PGV .- Edición 312- Sábado 6, noviembre, 2021 - "La Universidad Pública necesita un liderazgo colectivo y transformador" - y más temas
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“La universidad pública necesita un liderazgo colectivo y transformador”
“La universidad es una institución universal, científica, autónoma y corporativa cuya tarea esencial es la gestión del conocimiento, y cuyp propósito principal es la formación integral”, señaló la directiva en el Teatro José Consuegra Higgins, de la Universidad Simón Bolívar de Barranquilla, institución anfitriona del evento, organizado de manera conjunta entre el Ministerio de Educación Nacional (MEN) y el Consejo Nacional de Educación Superior (CESU).
Agregó que dicha formación implica el desarrollo tanto de las aptitudes necesarias para un ejercicio profesional de alta calidad –basado en un conocimiento sólido del campo de acción y en el aprendizaje permanente– como en las actitudes necesarias para el ejercicio de la ciudadanía y el establecimiento de los vínculos que requiere la convivencia pacífica y solidaria.
Según la docente, “la universidad es una institución viva, activa, solidaria y sostenible que ha tenido que responder a los múltiples cambios del contexto –históricos, sociales, culturales, económicos y tecnológicos– en el que se inscribe, y ha logrado sobrevivir a las situaciones más difíciles sin renunciar a su naturaleza de organización centrada en la gestión del conocimiento”.
Retos del Gobierno institucional
La Rectora afirmó que “las universidades públicas necesitan desarrollar un liderazgo colectivo y transformador soportado en la voz y el trabajo coordinado de toda la comunidad universitaria, que busca cumplir los fines institucionales a través de la armonización de las funciones misionales para la integración institucional con la sociedad y la construcción de nación”.
Por ejemplo, señaló que en la UNAL se ha invitado a la comunidad universitaria, y a la ciudadanía en general, a formar parte de la construcción colectiva del Plan de Desarrollo Institucional 2022-2024 y el Plan Estratégico Institucional con horizonte al 2034.
Lo anterior, alineando propósitos, valores y acciones en cuatro ejes claves que aporten al desarrollo sostenible y sustentable del país: la construcción de nación, paz sostenible y desarrollo desde los territorios, el liderazgo académico nacional en un entorno global, la armonización de las funciones misionales para la formación integral y la universidad autónoma y sostenible.
Capacidad de resiliencia
Durante su intervención, la profesora Montoya mencionó que, en medio de las múltiples crisis, las instituciones de educación superior (IES) han tenido la capacidad de ser resilientes y flexibles al modificar la forma en que desarrollan las funciones misionales “para mantenernos vivas, activas, solidarias y sostenibles, asumiendo nuevos compromisos con la sociedad y el planeta”.
Indicó además que el hecho de que la universidad se mantenga viva significa hoy que tiene la tarea estratégica para la humanidad de contribuir al sostenimiento de la vida en el planeta.
“La actual pandemia nos ha enseñado que nuestras instituciones deben mantenerse vivas cuidando la vida de los miembros de su comunidad, de sus familias y en general de la sociedad. Desde su origen, las universidades han trabajado para garantizar este derecho fundamental”.
“Las IES se han mantenido activas ejerciendo sus funciones misionales y respondiendo siempre, a pesar de las dificultades, a las necesidades de la sociedad: no huimos a las crisis, sino que las enfrentamos y superamos con nuestro conocimiento”, concluyó la directiva.
El Foro Gobierno Institucional en la Educación Superior: Perspectivas y Retos en Contextos de Cambio tiene como foco y centro de reflexión el gobierno institucional, analizando tendencias mundiales y el sistema colombiano desde una perspectiva histórica y prospectiva.
Fuente:http://agenciadenoticias.unal.edu.co/detalle/la-universidad-publica-necesita-un-liderazgo-colectivo-y-transformador
PD: este texto fue recomendado, gentilmente, a PGV por nuestro colaborador el abogado Mauricio García.
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Episodios de una guerra que no fue guerra
Julio Londoño Paredes (*)
El conflicto entre Colombia y el Perú, surgido a raíz de la toma de Leticia por un grupo de civiles y militares peruanos en la madrugada del 1° de septiembre de 1932, culminó el 25 de mayo del año siguiente, cuando los dos países firmaron en Ginebra un acuerdo propiciado por la Liga de las Naciones, predecesora de las Naciones Unidas.
Se había supuesto que el conflicto sería una sucesión de batallas como la de Verdún, en la contienda mundial que había culminado apenas 14 años atrás. O también como las de la sangrienta guerra del Chaco entre Bolivia y Paraguay, que simultáneamente acontecía, en la que murieron entre 100000 y 130000 soldados, resultaron 40000 heridos y 21000 fueron hechos prisioneros.
El presidente Olaya Herrera había abierto una gran colecta nacional a fin de recaudar fondos para comprar armamentos y organizar la recuperación del trapecio amazónico. Centenares de colombianos entregaron todas sus joyas, incluyendo las argollas de matrimonio.
Miles se presentaron para engrosar las filas del ejército, mientras que damas de la alta sociedad se ofrecían como enfermeras para atender a los heridos en combate
Sin embargo, las batallas no se dieron y el único combate de alguna significación fue la toma de la localidad peruana de
Güepí, en la margen derecha del rio Putumayo, el 26 de marzo de 1933 en la que murieron 16 colombianos y 27 peruanos.
Sin tener en cuenta los efectos reales de la combinación de las acciones militares y las gestiones diplomáticas que culminaron con la devolución del trapecio a Colombia, surgieron todo tipo de críticas.
Roberto Restrepo, médico oncólogo, nacido en el municipio de Filandia, hoy en el departamento del Quindío, escribió el librito “La Historia de la Guerra entre Candorra y Tontul”, una mordaz crítica a la guerra entre los dos países. Se consideró que la victoria se medía por el número de muertos.
Se olvidó que durante un año y mientras se celebraban negociaciones entre los dos países en Rio de Janeiro, Leticia fue administrada por una comisión de la Liga de las Naciones, que tuvo a su disposición un contingente de fuerzas militares colombianas, que hacían el papel de los actuales cascos azules de la ONU.
Los miembros de la Comisión tenían todo tipo de prebendas. El presidente era el Capitán de Fragata Lemos del Basto de la marina brasilera, que sin mayor recato decía que la suerte de Colombia y la del Perú estaba en manos de su país.
Igualmente, hacía parte de la Comisión el coronel Arthur Brown, que pertenecía a la justicia militar de los Estados Unidos e ignoraba por completo la situación. Afirmaba que su designación le venía como anillo al dedo para “cuadrarse económicamente”.
Otro de los miembros era el capitán de la aviación española, Francisco Iglesias, que logró el cargo por gestión de Salvador de Madariaga, que tenía gran influencia en la Liga de las Naciones.
Como sucede ahora con ciertos burócratas de algunos organismos internacionales que pasan por nuestro país, los miembros de la Comisión se consideraban como “virreyes”, que tenían en sus manos la suerte del gobierno de Colombia.
Aprovecharon el temor reverencial que generaban.
(*) Excanciller y exembajador de Colombia. Escritor sobre gobernanza y geopolítica. Decano de la facultad de estudios internacionales, políticos y urbanos de la universidad del Rosario.
Fuentes: El autor y https://www.semana.com/opinion
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