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Reflexiones en torno a la mentira y la política
(texto parcial tomado para PGV)

lustración: "La política de la mentira- Global Política" en globalpoliticsandlaw,com - bajada para PGV
Marco Estrada Saavedra
Introducción (texto parcial):
la institucionalización de la mentira en la política como
el peor de los mundos posibles
PROBABLEMENTE SERÍA UN EJERCICIO ESTÉRIL
Levantar una encuesta entre la ciudadanía mexicana para llegar a la conclusión esperable de que la representación pública predominante que se tiene de la política es la de un negocio
sucio, una actividad desvergonzada y costosa, tal vez un mal no del todo
necesario que padecemos y en el que participan hombres y mujeres
inescrupulosos, ávidos de poder, con una tendencia —que raya en la patología psicológica— a la notoriedad.
Y no habría razón para asombrarnos, en
consecuencia, de que tanto los políticos como los funcionarios públicos tengan, en la imaginación popular, la fama de traicioneros, corruptos, oportunistas, poco honorables y que obran, sobre todo, en beneficio particular a
costa de la mayoría.
Ciertamente este cuadro de la política y sus actores no es
muy alentador, ni da pie, mucho menos, a abrigar esperanza alguna de que
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las cosas vayan a mejorar en el futuro.
Así, pues, aquél que verdaderamente
se escandalice al leer en el diario que un político ha sido pillado flagrantemente
en sus embustes —como acaso pasó en fechas recientes con los presidentes
de México y Cuba y el triste espectáculo que nos ofrecieron, o, para traer a
mientes un ejemplo actual del ámbito internacional, el escándalo en ciernes
que está siendo provocado por el cuestionamiento creciente de la veracidad
de la información de inteligencia (como por ejemplo la posesión del gobierno iraquí de armas de destrucción masiva listas a ser utilizadas para multiplicar el terror en Occidente) que utilizaron los gobiernos estadounidense y británico para justificar, ante sus respectivos pueblos, la ONU y la opinión pública
mundial, el “ataque preventivo” contra Irak—, pecaría, qué duda cabe, de ingenuidad, de una ausencia lamentable de realismo, diríamos.
Sin ningún apuro,
el buen sentido haría la ecuación entre política y mentira. Y nadie repararía
en dicha fórmula por ser casi una evidencia de sentido común. Pero he aquí
justamente que deberíamos sentirnos pasmados, pues si en verdad aceptásemos
sin más que la política es mentira, y si realmente nos conduciésemos en
concordancia con este parecer, entonces ni la política ni la democracia serían posibles.
Aún más: habría que vernos obligados a afirmar que, bien vistas las cosas y a pesar de todas las creencias de sentido común y de las farsas,
unas veces chuscas y otras más, deplorables, que se representan diariamente
en la escena pública, la política y la mentira son esencialmente incompatibles.
Esta pareja de sencillas tesis no son síntomas de escapismo idealista
sobre los asuntos políticos, ni afiebradas elucubraciones producto de una
visión normativa de la democracia. Al contrario, las entiendo como realistas
—y si se quiere, propias de una sana Realpolitik—.
Para evitar malentendidos, no estoy afirmando que la corrupción o la
mentira entre políticos y funcionarios públicos sean todo lo contrario de un
azote para nuestra comunidad política. Nada más lejano a la realidad. Sin
embargo, hasta el político mentiroso y corrupto tiene que proceder de tal
forma que haga compatible su comportamiento público con las leyes y normas, así como con los valores, creencias, expectativas y formas legítimas de
conducta que conforman, organizan y hacen posible nuestra esfera política,
si no quiere ser inmediatamente descubierto y sancionado política y judicialmente. Estas tesis tampoco son un alegato en favor de la (re)introducción de
la moral en los asuntos políticos.
Mi intención no se emparenta con ningún
proyecto neoconservador de moralización de la política —cosa que encontraría funesta, pues la moral no debe gozar de carta de ciudadanía en el ámbito político, como más adelante abundaré—. Argumento, entonces, en términos estrictamente políticos.
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Una vez aclarado lo que no quiero dar a entender, me dispongo a hacer
mis ideas plausibles y a abogar por la verdad como fundamento de una cultura de transparencia en la democracia, que ciudadanos, políticos y funcionarios públicos —es decir, todos aquellos preocupados por el interés público— deben compartir y fomentar si es que no quieren poner en riesgo la
salud de nuestra república.
La realidad del mundo social y los fundamentos discursivos
de la política
Sea ocasional o sea toda una práctica consuetudinaria de una persona o un
grupo de personas que ejercen determinada autoridad pública, la mentira en
la política atenta contra algunas de las condiciones y los fundamentos de
posibilidad de la política misma; específicamente de la libertad, la igualdad, la pluralidad, la publicidad, la solidaridad y la mundanidad.
Por condiciones y fundamentos de posibilidad entiendo todo aquello —y seguramente
algunas cosas más que no estoy, ahora, considerando— sin lo cual sería imposible que existiera algo así como la política —y en nuestro caso, la política
en la democracia—. Debido a ello, la mentira en la vida pública es y debe ser
censurable y desacreditada no desde una posición moral, sino, principal y
exclusivamente, desde una posición consecuente con la política.
Con el fin de fundamentar mi proposición, deseo, primero, exponer con
toda brevedad cómo vivimos y experimentamos la realidad de nuestro mundo social, para, después, explicar la relevancia de la opinión pública en la
fundación de legitimidad del orden político democrático. Una vez satisfecho
lo anterior, podré entrar propiamente en la materia de este ensayo.
Según Alfred Schütz,1
la realidad social es vivida, experimentada y entendida por los hombres como algo de suyo evidente. En términos generales,
las personas no cuestionan el carácter real de los sucesos, sus semejantes o
los objetos de su mundo social; simplemente los dan por ciertos y verdaderos. En efecto, los presuponen, si se quiere, ingenuamente. Es un mundo en
el que han nacido, es decir, anterior a ellos, que esperan continúe existiendo
después de su muerte, y que sus sucesores experimentarán e interpretarán en
forma semejante a la suya.
La realidad del mundo social se manifiesta como
una realidad pública, intuitivamente compartida por otros y, en consecuencia, válida para todos; es una realidad creada y mantenida intersubjetivamente.
1 Véase Alfred Schütz y Thomas Luckmann, Las estructuras del mundo de la vida, Buenos Aires, Amorrortu, 1977, en especial el cap. 1.
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De tal suerte, y porque funge como un “marco común de referencia e interpretaciones”, nos podemos comunicar sin mayores reparos y percances, así
como ponernos de acuerdo sobre fenómenos, eventos, personas y cosas de
nuestro mundo. En una palabra, la realidad del mundo social es una realidad
simbólica y significativamente estructurada, en la cual nos entendemos y
podemos actuar.
Es verdad, por lo demás, que la cadena de evidencias de la realidad mundana se ve interrumpida, de vez en cuando, al entrar en crisis un aspecto de ésta, por causas que ahora no interesa precisar; por lo que allí, donde reinaba la
certidumbre, ahora aparecen problemas de incoherencia.
Nos percatamos de
que nuestro conocimiento acerca de nuestro mundo —por cierto, producido
y distribuido socialmente y mediante el cual evaluamos e interpretamos la
realidad— es deficiente, poco sistematizado y que no alcanza, para decirlo
coloquialmente, a remendar esa pequeña rotura que ha surgido en el tejido
de la realidad. Pero como sólo es un pequeño sector de la misma el que ha
quedado afectado, por lo general nos contentamos con dar respuestas y explicaciones de tipo pragmático para “salir al paso” y continuar con nuestros
negocios “hasta nuevo aviso” como si no hubiera pasado gran cosa. De esta
manera, se reestablece la cadena de evidencias y certezas que constituyen
nuestra realidad social.
Para la persona entregada a sus faenas diarias en el
hogar, el taller o la oficina, la disonancia cognitiva resultante de la pequeña
crisis de sentido no es una invitación, como lo sería para el filósofo o el
científico, para cuestionarse metódicamente sobre los fundamentos de verdad de esa realidad cotidiana y relativamente estable que la presencia, comportamiento y creencia de otros convalida y asegura como intersubjetivamente real, verdadera y coherente.
En este sentido, en el mundo social pasa por real todo lo que aparece y
que una variedad de personas pueden atestiguar como verdadero, por lo tanto es común y confiable a todos. En consecuencia, nos podemos poner de
acuerdo acerca de ello con grandes probabilidades de éxito, así como actuar
en referencia a dicho estado de cosas. Lo real es experimentado como relativamente semejante para todos y cada uno de nosotros.
Así, a pesar de la
multiplicidad de perspectivas desde la cual es observado y vivido, mantiene
su identidad sustancial como la misma cosa, evento o persona para todos y
2 No me es posible hablar en este espacio sobre los principios sociales de constitución de
la realidad del mundo social, que implican la naturalización y legitimación de una visión
arbitraria de grupos sociales dominantes material y simbólicamente capaces de organizar el
conjunto de las relaciones de la sociedad.
Su puesta entre paréntesis, sin embargo, no afecta al
núcleo de mi argumentación. Para el tema, en general, consúltese Pierre Bourdieu, Le sens
pratique, París, Les Éditions de Minuit, 1980, en especial el cap. 3 del libro I.
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cada uno.
Nuestros semejantes son, por tanto, condición necesaria de la realidad de las cosas, eventos y personas de nuestro mundo social. Su testimonio sobre dicha realidad libera al individuo de la sospecha solipsista de que
todo no es más que mera ilusión, un sueño u obra de un demonio cartesiano.
Estos breves, pero para el objetivo del presente ensayo, suficientes comentarios acerca de la realidad del mundo social como un índice de verdad
intersubjetivamente compartido, me permiten dar el segundo paso para introducirnos posteriormente a la cuestión que aquí nos concierne. La realidad
del mundo político también puede ser abordada desde la misma perspectiva.
Una república, como la nuestra, posee un doble fundamento como institución: uno legal, como Estado de derecho o “gobierno de las leyes”, y el otro
político como opinión pública, que corresponde más bien a la legitimidad
del gobierno y de sus acciones. Ambos pilares son necesarios e interdependientes para sostener la institución republicana. Del primero no agregaré
más. Sobre el segundo, me gustaría aseverar que, al igual que la realidad del
mundo social, la de la esfera política está constituida intersubjetiva y simbólicamente por medio de opiniones y creencias compartidas. En efecto, el
gobierno, y más que ningún otro, el republicano, descansa en la opinión
pública. David Hume afirmaba en On the First Principles of Government,
en general, que:
3 No está por de más enfatizar que la “verdad” tal y como la entiendo en este escrito ha de
entenderse desde la perspectiva de los actores enraizados en su mundo de vida. En este sentido, los criterios para distinguir qué es verdad y qué es mentira han de buscarse en el marco común de referencia e interpretaciones del colectivo en cuestión......
Fuente de consulta: https://www.redalyc.org - redalyc.Reflexiones en torno a la mentira y la política
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El desastre de los “errores de cálculo”
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