PGV - Edición 344 - miércoles 16, marzo, 2022 -Más allá de la “internacional autoritaria” - y más temas
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¿El descalabro de Putin?
Excanciller Julio Londoño analiza las sanciones que podrían asfixiar a Rusia.
La decisión del presidente ruso de invadir a Ucrania tiene literalmente a todo el mundo en su contra. Ni Hitler vivió un rechazo tan generalizado cuando ocupó Europa. El pueblo ruso es el más impactado con las sanciones económicas. Análisis por Julio Londoño Paredes.
La invasión de Rusia a Ucrania tiene características completamente diferentes a todos los conflictos que hasta este momento se han afrontado. No solamente porque el mundo lo está siguiendo minuto a minuto en vivo y en directo, sino por que se han adoptado un conjunto de sanciones de carácter económico contra Rusia, que incluso están teniendo efectos en el ámbito mundial.
Sin pretender minimizar el poderío militar ruso, parecería ser que Putin y sus asesores directos en un primer momento consideraron que la intimidación y la amenaza serían suficientes para lograr sus objetivos fundamentales: no sólo impedir la vinculación de Ucrania a la OTAN, sino su desmilitarización; la segregación de las provincias del este en la región de Donbás; y, el reconocimiento de la anexión de la península de Crimea a Rusia.
A Putin, los cálculos le fallaron y emprendió lo que denominó una “operación militar especial” que anunció que estaba orientada exclusivamente contra objetivos militares. Seguramente pensó que iba ser una especie de “Blitzkrieg” alemán durante la segunda guerra mundial, solo que más rápido, efectivo y sofisticado.
Sin embargo, se encontró con que, en Ucrania, estaba como presidente Volodímir Zelenski un señor que era un personaje “light” de la farándula y que de la noche a la mañana se constituyó en un héroe de proyección mundial, que ha inspirado a su pueblo a una vocación de lucha hasta el sacrificio y amor por su patria, con lo que no contaba.
Mientras las manifestaciones contra la invasión de Ucrania se dan tanto fuera como dentro de Rusia, las sanciones económicas a este país son cada vez más estrictas y crece el número de multinacionales occidentales que decidieron cerrar temporal o definitivamente sus operaciones en ese mercado. Asimismo, la bolsa rusa y su moneda, el rublo, se han visto duramente golpeadas por la actual coyuntura. - Foto: afp
Decidió entonces el presidente ruso escalar la guerra empleando todos sus recursos, incluso amenazando con armas nucleares. Es previsible que tarde o temprano Rusia aplastará a Ucrania y que Putin logrará los objetivos que se ha propuesto.
Sin embargo, el precio que pagará será muy alto. Por una parte, en tres semanas de guerra han muerto 6000 soldados rusos. No hay que olvidar que, en los 14 años de ocupación en Afganistán, murieron 15.000 soldados soviéticos y eso que contaban con el apoyo del ejercito afgano. La opinión rusa a la larga no aceptó que los reclutas fueran muriendo sin ton ni son por cuenta de la defensa de un gobierno al que no conocían. Fuera del desgaste político del gobierno de Moscú.
Ahora en Rusia han sido detenidas 13000 personas por protestar contra la invasión. Con seguridad, habrá más detenidos.
La invasión rusa a Ucrania, ha puesto en evidencia, además, el efecto de la globalización y de los eventuales riesgos de una catástrofe nuclear, el deterioro inexorable del medio ambiente y un fenómeno migratorio no visto en Europa desde la segunda guerra mundial. Todas las responsabilidades apuntan hacia Putin.
Sin embargo, el precio que pagará será muy alto. Por una parte, en tres semanas de guerra han muerto 6000 soldados rusos. No hay que olvidar que, en los 14 años de ocupación en Afganistán, murieron 15.000 soldados soviéticos y eso que contaban con el apoyo del ejercito afgano. La opinión rusa a la larga no aceptó que los reclutas fueran muriendo sin ton ni son por cuenta de la defensa de un gobierno al que no conocían. Fuera del desgaste político del gobierno de Moscú.
Ahora en Rusia han sido detenidas 13000 personas por protestar contra la invasión. Con seguridad, habrá más detenidos.
La invasión rusa a Ucrania, ha puesto en evidencia, además, el efecto de la globalización y de los eventuales riesgos de una catástrofe nuclear, el deterioro inexorable del medio ambiente y un fenómeno migratorio no visto en Europa desde la segunda guerra mundial. Todas las responsabilidades apuntan hacia Putin.
Putin se enfrenta cada vez más problemas en medio de su invasión a Ucrania. - Foto: afp
Pero las secuelas de las sanciones económicas que se le están imponiendo tendrán efectos por muchos años y será el pueblo ruso el que en primera instancia las deberá afrontar. Será difícil que a la larga se resigne.
Después de la desaparición de la Unión Soviética por el colapso del socialismo, Rusia paulatinamente se erigió como un país de corte occidental, hasta el punto de que las personas que últimamente viajaban a Moscú, creían más bien que se encontraban en el corazón de New York y no en la lúgubre capital de la antigua Unión Soviética.
La caída abrupta de la economía rusa por las sanciones que se le están imponiendo tendrán el efecto de que su población sentirá, que después de haber alcanzado cierto bienestar luego de la encrucijada del socialismo, de la noche a la mañana debe volver a las condiciones que había superado.
Además, la invasión ha generado en todo el mundo un rechazo sin precedentes. Incluso cuando Hitler ocupó a Europa con ocasión de la segunda guerra mundial, contó con simpatías, no solamente dentro de los países ocupados, sino en otras naciones, incluso en América Latina. Pero ahora, no ha sucedido así.
Por el contrario, Putin con la invasión ha logrado lo que se consideró imposible durante muchos años: el fortalecimiento de la OTAN, que daba síntomas evidentes de resquebrajamiento por las diferencias fundamentales entre sus miembros.
Ahora va a tener, no en ficción estratégica, sino de verdad una alambrada de real prevención a su alrededor. Incluso no sería raro que Suecia y Finlandia, que han mantenido su neutralidad, se integren a la OTAN.
También con la invasión, después de que Rusia durante décadas con muchos esfuerzos y filigranas, logró un espacio amistoso con los países del medio oriente, áfrica, Oceanía y América Latina, ahora ha tirado todo por la borda.
Afortunadamente para Moscú, en nuestro continente cuenta con el apoyo de la próspera Nicaragua, ya que Maduro se le empezó a voltear y Cuba astutamente, le prende una vela a Dios y otra al diablo. Ya que justifica la invasión, pero lamenta la situación de Ucrania con la que ha tenido una cordial relación.
Por su parte China, aunque respalda a Putin, es cuidadosa y sabe muy bien que el manejo acertado de su posición será clave en su creciente proyección económica y política.
Putin se va a encontrar además con que, de la noche a la mañana y con la antipatía que genera en la comunidad internacional, las manifestaciones públicas, grandes o pequeñas, en los cinco continentes, serán en su contra.
El presidente ruso puede lograr sus objetivos estratégicos inmediatos, pero pagando un alto precio. No obstante haber sido jefe de la KGB, fracasó en su apreciación. No ha conseguido la seguridad que ha pregonado y por el contrario puede haber entrado en una condición de permanente riesgo.
¿Será acaso, que, en la hipótesis de la caída del gobierno ucraniano, no tendrá que lidiar con las guerrillas al estilo de los muyahidines de Afganistán?
Amanecerá y veremos.
(*) Excanciller y exembajador de Colombia. Analista, escritor y conferencista sobre Geopolítica y Relaciones Internacionales. Decano de la facultad de estudios internacionales, políticos y urbanos de la universidad del Rosario.
Más allá de la “internacional autoritaria”
Por Eduardo Barajas Sandoval
No falta quien piense que el presidente de Rusia es un comunista en hibernación. Nostálgicos de la era soviética o temerosos de la resurrección de un fantasma del pasado, coinciden, por ilusión o por miedo, en esa apreciación. Pero el fervor religioso del presidente, manifiesto en la canonización de la familia del Zar Nicolás Segundo, que entró en el santoral de la Iglesia Ortodoxa, y su exaltación del nacionalismo, demuestran que ya no cumple con la condición atea ni la militancia en el internacionalismo proletario.
En medio del justo afán por condenar la agresión a Ucrania, poco se ha reparado en argumentos de ese presidente sobre su país y la seguridad internacional, que es bueno tener en cuenta, en lugar de conformarse con la descalificación del personaje por haber pertenecido a la KGB, desconociendo la compleja índole de esa organización y el papel que jugaba en el epicentro estratégico de uno de los polos de la Guerra Fría.
El 29 de diciembre de 1999 el gobierno ruso publicó un documento firmado por Vladimir Putin, bajo el título “Rusia en el Umbral del Nuevo Milenio”. Era una reflexión sobre las perspectivas económicas, políticas y sociales del país después del desmonte del estado soviético. Dos días más tarde, Boris Yeltsin anunciaba su renuncia y encomendaba la presidencia a su primer ministro, autor del texto, hasta las elecciones siguientes.
El ”Mensaje del Milenio” convirtió a su redactor en la figura que mejor representaba los anhelos del país luego de esa última década dramática del Siglo XX, dedicada a buscar un nuevo modelo económico e institucional, y un nuevo rumbo. De ahí su éxito electoral inmediato, y los niveles de aceptación popular que le han dado un capital político contra el cual aún hoy sigue girando, así sea con el riesgo de irse a la quiebra.
En uno de los apartes de ese documento, el autor señala que “Durante la mayor parte del siglo XX, Rusia vivió bajo la doctrina comunista. Sería un error no reconocer los logros incuestionables de aquellos tiempos. Pero sería un error aún mayor no darse cuenta del precio escandaloso que nuestro país y su gente tuvieron que pagar por ese experimento social bolchevique. Es más, sería un error no comprender su futilidad histórica. El comunismo y el poder de los soviets no hicieron de Rusia un país próspero con una sociedad en desarrollo dinámico y un pueblo libre. El comunismo demostró vívidamente su incapacidad para fomentar un autodesarrollo sólido, condenando a nuestro país a quedarse rezagado con respecto a los países económicamente avanzados. Era un callejón sin salida, lejos de la corriente principal de la civilización.” Más lejos del comunismo, difícil.
Años más tarde, en febrero de 2007, ante la Conferencia de Seguridad de Múnich, el presidente ruso pronunció un discurso en el que advirtió que sería escueto al tratar los temas que correspondían a la reunión, sobre la premisa de que la seguridad va más allá de los asuntos políticos y militares, para incluir los de índole económica y social y el diálogo entre civilizaciones. Criticó abiertamente la idea del “mundo unipolar”, con su pretensión de que hubiese un solo centro de autoridad, de fuerza y de toma de decisiones. Subrayó que esa idea no tenía nada de democrático y que resultaba inaceptable, al punto de no ser idónea como fundamento moral de la civilización moderna. Recalcó que el manejo unilateral no resuelve los problemas, y que el uso de la fuerza en las relaciones internacionales sume al mundo en el abismo de conflictos permanentes, en medio del desdén por los principios del derecho internacional.
Criticó a los Estados Unidos por haber ido más allá de sus fronteras en todas direcciones, tratando de imponerse en lo económico, lo político, lo cultural y lo educacional, sobre otras naciones. Enfatizó que así nadie se podía sentir seguro y que ello conducía a fortalecer la carrera armamentista. Y concluyó que era preciso pensar seriamente en la arquitectura de la seguridad global, sobre la base de la búsqueda de equilibrios razonables entre los interesados en participar en un diálogo con ese propósito.
Un año después, invitado a una reunión de la OTAN que tuvo lugar en Bucarest, se encontró con la noticia de que las antiguas repúblicas socialistas soviéticas de Georgia y Ucrania estarían en la lista de aspirantes a formar parte de la Alianza Atlántica, y ahí mismo expresó su oposición de manera radical, al punto de afirmar que, si Ucrania lo hacía, tendría que hacerlo sin Crimea ni las regiones pro-rusas que ahora se declararon independientes.
Para no alargar la lista, en reunión del Club Internacional de Discusión de Valdai, celebrada en Sochi en 2014, el jefe del estado ruso afirmó que el sistema actual de seguridad mundial y regional no era capaz de proteger a nadie, y que los mecanismos ideados para mantener el orden mundial dejaron de girar en torno a la idea del respeto mutuo y la consulta para llegar a acuerdos. Recordó que la Guerra Fría no terminó con la firma de un tratado de paz con acuerdos claros y transparentes, y que los “vencedores” de esa guerra decidieron presionar los acontecimientos para satisfacer sus necesidades e intereses, y que, al no construir nada en su lugar, “nos quedaríamos sin más instrumentos que la fuerza bruta”.
Nada de lo anterior justifica el cambio dramático de argumentos ni la agresión a Ucrania, en violación del derecho internacional y los derechos humanos, y mucho menos el daño que representa la muerte o el ejercicio sistemático del terror contra millones de mujeres, hombres y niños inocentes. Aunque al tiempo vale cuestionar el desdén, la arrogancia y la irresponsabilidad con la que, desde algunas capitales occidentales, como Washington y Londres, se reaccionó ante la larga secuencia de reclamos del presidente ruso y se siguió adelante con planes expansivos y maniobras militares, como las del Mar Negro, vistas desde el otro lado como tizones lanzados a la cueva del oso.
Mención aparte merecen despistados, como los promotores de “América Primero”, que lo aclaman y corean su nombre tal vez porque lo consideran el jefe de una “Rusia Primero”, de la misma índole. Y también los ilusos que no han entendido que Moscú los trata porque le conviene ostentar que tiene apoyos en varios continentes, e ignoran que dentro del proyecto de renacimiento ruso pesan argumentos imperiales que provienen de la época de los zares, como el clásico trípode de “ortodoxia cristiana, autoridad y nación”, orientado al Siglo XXI y alejado de los valores soviéticos, con los que sueñan los anacrónicos que en el antiguo Tercer Mundo no han podido salir del Siglo XX.
No basta entonces con descalificar al presidente ruso por haber sumado, de hecho, su nombre a la “Internacional Autoritaria”, compuesta por autócratas, conservaduristas de derecha y de izquierda, que se las arreglan para mantenerse en el poder hasta que se vuelven viejos, cierran los medios de comunicación que se les oponen, echan a la cárcel a sus enemigos, prohíben a fondo la protesta social mientras critican hipócritamente a otros que no la saben manejar, se rodean de oligarcas que el mundo observa como cleptócratas ostentosos, manejan un discurso acomodaticio que interpreta la historia a su manera y se dan el lujo de amenazar a quien se les atraviese, tal vez como resultado de la embriaguez que produce el poder después de tantos años y de tanta adulación de sus beneficiarios.
La “internacional de la hipocresía” juega también un papel importante en todo esto, y no le sirve de cortina de humo el rasgarse ahora las vestiduras ante hechos que se habrían podido evitar si, en lugar de ufanarse como vencedores de un juego que nunca terminará, se hubieran ocupado a tiempo de no menospreciar a otros actores de la vida internacional y buscar, con generosidad y sin egoísmo, el equilibrio en un mundo que lo reclama y lo merece.
La guerra y la irracionalidad, la violencia y el cinismo. La población civil recluida en los sótanos, encerrada en sus viviendas esperando el impacto del misil y la muerte; esperando el fin, mientras los soldados matan y mueren, y los líderes gritan sus consignas, mienten y desinforman. Y los otros, escudan su cobardía en el silencio, enredan los argumentos en las normas inservibles del derecho internacional. Y los demás, miran en las pantallas la destrucción calculada de campos y ciudades, de ilusiones y afectos.
Matanzas que se cometen en nombre de todas las patrias, crímenes que se justifican bajo las banderas de cualquier imperio. Un hombre torvo, frío, amenaza desde su palacio de mármol y pronuncia discursos venenosos; un herido agoniza en la calle de una ciudad destruida; un tanque de guerra aplasta un auto; un anciano empuña un fusil antiguo para defender a su tierra. Una pareja se despide; un padre se queda en la estación, desolado, mientras el tren se lleva a su familia y un pañuelo se agita. Un avión de combate cruza el cielo y estremece los cristales.
Y lejos, en un estrado ampuloso, un hombre con inconfundible aire de político, habla y cita leyes y tratados, ante otros hombres que miran sus celulares y bostezan distraídos. Es el templo del derecho internacional, la instancia mayor de la civilización, el lugar donde teóricos y burócratas repiten su retórica. Es el templo donde los agentes de la diplomacia pactan, lucen sus corbatas y hacen gala de soberbia, mientras en la tierra arrasada por las bombas y la metralla, la gente huye, atesta los refugios, desespera en las estaciones, y los proyectiles estallan y destruyen casas y hospitales. Y una madre corre abrazada a su hijo.
Fuentes: El autor y https://www.semana.com/mundo/a rticulo/el-descalabro-de-putin -excanciller-julio-londono- analiza-las-sanciones-que- podrian-asfixiar-a-rusia/20220 0/ SEMANA- marzo 12, 2022
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Más allá de la “internacional autoritaria”
Por Eduardo Barajas Sandoval
No falta quien piense que el presidente de Rusia es un comunista en hibernación. Nostálgicos de la era soviética o temerosos de la resurrección de un fantasma del pasado, coinciden, por ilusión o por miedo, en esa apreciación. Pero el fervor religioso del presidente, manifiesto en la canonización de la familia del Zar Nicolás Segundo, que entró en el santoral de la Iglesia Ortodoxa, y su exaltación del nacionalismo, demuestran que ya no cumple con la condición atea ni la militancia en el internacionalismo proletario.
En medio del justo afán por condenar la agresión a Ucrania, poco se ha reparado en argumentos de ese presidente sobre su país y la seguridad internacional, que es bueno tener en cuenta, en lugar de conformarse con la descalificación del personaje por haber pertenecido a la KGB, desconociendo la compleja índole de esa organización y el papel que jugaba en el epicentro estratégico de uno de los polos de la Guerra Fría.
El 29 de diciembre de 1999 el gobierno ruso publicó un documento firmado por Vladimir Putin, bajo el título “Rusia en el Umbral del Nuevo Milenio”. Era una reflexión sobre las perspectivas económicas, políticas y sociales del país después del desmonte del estado soviético. Dos días más tarde, Boris Yeltsin anunciaba su renuncia y encomendaba la presidencia a su primer ministro, autor del texto, hasta las elecciones siguientes.
El ”Mensaje del Milenio” convirtió a su redactor en la figura que mejor representaba los anhelos del país luego de esa última década dramática del Siglo XX, dedicada a buscar un nuevo modelo económico e institucional, y un nuevo rumbo. De ahí su éxito electoral inmediato, y los niveles de aceptación popular que le han dado un capital político contra el cual aún hoy sigue girando, así sea con el riesgo de irse a la quiebra.
En uno de los apartes de ese documento, el autor señala que “Durante la mayor parte del siglo XX, Rusia vivió bajo la doctrina comunista. Sería un error no reconocer los logros incuestionables de aquellos tiempos. Pero sería un error aún mayor no darse cuenta del precio escandaloso que nuestro país y su gente tuvieron que pagar por ese experimento social bolchevique. Es más, sería un error no comprender su futilidad histórica. El comunismo y el poder de los soviets no hicieron de Rusia un país próspero con una sociedad en desarrollo dinámico y un pueblo libre. El comunismo demostró vívidamente su incapacidad para fomentar un autodesarrollo sólido, condenando a nuestro país a quedarse rezagado con respecto a los países económicamente avanzados. Era un callejón sin salida, lejos de la corriente principal de la civilización.” Más lejos del comunismo, difícil.
Años más tarde, en febrero de 2007, ante la Conferencia de Seguridad de Múnich, el presidente ruso pronunció un discurso en el que advirtió que sería escueto al tratar los temas que correspondían a la reunión, sobre la premisa de que la seguridad va más allá de los asuntos políticos y militares, para incluir los de índole económica y social y el diálogo entre civilizaciones. Criticó abiertamente la idea del “mundo unipolar”, con su pretensión de que hubiese un solo centro de autoridad, de fuerza y de toma de decisiones. Subrayó que esa idea no tenía nada de democrático y que resultaba inaceptable, al punto de no ser idónea como fundamento moral de la civilización moderna. Recalcó que el manejo unilateral no resuelve los problemas, y que el uso de la fuerza en las relaciones internacionales sume al mundo en el abismo de conflictos permanentes, en medio del desdén por los principios del derecho internacional.
Criticó a los Estados Unidos por haber ido más allá de sus fronteras en todas direcciones, tratando de imponerse en lo económico, lo político, lo cultural y lo educacional, sobre otras naciones. Enfatizó que así nadie se podía sentir seguro y que ello conducía a fortalecer la carrera armamentista. Y concluyó que era preciso pensar seriamente en la arquitectura de la seguridad global, sobre la base de la búsqueda de equilibrios razonables entre los interesados en participar en un diálogo con ese propósito.
Un año después, invitado a una reunión de la OTAN que tuvo lugar en Bucarest, se encontró con la noticia de que las antiguas repúblicas socialistas soviéticas de Georgia y Ucrania estarían en la lista de aspirantes a formar parte de la Alianza Atlántica, y ahí mismo expresó su oposición de manera radical, al punto de afirmar que, si Ucrania lo hacía, tendría que hacerlo sin Crimea ni las regiones pro-rusas que ahora se declararon independientes.
Para no alargar la lista, en reunión del Club Internacional de Discusión de Valdai, celebrada en Sochi en 2014, el jefe del estado ruso afirmó que el sistema actual de seguridad mundial y regional no era capaz de proteger a nadie, y que los mecanismos ideados para mantener el orden mundial dejaron de girar en torno a la idea del respeto mutuo y la consulta para llegar a acuerdos. Recordó que la Guerra Fría no terminó con la firma de un tratado de paz con acuerdos claros y transparentes, y que los “vencedores” de esa guerra decidieron presionar los acontecimientos para satisfacer sus necesidades e intereses, y que, al no construir nada en su lugar, “nos quedaríamos sin más instrumentos que la fuerza bruta”.
Nada de lo anterior justifica el cambio dramático de argumentos ni la agresión a Ucrania, en violación del derecho internacional y los derechos humanos, y mucho menos el daño que representa la muerte o el ejercicio sistemático del terror contra millones de mujeres, hombres y niños inocentes. Aunque al tiempo vale cuestionar el desdén, la arrogancia y la irresponsabilidad con la que, desde algunas capitales occidentales, como Washington y Londres, se reaccionó ante la larga secuencia de reclamos del presidente ruso y se siguió adelante con planes expansivos y maniobras militares, como las del Mar Negro, vistas desde el otro lado como tizones lanzados a la cueva del oso.
Mención aparte merecen despistados, como los promotores de “América Primero”, que lo aclaman y corean su nombre tal vez porque lo consideran el jefe de una “Rusia Primero”, de la misma índole. Y también los ilusos que no han entendido que Moscú los trata porque le conviene ostentar que tiene apoyos en varios continentes, e ignoran que dentro del proyecto de renacimiento ruso pesan argumentos imperiales que provienen de la época de los zares, como el clásico trípode de “ortodoxia cristiana, autoridad y nación”, orientado al Siglo XXI y alejado de los valores soviéticos, con los que sueñan los anacrónicos que en el antiguo Tercer Mundo no han podido salir del Siglo XX.
No basta entonces con descalificar al presidente ruso por haber sumado, de hecho, su nombre a la “Internacional Autoritaria”, compuesta por autócratas, conservaduristas de derecha y de izquierda, que se las arreglan para mantenerse en el poder hasta que se vuelven viejos, cierran los medios de comunicación que se les oponen, echan a la cárcel a sus enemigos, prohíben a fondo la protesta social mientras critican hipócritamente a otros que no la saben manejar, se rodean de oligarcas que el mundo observa como cleptócratas ostentosos, manejan un discurso acomodaticio que interpreta la historia a su manera y se dan el lujo de amenazar a quien se les atraviese, tal vez como resultado de la embriaguez que produce el poder después de tantos años y de tanta adulación de sus beneficiarios.
La “internacional de la hipocresía” juega también un papel importante en todo esto, y no le sirve de cortina de humo el rasgarse ahora las vestiduras ante hechos que se habrían podido evitar si, en lugar de ufanarse como vencedores de un juego que nunca terminará, se hubieran ocupado a tiempo de no menospreciar a otros actores de la vida internacional y buscar, con generosidad y sin egoísmo, el equilibrio en un mundo que lo reclama y lo merece.
(*)Exembajador de Colombia. Director y moderador del Observatorio de actualidad Internacional de la U. del Rosario. Exrector Universitario. Decano y docente titular en U. del Rosario. Analista y escritor sobre temas de gobernanza y geopolítica.
Fuentes: El autor y https://www.elespectador.com/o pinion/columnistas/eduardo-bar ajas-sandoval/mas-alla-de-la- internacional-autoritaria/ EL ESPECTADOR 15 de marzo de 2022
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Sin novedad en el frente (*)
Fabián Corral B.
La guerra y la irracionalidad, la violencia y el cinismo. La población civil recluida en los sótanos, encerrada en sus viviendas esperando el impacto del misil y la muerte; esperando el fin, mientras los soldados matan y mueren, y los líderes gritan sus consignas, mienten y desinforman. Y los otros, escudan su cobardía en el silencio, enredan los argumentos en las normas inservibles del derecho internacional. Y los demás, miran en las pantallas la destrucción calculada de campos y ciudades, de ilusiones y afectos.
Matanzas que se cometen en nombre de todas las patrias, crímenes que se justifican bajo las banderas de cualquier imperio. Un hombre torvo, frío, amenaza desde su palacio de mármol y pronuncia discursos venenosos; un herido agoniza en la calle de una ciudad destruida; un tanque de guerra aplasta un auto; un anciano empuña un fusil antiguo para defender a su tierra. Una pareja se despide; un padre se queda en la estación, desolado, mientras el tren se lleva a su familia y un pañuelo se agita. Un avión de combate cruza el cielo y estremece los cristales.
Y lejos, en un estrado ampuloso, un hombre con inconfundible aire de político, habla y cita leyes y tratados, ante otros hombres que miran sus celulares y bostezan distraídos. Es el templo del derecho internacional, la instancia mayor de la civilización, el lugar donde teóricos y burócratas repiten su retórica. Es el templo donde los agentes de la diplomacia pactan, lucen sus corbatas y hacen gala de soberbia, mientras en la tierra arrasada por las bombas y la metralla, la gente huye, atesta los refugios, desespera en las estaciones, y los proyectiles estallan y destruyen casas y hospitales. Y una madre corre abrazada a su hijo.
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Es la guerra, es la estupidez consentida por el cálculo y la diplomacia. Es la matanza. Es la misma guerra de hace siglos, la que fundó las naciones sobre los cadáveres y las ruinas. Es la misma guerra de la noche de los cristales rotos, la que se inició con la quema de libros y herejes. La guerra que se hizo en nombre de todos los dioses y de todas las patrias. La misma guerra de los bárbaros con espadas y con hachas. La de las trincheras, los saqueos y los paredones. Ahora es más sofisticada, más eficiente, arrasa a conciencia, liquida a fondo, esclaviza en nombre de la liberación y de la soberanía de un país que agoniza.
Después de los días aciagos, volverán los soldados sobrevivientes, irán a buscar sus casas que ya no están, a sus familias que murieron y a sus hijos que emigraron, y encontrarán montones de ruinas y millones de dolores. Y dirán, entre la soledad y el agobio, alta la voz que nadie escuchará, pero dirán, con un nudo en la garganta: “sin novedad en el frente”.
En memoria de Ucrania.
26 febrero 2022
Es la guerra, es la estupidez consentida por el cálculo y la diplomacia. Es la matanza. Es la misma guerra de hace siglos, la que fundó las naciones sobre los cadáveres y las ruinas. Es la misma guerra de la noche de los cristales rotos, la que se inició con la quema de libros y herejes. La guerra que se hizo en nombre de todos los dioses y de todas las patrias. La misma guerra de los bárbaros con espadas y con hachas. La de las trincheras, los saqueos y los paredones. Ahora es más sofisticada, más eficiente, arrasa a conciencia, liquida a fondo, esclaviza en nombre de la liberación y de la soberanía de un país que agoniza.
Después de los días aciagos, volverán los soldados sobrevivientes, irán a buscar sus casas que ya no están, a sus familias que murieron y a sus hijos que emigraron, y encontrarán montones de ruinas y millones de dolores. Y dirán, entre la soledad y el agobio, alta la voz que nadie escuchará, pero dirán, con un nudo en la garganta: “sin novedad en el frente”.
En memoria de Ucrania.
26 febrero 2022
PD: este escrito fue recomendado a PGV por la abogada, exmagistrada y docente universitaria Marina Hofmann.
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Mujer
Cuando dejas de sentir carencias, todas las cosas vuelven a tí.
Cuando cesas de pelearte con el mundo, todos se acercan para hablarte de amor.
Cuando aceptas, transformas.
Cuando te atreves a intentar lo nuevo, desaparecen los condicionamientos y el mundo te sorprende.
Cuando te vuelves blanda como el agua, penetras todos los poros de la tierra.
Cuando comienzas a mirarte, desaparece el mundo.
Cuando dejas ir lo que no es para tí, ese vacío atrae lo que realmente te pertenece.
Cuando te pierdes, te encuentras.
Cuando te decides, esa determinación encuentra a quién eres, y te susurra lo que quieres.
Cuando renuncias a la guerra, ganas la batalla.
Cuando aquietas tu mente, todo un universo se pone a tus pies.
Cuando no te apresuras, todo se acerca hacia tí.
Cuando dejas de querer controlar, el mundo se acomoda a sí mismo. Cuando eliges no reaccionar, cambia el resultado.
Cuando aceptas los cambios y la incertidumbre, dejas de sufrir.
Cuando te vuelves humilde, el mundo te pertenece.
Cuando te encuentras a tí misma, cesa la búsqueda.
Cuando abrazas tu dolor, lo conviertes en amigo.
Cuando te vuelves consciente, aparece la Diosa qué hay en ti.
Del muro de Diosa mujer y empoderamiento
Fuente: facebook.com/mujersemilla/mujeragua/...
PD: Este texto fue recomendado a PGV por la Odontóloga y Especialista en Gerencia Hospitalaria Esperanza Arias Rodrígez.
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Imagen: Pin de Hugo Arias en PGV - co.pinterest.com
Es muy importante conocer, el contexto de la Guerra a nivel internacional. Dios proteja y cuide y de paz a las personas del mundo entero 🙏
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