LA CAIDA DEL INESCRUPULOSO CROMWELL Por Eduardo Lozano Torres

Thomas Cromwell
Segunda parte
(La caída de Cromwell)

Por Eduardo Lozano Torres (*)
eduardolozano44@gmail.com


Cuando murió Juana Seymour, la tercera esposa de Enrique VIII, se barajaron varias opciones para una nueva consorte, pero que no pudieron concretarse.
Entonces el oportunista Cromwell en vista de que las potencias europeas habían aislado a Enrique por su rivalidad con Roma, pensó en la conveniencia de una alianza con algún Estado luterano de Alemania y sugirió al rey fijarse en Ana y Amelia, las dos hermanas solteras de Guillermo, Duque de Cléveris, indicándole las ventajas políticas que un matrimonio con alguna de ellas traería al reino.

El acucioso ministro envió a Düsseldorf, donde ellas vivían, unos emisarios junto con el pintor Hans Holbein, con la misión de traerle información sobre las princesas alemanas y un retrato de cada una para que Enrique las conociera.

A la postre, el rey optó por Ana y ordenó que se iniciaran los trámites correspondientes para pedirla en matrimonio y celebrarlo en caso de que su hermano Guillermo aceptara (los Cléveris eran huérfanos y por eso era él quien definía estos asuntos).

El duque recibió con beneplácito la propuesta y aceptó. (Pueden leer en esta misma página el artículo de mi autoría, “Los últimos días de Ana de Cléveris” para conocer los detalles sobre la boda y luego la pronta separación de Enrique y Ana).

Ese matrimonio duró apenas un poco más de seis meses, pues Enrique quedó decepcionado de su nueva esposa y le comentó a Cromwell que ni la quería ni la soportaba, lo cual no dejó de inquietarlo, pues él había sido el proponente de esa candidata.

Sin embargo, Enrique nombró por entonces Par del Reino a Cromwell y le otorgó el título de conde de Essex, además de nombrarlo como Lord gran Chambelán de Inglaterra, lo cual lo tranquilizó y dedujo que el rey había pasado la hoja de su escogencia de Ana como cuarta esposa.

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Thomas Cromwell (Fotografia enviada por el autor de este artículo).

¡Pero qué equivocado estaba! Cromwell ignoraba que el duque de Norfolk (Thomas Howard) y el arzobispo Gardiner, enemigos suyos tanto en lo político como en lo religioso, que no veían bien el poder que había adquirido y como si fuera poco, era de origen humilde, habían comenzado a emponzoñar el corazón del rey en su contra y a envenenarle el oído con acusaciones veladas.

El día menos pensado, Norfolk, quien además de enemigo de Cromwell, tenía interés en la separación de Enrique y Ana para poder “meterle por los ojos” a su sobrina Catalina, le dejó saber a Enrique ladinamente que su canciller había recibido una gruesa suma de dinero de parte del duque de Cléveris, para que interpusiera su influencia ante él para que escogiera a Ana por esposa.

Enrique cayó en la trampa y empezó a hacer memoria acerca de cómo había sido ese proceso y cayó en la cuenta de que efectivamente Cromwell había sido el artífice de esa escogencia. Adicionalmente, sus enemigos trabajaron a nivel del Parlamento regando la noticia de que el canciller era un activo enemigo del reino y por ser anabaptista, podría poner desde su posición en peligro al reino. El daño estaba hecho.

El 10 de junio de 1540 Cromwell asistió a una comida privada con miembros del consejo en Westminster y se extrañó mucho de que nadie le dirigió la palabra y al terminar la reunión, el grupo se dirigió hacia la Cámara y cuando quiso tomar su sitio, oyó que Norfolk le espetó enérgicamente: ¡No os sentéis, que un traidor no tiene sitio entre caballeros! Cromwell alcanzó a iniciar una réplica, pero en ese momento entró un oficial acompañado de varios soldados y del brazo lo sacaron del recinto mientras los demás le gritaban ¡Traidor, traidor! Y antes de traspasar la puerta fue despojado bruscamente de sus insignias. Luego fue conducido a la temida Torre de Londres.

Qué ironía, hacía apenas cuatro años que él había hecho lo mismo con Ana Bolena y ahora le había tocado a él sufrir las consecuencias de falsas acusaciones.

Enrique no quiso entrevistarse con el detenido pues pensó que aún podría serle útil si confesaba su delito, pues eso le daría un poderoso argumento para la anulación de su matrimonio con Ana. Entonces, para asegurarse de obtener una confesión, le ofreció que luego de firmarla, podría escoger entre la tortura o la muerte por decapitación. Como quien dice: “Al caído, caerle”.

El infeliz Cromwell tuvo que optar por la decapitación para evitar la tortura. La ejecución fue presenciada por los enemigos que habían urdido el plan para acabarlo, tal como él presenció la decapitación de Ana Bolena, luego del plan urdido por él para acabarla. El 28 de julio de 1540, el verdugo, no se sabe si por inexperiencia o porque estaba ebrio, no acertó con el primer hachazo y tuvo que hacer dos intentos más para separar la cabeza de Cromwell de su cuerpo.

Enrique envió a una tropa de arcabuceros a la casa para que decomisaran sus bienes con los que se quedó, así como con sus propiedades. Nota aclaratoria. No confundir a este Thomas Cromwell con Oliver Cromwell, quien fue también un controvertido estadista y militar con inmenso poder en Inglaterra, cien años después de Thomas.

PD: Este texto fue extractado por su autor de su libro "Reinas pero desdichadas".

(* ) Nació en Bogotá y estudio primaria y bachillerato en Tunja (antiguo colegio de Jesuítas "José Joaquín Ortiz), se graduó en Biología y Química en la U. Jorge Tadeo Lozano de Bogotá.
Es Historiador (mitología), investigador científico, y escritor de varios libros: "Bolívar mujeriego empedernido", "Diccionario de mitología griega y romana", "Reinas pero desdichadas"; "Los dioses también pecan"; tiene, en preparación, otros dos libros. 



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