PGV - EDICIÓN miércoles 16 de diciembre de 2020

 

"fuiste niño pobre o niño rico?" crédito: Getty images  - bajada para PGV






¡ De un niño pobre a uno rico ! 

Poema de David Fernández Fis

De El Poeta de fuego en Poemas del Alma 


Hoy quiero decirte

desde mi corazon

lo que estoy sufriendo yo

por no tener lo que tu.

 

No tengo zapatos ni ropas

ando descalzo y sin rumbo

por las calles de este mundo

y sin nadie que me de un beso.

 

Me levanto de cualquier portal

y voy a cualquier laton o tiesto

buscando algo que comer

de los que botan deshechos.

 

Paso mis fiebres y dolores

solito y con mucho frio

con sabanas de cartones

periodicos y recortes.

 

No tengo ningun juguete

ni perrito ni gatito

solo algun que otro

que viene a jugar conmigo.

 

No tengo muchos amigos

todos andan como yo

buscando que comer en un laton

o muriendo de dolor.

 

Tengo mis piesitos hinchados

mi corazon confundido

y hasta muchas veces hasta pienso

en marcharme de este mundo.

 

Tu sin embargo lo tienes todo

padre,madre,hermanos y juguetes,

ropas de lujo,retrete,

un pequines y un gato,

ropas de marca,zapatos,

cama,sabanas limpias,coche,

lamparitas te alumbran tu cuarto de noche

y hasta de paseo te llevan

en lujoso auto,sonriendo y sin llantos,

mientras yo siendo pobre,mis huesitos no estan sanos.

 

Si te han educado mal

sobres nuestras situaciones

fija tus ojitos en nosotros

y sabras de la pobreza.


Lo que es pasarse la niñes

en la mas sucia miseria

yo no quiero ser rico como tu

ni te envidio tu riquezas

solo te digo hermanito

que seria muy bonito

solo crecer como un niño

muy normal segun la naturaleza

que no haya hambres ni enfermedades

que no hayan niños en pobreza.


Que todos seamos iguales

de los pies a la cabeza

que haya justicia en el mundo,

que exista la paz en la tierra,

porque Dios creo este mundo

para vivir sin tristezas

no para esos desgraciados ricos

a los que le servimos de presas

los que nos viran la cara

e ignoran nuestras miserias.

 

No te critico hermanito

solo quiero alertarte

para que cuando seas grande

no seas igual que tus padres,

hay ricos de dinero

y ricos de almas grandes

seas tu rico de corazon

que es la mayor riqueza

nunca pierdas la cabeza

y ayuda al necesitado

que este mundo da muchas vueltas

y el mejor dia.....!ESTARAS COMO YO ABANDONADO!

Fuentewww.poemas.delalma.com   


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Lo que nos dijo Nietzsche sobre el sufrimiento y la enfermedad

Por Luis Miguel Oliveiras 

Ilustración fotográfica de Nietzsche en gettyimages.com.mx - bajada para PGV

Estimado Lector,

A los 4 años el pequeño Friedrich Nietzsche perdió a su padre, a quien adoraba.

Poco después llegó la muerte de su hermano pequeño, Joseph.

Y además siendo estudiante contrajo sífilis, una enfermedad infecciosa que causa mucho dolor e incluso puede ser mortal.

De hecho, por ese motivo el célebre filósofo pasó el resto de su vida abrumado por náuseas, vómitos y terribles dolores de cabeza.

A veces permanecía días enteros bajo una completa ceguera.

Obligado a abandonar la brillante carrera universitaria que le esperaba, se refugió en una modesta habitación alquilada a un agricultor en la Suiza profunda, el único lugar donde su frágil salud le permitía sobrevivir.

En el invierno de 1880 cayó en lo que él mismo denominó el “agujero negro de su existencia”. Estaba al fondo del abismo, al borde del suicidio.

Y entonces conoció a una joven de origen ruso, Lou Andreas-Salomé, con quien parecía que al fin había hallado la felicidad.

La aventura, en cambio, pronto se tornó en un fiasco.

Ella abandonó a Nietzsche en 1883, dejándole profundamente herido:

“No entiendo en absoluto cuál es el punto de la vida […] ¡Todo es aburrido, doloroso, asqueroso!”, diría él.

Ciertamente no tuvo más que decepciones con las mujeres (¿quizá asustadas por su enorme bigote?). “Gracias a tu esposa eres cien veces más feliz que yo”, le escribió a un amigo.

La sífilis, que ataca el cerebro, no dejaba de ganar terreno. Se estaba volviendo loco. Fue internado en un hospital psiquiátrico y murió en extrema pobreza a la edad de 55 años.

Lecciones de un fracasado sobre el sufrimiento

Por increíble que hoy parezca, los libros de Nietzsche no tuvieron éxito durante su vida. Pero es bastante lógico: ¡estaba totalmente fuera de sintonía con sus coetáneos!

Eso lo llevó a vivir en una gran pobreza y sintiéndose completamente incomprendido.

Es decir, que experimentó en sus propias carnes el sufrimiento, ante el que nos dejó una enorme lección.

Para Nietzsche todos tenemos áreas oscuras en nuestra vida. Todos afrontamos dificultades que nos parecen insuperables. Todos conocemos el fracaso.

La mayoría de filósofos han tratado de ayudarnos a reducir nuestro sufrimiento dándonos consuelo y consejos para deshacernos de nuestro dolor.

Friedrich Nietzsche no.

Él creía que el sufrimiento y el fracaso son en realidad la clave de la felicidad y, por lo tanto, deben ser recibidos con alegría.

Para él solo se alcanza la felicidad al superar un desafío y, por ello, cuanto mayor y más difícil es este, mayor será la alegría que lo acompañe.

Es el mismo mecanismo por el que un alpinista busca montañas cada vez más altas y más difíciles de encumbrar. Es desde la cima de estas montañas, las más elevadas, desde donde uno puede contemplar las vistas más hermosas y respirar el aire más puro tras haber culminado su hazaña (por no hablar de que las paredes más vertiginosas son también las que tienen la belleza más fascinante).

La ventaja del sufrimiento

A diferencia de muchos otros filósofos, Nietzsche creía que era una ventaja experimentar serias decepciones en su vida.

En un momento dado, escribió:
“A todos los que me importan les deseo sufrimiento, abandono, enfermedad, maltrato, deshonra. Deseo que no se salven ni del profundo desprecio de uno mismo ni del martirio de la desconfianza hacia uno mismo. No tengo piedad de ellos, porque les deseo lo único que puede mostrar hoy si un hombre es valioso o no […]”.
Para lograr algo que valga la pena, creía Nietzsche, uno debe hacer esfuerzos gigantescos y superar numerosas dificultades.

“No es a través del genio, es a través del sufrimiento, solo por él, que dejamos de ser una marioneta”, diría su discípulo Emil Cioran años después.
A

La dificultad y el dolor como norma

La diferencia que vemos entre quiénes somos y quiénes creemos que podríamos llegar a ser nos causa dolor.

Pero, por supuesto, ese sufrimiento no es suficiente. De lo contrario, ¡todos seríamos genios! El desafío es responder bien al dolor.

Nietzsche pensó que deberíamos mirar nuestros problemas como un jardinero mira sus plantas. El jardinero transforma las raíces y los tubérculos, muy feos, en bonitas plantas con flores y frutos.

Pues bien, nosotros, en nuestras vidas, podemos tomar las cosas “feas” y trabajarlas hasta lograr algo hermoso.

Y es importante saber cómo actuar frente a los grandes retos que plantea la situación:

Por un lado, la envidia puede llevarnos a dañar a nuestro prójimo, pero también a la emulación que nos permite dar lo mejor de nosotros mismos.

Por el otro, la ansiedad podría paralizarnos, pero también llevarnos a un análisis preciso de lo que está mal en nuestra vida y, por lo tanto, a la serenidad.

Del mismo modo, las críticas son dolorosas, pero generalmente nos impulsan a mejorar nuestro comportamiento.

Y con respecto a la enfermedad en sí, Nietzsche escribió:
“En cuanto a la larga enfermedad que me debilita, ¿no le debo infinitamente más que a mi buena salud? ¡Le debo una salud superior, puesto que fortalece todo lo que no mata! Le debo mi filosofía. Solo un gran dolor libera completamente la mente”.

Todo a su debido tiempo

Por supuesto las cosas suceden en varias etapas. De ahí que la “alegría” y el “significado” de la enfermedad no nos sea visible en un primer momento o cuando sentimos dolor.

Al contrario: solo llega lentamente y, de hecho, cuando la vida da un respiro. Solo entonces, en calma, podemos dar la vuelta a la situación y ver el lado positivo de la prueba.

“Para llegar a la resurrección hay que pasar por la crucifixión”, me dijo un día un amigo.

Pero el momento en el que te clavan en la cruz no es alegre, precisamente…

Todo esto me hace pensar que muchas de las reflexiones que nos dejó Nietzsche por lo general se entienden mejor (o, al menos, con todos sus matices) por parte de quienes ya han cumplido una edad.

Quienes ya han pasado por ciertas experiencias, en definitiva, e incluso han tenido tiempo de sanarlas y de verlas en perspectiva.

No obstante, todos podemos sacar una gran reflexión de sus ideas e intentar, al menos, que nos hagan ver el sufrimiento con otros ojos.

¡A su salud!

Luis Miguel Oliveiras

*PD: el texto fue compartido al director de PGV por su autor, mediante correo electrónico

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Aniversario de una paz incierta


Por Eduardo Barajas Sandoval

Siempre será mejor un acuerdo precario que una guerra interminable; aunque el incumplimiento de lo pactado sea lo más parecido a una guerra latente. 

De la oficina presidencial de Jacques Chirac salían fulgores el 14 de diciembre de 1995. Allí estaban sentados en la misma mesa, como si nada hubiera pasado, Slobodan Milosevic, Franjo Tudjman, y Alija Itzebegovic, entonces presidentes de Serbia, Croacia y Bosnia Herzegovina respectivamente. Detrás de ellos, de pie, como “padrinos” del documento que los primeros acababan de firmar, estaban Felipe González, Bill Clinton, Chirac, el Canciller alemán Helmut Kohl, y el primer ministro británico John Mayor. 

La tremenda constelación reunida ese día en Palacio del Elíseo celebraba el fin de la última contribución europea a las tragedias de la humanidad en el Siglo XX, que enfrentó a la familia de los eslavos del sur, agrupados después de la Segunda Guerra Mundial en una especie de milagro que duró mientras un croata de poderes mágicos pudo poner de acuerdo a pueblos que tenían unas cuántas cosas en común y otras tantas diferencias irreconciliables.

Con la desaparición del Mariscal Tito, y la caída de la Cortina de Hierro, se disolvió la idea aglutinante de Yugoslavia, así se hubiese mantenido fuera de la órbita soviética, como protagonista de la causa de los No Alineados, bajo el sello de un comunismo de marca propia.

A pesar de la pretensión serbia de continuar siendo, desde Belgrado, epicentro de la unión, casi todas las antiguas repúblicas yugoslavas prefirieron declarar su independencia. La violencia hizo su aparición con la confrontación armada entre antiguos miembros de un mismo ejército, ahora parcelado según las pretensiones de autonomía de nacionalidades recién salidas otra vez a flote, con el ingrediente inflamable de las diferencias religiosas.

En poco tiempo los enfrentamientos llegaron a demostrar, una vez más, que las guerras civiles son más repudiables, y más crueles y dolorosas que las otras. Se puso de moda la “limpieza étnica”, como recurso de muerte orientado a “despejar territorios” de la presencia de quienes no pertenecieran a determinada agrupación nacional y religiosa. Problema que llegaría a adquirir en la región de Bosnia Herzegovina proporciones dantescas, debido a la presencia de comunidades de “bosnios serbios”, ortodoxos, “bosnios croatas”, católicos, y “bosniacos musulmanes”. 

Todos contra todos, después de haber vivido juntos por muchos años, formaron ejércitos que, en representación de cada uno de esos tres grupos, se encargaron de la cacería de representantes de las otras etnias. Vinieron las masacres, el desplazamiento, los campos de detenidos, la tortura y todo tipo de barbarie. Fuerzas militares y grupos paramilitares de Serbia y Croacia corrieron a reforzar a los de su etnia y su afiliación ortodoxa o católica. Musulmanes de diferente procedencia también concurrieron a defender a los suyos.

Todas las partes cometieron crímenes atroces. Solo que, al hacer las cuentas, más del ochenta por ciento de las víctimas fueron bosniacos musulmanes. Serbios y croatas los habían hecho objeto de su furia. La ciudad de Sarajevo, construida por artesanos refinados, antiguo y tradicional escenario en donde sinagogas, iglesias y mezquitas, cohabitaron en el mismo paisaje urbano, se convirtió en un infierno, bajo el bombardeo de los serbios.

Lo mismo ocurrió por toda la Bosnia Herzegovina, hasta que en julio de 1995 los serbios asesinaron a sangre fría a más de ocho mil hombres y niños bosniacos, que mantenían en un campo de concentración, bajo las narices tapadas de soldados de las Naciones Unidas, cuya presencia en el vecindario demostró que no servían para nada.

Ante el avance de ese nuevo espectáculo violento, protagonizado por europeos, muchos de los cuales andan por ahí calificando y descalificando, con acento respingado, a los habitantes de otros continentes, los Estados Unidos propusieron utilizar a la OTAN para obligar, por la razón y la fuerza, con bombardeos a serbios y croatas, a negociar un acuerdo de paz.

No era fácil. Había intereses casi imposibles de reconciliar. Los bosniacos musulmanes eran mayoría en la región, y cualquier arreglo debería respetar a esas nuevas minorías, ortodoxas y católicas, dentro de una institucionalidad en la que todos confiaran. Las semillas del enredo provenían de la época de los turcos, que como dueños temporales de los Balcanes concedieron privilegios a quienes se adhirieran al islam. Oferta que aceptaron muchos bosnios de la época, para pasar de privilegiados a perseguidos, a la vuelta de unos siglos, con una simiente religiosa y cultural imborrable, a pesar de su condición de eslavos del sur.

Encerrados en la Base Aérea de Wright Patterson, cerca de Dayton, bajo la tutela del presidente Clinton, el negociador Richard Holbrooke y el general Wesley Clark, los presidentes de Bosnia, Serbia y Croacia, acordaron que Bosnia-Herzegovina seguiría siendo una república que a su vez alojaría en el interior de su territorio otra república, destinada a los serbios, la Republika Srpska, con espacios demarcados según la composición étnica de los territorios. 

El arreglo trató de ser una muestra palpable de realismo pragmático. Los bosniacos, musulmanes, mantendrían en su territorio a los bosnios y respetarían sus derechos, como lo harían respecto de los serbios de la república que se había creado para ellos, señalada aldea por aldea y con enorme dosis de autonomía. El gobierno se ejercería de manera tripartita, mediante fórmulas complejas, difíciles de llevar a la práctica.

Un cuarto de siglo más tarde, al volver a mirar hacia Bosnia Herzegovina, el espectáculo no es el que soñaron los diseñadores del esquema de paz que los presidentes de entonces firmaron en París. Tampoco es, menos mal, el que quisieran los radicales que se opusieron al acuerdo y hubieran preferido seguir en la guerra a toda costa. Por todas partes se denuncian tensiones, que han llegado hasta las aulas escolares, semillero privilegiado de interpretaciones de la vida que pueden llevar a la germinación de la paz, aunque también del odio.

El Tribunal Penal Internacional para la ex-Yugoslavia, fundado en 1993 y clausurado en 2017, alcanzó a juzgar a unos cuántos responsables de los crímenes cometidos en ese último ejemplo europeo de mala conducta del milenio. Slobodan Milosevic, radical de la causa de la supremacía serbia, murió en las instalaciones del Tribunal en La Haya, pendiente de juicio. Franjo Tudjman, autoritario, clientelista y todo, murió en ejercicio de la presidencia, con la aureola de fundador de la nueva Croacia independiente.  Alija Izetbegovic murió en medio de la aclamación de los suyos, aunque en su contra avanzaba una investigación por haber incurrido en crímenes de guerra.

Como suele suceder en todas partes, los signatarios de los acuerdos terminan por salir del escenario, para siempre. Entonces corresponde a otros hacer realidad, o echar a pique, cada proceso. Ronda siempre la idea de que alguien no está cumpliendo. Nadie escapa de esa sospecha. Siempre hay un espacio para el reproche. Los optimistas reciben sobre casi siempre el rechazo desde su propio campo. Algunos desean romperlo todo para volver a probar suerte por la vía de la violencia.

Lo cierto es que, a pesar de la tentación de echar para atrás los acuerdos de Dayton, los protagonistas de la vida política de Bosnia Herzegovina prefieren aferrarse a una paz imperfecta, aunque sea movidos por el terror que les produce la amenaza de volver a los horrores de la guerra. Y tienen toda la razón

EL ESPECTADOR 15  de  diciembre  de  2020
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