DE LA "CASA ARANA" A NUESTROS DÍAS Por Julio Londoño Paredes
De la Casa Arana a nuestros días
Por Julio Londoño Paredes (*)
En abril de 1988, acompañé al presidente Virgilio Barco, a la remota
localidad de La Chorrera, en el departamento del Amazonas, en las
márgenes del río Igaraparaná a una extraordinaria misión: entregar a
indígenas Uitotos, Okainas, Muinanes, Boras y de otros grupos,
18.000.000 hectáreas, del llamado “Predio Putumayo”.
Era el epílogo de la funesta “Casa Arana”, que, desde finales del siglo
XIX hasta la entrada en vigor del tratado de límites entre Colombia y
Perú en 1928, ocupó los territorios amazónicos comprendidos entre los
ríos Caquetá y Putumayo.
La Casa Arana, no solamente exterminó a miles de indígenas, sino que
paulatinamente por sumas irrisorias y bajo amenaza compró predios a
caucheros colombianos. Entre las atrocidades de los capataces de la
empresa cauchera, se cuenta especialmente el abuso hasta extremos
infrahumanos de las mujeres indígenas.
De conformidad con el artículo IX del tratado de límites, Colombia debía
respetar las propiedades de los dueños de la Casa Arana que se
encontraban en los territorios que le fueron reconocidos por el Perú,
entre ellas las ubicadas en las márgenes del río Igaraparaná, donde se
ubica “La Chorrera”.
El gobierno colombiano se vio obligado entonces a comprarlas a los
dueños y sucesores de la Casa Arana. Sin embargo, la devolución de los
territorios a sus verdaderos propietarios, que eran los indígenas, se
demoró hasta 1988.
Tuve el gusto de entregarle hace algún tiempo el título de maestría en
estudios políticos e internacionales a la indígena uitota Kuiru Castro,
alumna de la facultad de la que soy decano.
Su tesis, dirigida por la profesora Angela Santamaría también profesora
de la facultad, relata la forma valiente pero ignorada como las mujeres
indígenas se enfrentaron a los desmanes de la Casa Arana.
Especialmente cuando los gobiernos, tanto del Perú como de Colombia
fueron indiferentes, mientras que los misioneros capuchinos españoles,
solo ponían a las indígenas a rezar todo el día y asistir a misa dos
veces diarias “para que no se las llevara el diablo”. Ilustración gráfica: "Casa Arana" en el Amazonas, emporio comercial explotador de caucho, utilizó el terror para esclavizar a los indios. (archivo portafolio.co - https://www.portafolio.co bajada para archivo PGV)
Las uitotas con su sabiduría pudieron sobrevivir y se enfrentaron a la
Casa Arana, siguiendo silenciosamente normas y costumbres ancestrales,
que les permitieron conocer la selva profunda, huir, esconderse y
aprender a manejar su cuerpo y sus actitudes. Lo llamaron el “poder de
la manicuera”, bebida sagrada obtenida de la yuca dulce, que, según los
uitotos, recibió la mujer de las manos de Dios para desempeñarse como
madre sabia, protectora del territorio, de la comunidad y de su chacra.
Hace algunos días voceros de las FARC anunciaron que no se había
incurrido en violaciones a muchas mujeres, por parte de los miembros de
ese grupo guerrillero.
La violación se disfrazó con la farsa de la vinculación “voluntaria” de
muchachas campesinas e indígenas reclutadas forzadamente o con engaños
para integrar la guerrilla, donde se convertían en poco menos que
esclavas.
De poco han valido los testimonios de las integrantes de la corporación
“Rosa Blanca” fundada por mujeres que fueron víctimas de violencia
sexual por parte de ellos.
Según eso, los miembros de las FARC se caracterizaron por ser los
adalides de los derechos de la mujer. ¡Qué maravilla! Ronda otro premio
Nobel sobre Colombia…
(*) Excanciller y Exembajador de Colombia, Decano de la facultad de estudios internacionales, políticos y urbanos de la universidad del Rosario.
Fuente: El autor y https://www.semana.com/opinion
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