Huxley se vio atraído por las ideas disidentes que desafiaban las estructuras conservadoras de su tiempo, y esto le alejaría, ineludiblemente, de todo pensamiento religioso.

En su primera aproximación formal a la ciencia, se puso al servicio de un practicante médico en Londres. Bajo su tutela, despertó su interés por la anatomía y fisiología humanas, y no tardó en extrapolar esos conocimientos al resto del mundo animal. Se embarcó en un navío de la Marina Real Británica, el HMS Rattlesnake, bajo el mando del Capitán Owen Stanley, en 1846; donde asumió el papel de cirujano, pero pronto estableció relación con los naturalistas John MacGillivray (1821-1867) y James Fowler Wilcox (1823-1881), y adquirió también ese rol.

Durante su servicio en la marina, Huxley realizó estudios pioneros sobre vida marina, identificando y clasificando organismos como medusas y carabelas portuguesas, bajo un microscopio atornillado a la mesa de la sala de mapas, y proponiendo el término "Nematophora" (literalmente “que porta hilos”) para describir sus características comunes.

Huxley y Darwin

Thomas Henry Huxley fue uno de los mejores amigos del célebre naturalista Charles Darwin. Su relación enriqueció de argumentos las ideas del padre de la biología evolutiva y, a pesar de algunas diferencias iniciales, la visión analítica de Huxley y sus observaciones durante la travesía en el Rattlesnake le permitieron saber que Darwin estaba acertado, y creyó en la teoría de su dubitativo colega antes incluso que él mismo. De hecho, Huxley fue, junto con Hooker, quienes animaron a Darwin a publicar su opus magnum. En una carta enviada al propio Darwin, Huxley se expresaba así.

«Confío en que no se dejará llevar por el disgusto o irritación ante la cantidad de malos tratos y tergiversaciones que, si no me equivoco, le esperan. Puede estar seguro de que ha ganado la eterna gratitud de todos los hombres serios. En cuanto a los perros que ladrarán y gritarán, recuerde que, en todo caso, algunos de sus amigos poseen un grado de combatividad que (aunque usted lo ha censurado algunas veces con razón) le podrá ser útil. Me estoy afilando las uñas y el pico por si hace falta». — T.H.Huxley

Fue apodado como “el bulldog de Darwin”, por ser el mayor defensor de la teoría de la evolución por selección natural de su tiempo, acudiendo allí donde Darwin no se atrevía o no se animaba a ir; no solo a debates públicos contra creacionistas y religiosos, sino también a congresos elitistas en los que científicos tan prominentes como Richard Owen negaban la tesis darwinista. Darwin, en su autobiografía, le dedicaba algunas palabras a su amigo.

«Su mente es rápida como el destello de un rayo y tan afilada como una navaja. Es el mejor conversador que he conocido. Nunca escribe ni dice nada anodino. En Inglaterra ha sido el principal sostén del principio de la evolución gradual de los seres vivos». — C. Darwin.

Para Huxley, la humanidad no era una excepción divina, sino el producto de procesos naturales y evolutivos. Su obra Pruebas del lugar del hombre en la naturaleza (1863) se convirtió en un hito al explorar por primera vez la conexión evolutiva entre humanos y primates, derrumbando las concepciones tradicionales sobre la singularidad humana. Huxley argumentó que, biológicamente, los humanos comparten un ancestro común con los simios, una idea que generó controversia y resistencia, pero que sentó las bases para una comprensión más objetiva y científica de nuestra posición en el reino animal. Ocho años más tarde, Darwin completaría su trabajo con la obra El origen del hombre.

Libro ‘Evidence of man’s place in nature’— IberLibro

El origen de las aves: un siglo de adelanto

Esta defensa a ultranza de la evolución biológica le llevó a enunciar una de las hipótesis más poderosas que se le reconocen: que las aves descienden de —y por tanto, son— dinosaurios. Esta premisa, aceptada hoy como un hecho, se basó en la observación de varios ejemplares de Archaeopteryx, donde se observaba un esqueleto típico de dinosaurio, con dientes afilados de reptil, pero completamente cubierto de plumas y con unas alas perfectamente desarrolladas. Así le escribía al naturalista Ernst Haeckel:

«En el trabajo científico, lo principal en lo que estoy ocupado ahora es una revisión de los dinosaurios —¡con la vista puesta en la teoría de la descendencia! El camino de los Reptiles a las Aves pasa por los Dinosaurios (...) y las alas crecieron a partir de extremidades anteriores rudimentarias». — T. H. Huxley

Archaeopteryx, ejemplar de Berlin, un fósil clave para Huxley — H.Raab/Wikimedia

La hipótesis encontró una oposición frontal desde el inicio, sobre todo por el profesor Owen, y después, por el influyente paleontólogo Gerhard Heilmann y su obra, hoy totalmente obsoleta, El origen de las aves (1926). Hubo que esperar más de un siglo, hasta que el descubrimiento de Deinonychus por John Ostrom en 1969 y la aplicación de la cladística a la paleontología por Jacques Gautier, en la década de 1980, dieran la razón a Huxley.

Huxley como precursor de un cambio social

Tras sus experiencias prácticas, Huxley encontró también su vocación en la educación y divulgación científica. En 1854, comenzó a enseñar historia natural y paleontología en la Escuela Gubernamental de Minas —hoy Real Escuela de Minas— del Imperial College de Londres. Trabajo que compaginó con sendas cátedras en la Royal Institution y el Colegio Real de Cirugía


Thomas H. Huxley. Foto: Wikimedia Commons

Aparte del trabajo académico, Thomas fue el fundador del X-Club, un selecto grupo de diez científicos —entre los que se encontraban Hooker y Tyndall—. Este grupo fue un importante precursor en la profesionalización de la labor científica. Según sus miembros, el club buscaba participar en las discusiones científicas al margen de las influencias religiosas. En este sentido, Huxley también acuñó el término agnosticismo, entendido como un método de investigación que busca seguir las pruebas tan lejos donde nos lleven y rechazar cualquier premisa que no esté probada. Lamentablemente, las presiones sociales terminaron alterando aquel significado original del término, fuera del control de Thomas.

Pero Thomas Henry Huxley no solo se movía en círculos elitistas. También fue pionero en divulgación científica. Reconocía como derecho el acceso al conocimiento científico de todos los estratos de la sociedad, y con frecuencia organizaba conferencias públicas dirigidas a las clases populares, tanto hombres como mujeres. Charles Darwin escribió sobre esto:

«Aunque ha realizado un gran número de espléndidos trabajos en zoología, habría hecho mucho más si no hubiera consumido tanto tiempo en tareas oficiales y literarias y en sus campañas por mejorar la educación en las zonas rurales». — C. Darwin.

Thomas Henry Huxley, más allá de sus logros científicos, destacó como un visionario educador y organizador, contribuyendo a la transformación de la sociedad británica hacia una que valoraba la ciencia y la educación científica. Su legado no solo reside en sus descubrimientos anatómicos y su defensa de la evolución, sino también en la huella indeleble que dejó en la forma en que la ciencia y la divulgación se integraron en la vida cotidiana y educativa, algo que ha llegado hasta nuestros días.

Referencias:

·         Black, R. 2010. Thomas Henry Huxley and the Dinobirds. Smithsonian Magazine.

·         Darwin, C. 2009. Autobiografía. Laetoli.

·         Desmond, A. J. s. f. Thomas Henry Huxley. Encyclopaedia Britannica.

·         Huxley, T. H. 1863. Evidence as to Man’s Place in Nature. Williams and Norgate.

·         Lightman, B. 2002. Huxley and scientific agnosticism: the strange history of a failed rhetorical strategy. British Journal for the History of Science, 35(126 Pt 3), 271-289. DOI: 10.1017/s0007087402004715

·         Switek, B. 2010. Thomas Henry Huxley and the reptile to bird transition. Geological Society, London, Special Publications, 343(1), 251-263. DOI: 10.1144/SP343.15 

Fuente: https://www.muyinteresante.es/naturaleza/62444.html


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