NO HAY IMPERIO DE VIGENCIA INFINITA Por Eduardo Barajas Sandoval
No hay imperio de vigencia infinita

Por Eduardo Barajas Sandoval (*)
Si quieren perdurar, estados y naciones deben mantener al día las credenciales que les han dado vitalidad, solvencia y prestancia. A sus líderes, dentro y fuera del espectro de la vida política, les corresponde la tarea de mantener estándares del mejor nivel, promover su renovación y afrontar las mutaciones que conllevan los avatares de la historia, para no perder prestigio ni poder. Para no caer en la decadencia y correr el riesgo de la disolución.
Cuando terminaba la octava década del Siglo XX, nadie comprendía los discretos lamentos de algunos embajadores soviéticos, que se atrevían a comentar, entre vodka y vodka, que las cosas no iban para nada bien en su país. Difícil sospechar que una organización política que tenía las proporciones y contaba con todos los elementos de un imperio colosal, fuera a dejar de existir a la vuelta de pocos años, luego de haber sido contraparte de medio mundo.
Mientras en el caso soviético las huellas del peligro se mantuvieron ocultas hasta el final, la situación contemporánea de los Estados Unidos muestra en público reiteradas señales de deterioro. Por tratarse de un país rico, enorme y complejo, al abrigo de instituciones más que bicentenarias, con los hilos del capital financiero y otras fuentes de poder en sus manos, como la de calificar la viabilidad económica de los demás, no es fácil saber qué tan lejos pueda estar de un colapso. Pero existen señales de decadencia que, en el orden interno, tienen el común denominador de la desigualdad social y la rebaja de calidad de la discusión política, y hacia afuera la pérdida de prestancia y capacidad de acción.
A pesar de las proclamas de un presidente exagerado, que se ufana del auge de los mercados bursátiles, poco a poco se ha hecho patente que el modelo económico “americano” va dejando atrás sectores sociales cuya redención resultaría imposible si se deja que obre impunemente la lógica brutal del sistema. De ahí la amplitud del apoyo qua ya en dos campañas presidenciales han tenido precandidatos demócratas, con sus denuncias en contra de la desigualdad y la injusticia económicas, secundados por una cauda creciente de ciudadanos bien educados. Cuestionamiento que puede ser señal de salvación, porque dejar todo como está acentuaría una brecha social que no hace sino ampliarse.
Con motivo de la campaña presidencial, han salido a flote discusiones no usuales sobre aspectos básicos de una institucionalidad que muchos consideraban ejemplar, pero en realidad alejada de ser cabalmente democrática. Como las desigualdades raciales, que nunca han sido capaces de resolver. Como las diferencias de peso entre los Estados en el proceso de selección de presidente de la Unión. Y la precariedad del poder electoral de los ciudadanos, que según el sistema indirecto conduce a que no necesariamente llega a la presidencia quien obtenga la mayoría del voto popular.
Se han hecho públicas pugnas entre presidente, gobernadores y alcaldes, que van más allá de las diferencias ordinarias para pasar a ser disputas abiertas de poder. Se ha tratado de involucrar a las fuerzas armadas en el mantenimiento del orden interno, como en espectáculo de república bananera, donde el presidente no se muestra dispuesto a dejar fácilmente la casa de gobierno, porque desconfía de la limpieza del propio sistema electoral y proclama su temor de un fraude descomunal. Todo mientras la configuración interna de la sociedad cambia de manera acelerada y se vuelve multilingüe y a la vez pluricultural.
Un ostentoso predominio de la lógica de los negocios, por encima de la más sana racionalidad política, afecta el funcionamiento del aparato del gobierno federal. La extensión de la misma lógica a las relaciones internacionales, con menosprecio hacia aliados históricos y la ruptura de compromisos formales, con raíces y fundamentos profundos, va desmontando cuotas de poder extendidas por todo el globo, en detrimento de posiciones de influencia y alto valor estratégico que implican, en la realidad, el desmonte paulatino de la condición imperial. Todo eso mientras se proclama un nacionalismo que implica el retorno a un pasado de aislamiento. En ignorancia de las lecciones de la historia.
Un presidente de léxico limitado y elemental, con estilo argumentativo de bazar, ha sido capaz de convertir la competencia por el puesto que aún se considera como el más poderoso del mundo, en una acalorada discusión de café. Con ello ha contribuido al desprestigio de la clase política, y de la política. A la rebaja del nivel de explicación de problemas y soluciones, a la utilización de la mentira como moneda corriente de las discusiones sobre asuntos de interés general, y a la apelación a cualquier forma de ataque, inclusive el personal y el familiar, para tramitar discusiones políticas. Nada a la altura de la expectativa que en su país, y en el mundo entero, ha suscitado la incógnita sobre el futuro de los Estados Unidos, y el de unos cuántos procesos que dependen de lo que allí suceda, querámoslo o no.
Para completar el desfile de la comparsa antidemocrática, sobresale una reiterada afición dinástica, de índole primitiva, que aspira a darle el poder efectivo de la presidencia, ni siquiera simplemente un poder simbólico como el de la familia real en la Gran Bretaña, a esposos, hermanos o vástagos de una que otra “familia presidencial”. Como si el haber dejado de tener monarcas, a la antigua, hubiese frustrado un sueño nacional en el país que se autodenomina campeón de la democracia.
Los Estados Unidos ya no son lo que fueron a lo largo de la postguerra. Cada vez es más frágil el tejido de sus alianzas. Ya no les quedan prácticamente amigos incondicionales, de esos de quienes acostumbraban a abusar. Ahora están más cerca que nunca de países a los que criticaban con aire de superioridad. Su desprestigio, su “autoridad” y su prestancia son decadentes, de manera que han perdido capacidad de acción en asuntos en los que antes podían jugar con la suficiencia de ese poder que no se basa solamente en la capacidad militar sino en una solvencia política y moral que poco a poco se desvanece.
No obstante, además de su poderío bélico, mantienen la fuerza de la democracia local, la capacidad de emprendimiento de amplios sectores sociales, la fortaleza profesional de su diplomacia, ahora coartada por una jefatura errática, y representan todavía una fuerza cultural y un poderío científico y académico que pueden ser reductos de salvación. Siempre y cuando sean capaces de corregir las deficiencias políticas e institucionales que han salido a flote y corregir los conceptos que hasta ahora han soslayado las injusticias del sistema económico.
Mientras se hace seguimiento de la carrera presidencial, en la forma clásica de encuestas y debates, o no debates, quedan sentimientos populares sueltos, sin partido, sin interés conocido, que desaguan por los conductos de las redes sociales o seguirán ocultos hasta el momento del veredicto de las urnas. Pero eso no tiene que ver solamente con la coyuntura de las elecciones de noviembre. La historia no se va a detener allí. Todavía más allá de quien gobierne o desgobierne a partir del 20 de enero de 2021, avanza un proceso de mutaciones que sigue su propio curso, con la seguridad de que no ha habido, ni habrá, imperio con vigencia infinita.
Fuentes: El autor y https://www.elespectador.com/o pinion/no-hay-imperio-de-vigen cia-infinita/
EL ESPECTADOR 6 de octubre de 2020(*) - Investigador científico y escritor en temas de derecho, politología y relaciones internacionales
- Conferencista
- Alto directivo académico, y docente en la U. del Rosario - Bogotá
- Ex Secretario general de la Presidencia de la República
- Ex Secretario de Educación de Bogotá D.C.
- Ex Embajador de Colombia en Hungría
- Ex Rector de la Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia
- Escritor y Columnista en periódicos de circulación nacional e internacional.
- Conferencista
- Alto directivo académico, y docente en la U. del Rosario - Bogotá
- Ex Secretario general de la Presidencia de la República
- Ex Secretario de Educación de Bogotá D.C.
- Ex Embajador de Colombia en Hungría
- Ex Rector de la Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia
- Escritor y Columnista en periódicos de circulación nacional e internacional.
Un gran artículo escrito relacionado ,con la decadencia de los estados unidos de norte américa debido a la política miope del presidente Trump ,esperando que el candidato demócrata,venza en las elecciones de noviembre y comience a dirigir el país con mano sabía los destinos de estados unidos.Arnaldo García.
ResponderBorrarCon gran profundidad y detalle Barajas Sandoval pone al desnudo una realidad que afrontan politicamente los Estados Unidos de America. Definitivamente ha empezado un desmoronamiento institucional que ojalá pueda ser detenido o minimizado por un Gobierno de Oposición.
ResponderBorrar¿Por que la política es Nos identifica como seres humanos?
ResponderBorrarConsidero que este mal juego de poder enceguece la verdadera identidad del ser. Si en realidad nuestro deseo de sembrar una semilla a favor de un cambio, debemos solidificar socialmente una base que nos identifique, actualizada con benevolencia y basada en el amor. (amor propio y por todo lo que nos rodea)
¿Por que la política nos identifica como seres humanos?
ResponderBorrarConsidero que este mal juego de poder enceguece la verdadera identidad del ser. Si en realidad nuestro deseo es sembrar una semilla a favor del cambio, debemos solidificar socialmente una base que nos identifique, actualizada con benevolencia, y basada en el amor como lo dejaron plasmado grandes maestros (amor propio y por todo lo que nos rodea).