DIALOGAR CON LA OPOSICIÓN Por Eduardo Barajas Sandoval
Dialogar con la oposición

Por Eduardo Barajas Sandoval (*)
No hay gobierno responsable que pueda cerrar el paréntesis de la
pandemia y seguir campante con su programa de antes, como si nada
hubiera pasado. Como si el impacto del aislamiento y el cierre de todo
un país hubiera sido lo de menos para las oportunidades de subsistencia
de amplios sectores sociales, las finanzas del estado, la marcha de las
empresas, el ánimo de la gente, y la prosperidad general. Como si
hubiera acertado absolutamente en todo y no hubiese nada qué explicar,
ni qué corregir. Seguir así nomás sería avanzar sobre premisas
inciertas.
La diversidad de interpretaciones de la realidad, con base en conceptos
diferentes de los asuntos públicos, contribuye al desarrollo y la
consolidación de la democracia. Haber ganado las elecciones no implica
la adjudicación excluyente de la orientación del estado, y la derrota no
implica el ostracismo, el silencio obligatorio, y tampoco la
interferencia a toda costa hacia la gestión del gobierno. No solamente
quienes hayan obtenido el favor popular para ejercer el gobierno tienen
responsabilidades, sino que las hay para todos los protagonistas de la
vida pública.
En Colombia echó raíces desde el siglo antepasado, y se convirtió en
marca de nuestra historia, la tradición de que los gobiernos se
encerraban a gobernar desde Bogotá, mientras los derrotados, que se
consideraban desdichados mientras no fueran propietarios de pedazos
significativos de burocracia, se dedicaban a confabular para ver cómo
obtenían una revancha. Así llegaron en muchos casos a convertir
campesinos en soldados de ejércitos supuestamente animados de un fervor
que no era otro que el de algún caudillo interesado en tomar por la
fuerza el relevo.
Es posible que el Frente Nacional, venerado por muchos por haber traído
elementos de concordia que permitieron cerrar un periodo de luchas
partidistas, basadas en el ejercicio armado de la oposición, haya
cerrado las puertas al progreso hacia una nueva cultura de coexistencia
creativa, desde posiciones diferentes. Lo que sí es cierto es que en su
momento entronizó el reparto de la burocracia y neutralizó la libre
competencia política, como precio de la paz.
El presidente Virgilio Barco rompió la tradición de reparto del poder
entre los partidos tradicionales y planteó el llamado “esquema
gobierno-oposición”, que causó espanto entre los adictos a la teoría de
que nadie podía quedar por fuera del gobierno. Interpretación peregrina y
oportunista de la democracia que solamente contribuía a debilitarla.
Afortunadamente la Constitución de 1991 abrió, así hubiese sido
tímidamente, el espacio institucional para el ejercicio protegido de la
oposición, dentro el sistema, que tardó casi cuatro décadas en formar
parte del paisaje político, a raíz de los acuerdos de paz de hace cuatro
años.
Elemento esencial de la democracia, la oposición debe representar la
expresión permanente y renovada de una visión alternativa a la de quien
está en el poder, a su proyecto político y a sus acciones en la
conducción del aparato del gobierno. Los escenarios para su ejercicio
son muy variados. Por supuesto que los foros de las corporaciones
públicas son los más propicios, pero también se puede ejercer, de manera
constructiva, cuándo y donde quiera que exista algo qué aportar al bien
de la sociedad.
En el seno de cada democracia debe existir un diálogo abierto y
permanente entre gobierno y oposición, con la mirada puesta en la
responsabilidad común de ejercer un liderazgo colectivo. Todo gobierno
será pasajero. Gobernar no puede consistir en hacer, de manera
exclusiva, aquello que la inspiración o los intereses propios o de un
grupo consideren conveniente o necesario. Siempre será útil escuchar
otras voces, conocer visiones diferentes, sobre la base de denominadores
comunes, que no pueden ser otra cosa que esos acuerdos sobre asuntos
fundamentales que deberían estar a la base de la acción del estado a lo
largo de los grandes procesos históricos, como el de la reconstrucción
post pandemia y el cumplimiento de propósitos nacionales ya
establecidos.
Hacer oposición política es una forma de ejercicio de derechos y
consolidación de libertades. Por supuesto que no se trata de oponerse a
todo de manera intransigente, quejarse por nimiedades ni llamar al
desconocimiento de lo que hagan los gobiernos, cuando a alguien no le
guste. En su ejercicio hay una especie de ética del respeto por las
instituciones y por las reglas de juego del Estado de Derecho.
Precisamente su ejercicio leal hacia valores y principios comunes marca
una diferencia sustancial con las tiranías y las pseudo democracias.
Al gobierno y la oposición les caben responsabilidades diferentes en
cuanto a la gestión de los asuntos públicos, pero similares en cuanto al
compromiso con el bien colectivo, con el desarrollo institucional, y
con el manejo de grandes problemas. En toda circunstancia, el
funcionamiento de un sistema democrático requiere de un diálogo entre el
gobierno y la oposición. A la salud de la democracia colombiana le
convendría que, justo ahora, el gobierno y la oposición entablaran un
diálogo sereno y fluido sobre los problemas y el destino de la nación.
Dialogar con la oposición no significa abandonar, ni vender, el proyecto
político de un gobierno. Más bien significa un acto de responsabilidad.
De compromiso histórico con el sistema democrático. Los encuentros de
gobierno y oposición no deben ser entendidos, ni desde dentro ni desde
fuera, como actos de rendición, de confabulación, de acuerdos oscuros,
de alianzas indebidas. Una nación anhelante, exhausta a la salida del
túnel del aislamiento y el encierro, deseosa de reparar, entre otros,
los daños de la pandemia, espera del conjunto de su liderazgo un ejemplo
de concordia y reconciliación que debe trascender a todos los
escenarios de la vida nacional.
El gobierno nacional debería señalar el ejemplo y establecer la
costumbre de reunirse, uno por uno, con los jefes de la oposición, y con
los representantes de las principales fuerzas políticas, para conocer
sus puntos de vista sobre la coyuntura que vivimos y sobre el futuro que
nos espera. La nación interpretaría las imágenes de esos encuentros
como símbolo de reconciliación y de civilización política. Si a partir
de ellos fuese posible conseguir acuerdos que contribuyan a la
reconstrucción de bienes y espíritus afectados por una conjunción de
fenómenos preocupantes y ostensibles, y enderezar el rumbo de grandes
propósitos nacionales, podríamos estar orgullosos de un liderazgo que en
lugar de permanecer en el Siglo XIX, se proyecte en forma democrática
hacia el Siglo XXI.
Fuentes: El autor y https://www.elespectador.com/o
EL ESPECTADOR 22 de septiembre de 2020
(*) - Investigador científico y escritor en temas de derecho, politología y relaciones internacionales
- Conferencista
- Alto directivo académico, y docente en la U. del Rosario - Bogotá
- Ex Secretario general de la Presidencia de la República
- Ex Secretario de Educación de Bogotá D.C.
- Ex Embajador de Colombia en Hungría
- Ex Rector de la Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia
- Escritor y Columnista en periódicos de circulación nacional e internacional.
Gráfico de Jacques Lacan (bajado de Wikipedia para PGV)
Excelente escrito. Deseable y viable ha de ser el diálogo con la oposición (u oposiciones) previo acuerdo en objetivos, estrategias, cronogramas y compromisos. La metodología o práctica del diálogo "por el diálogo" y que no conduzca eficazmente al bienestar de la sociedad, parece ser reiteradamente desgastante y decepcionante. (harcas).
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