ASTUTO, ARRIBISTA, ADULADOR, HÁBIL POLÍTICO, INESCRUPULOSO Por Eduardo Lozano Torres



Thomas Cromwell
Primera parte

Por Eduardo Lozano Torres *

Astuto, arribista, adulador, hábil político, inescrupuloso, así fue este Thomas Cromwell un abogado y estadista que “perdió la cabeza” por servirle obsecuentemente a Enrique VIII, como comprobarán en este relato.

En su juventud fue más bien aventurero y recorrió varios países de Europa hasta que se vinculó a la poderosa familia Frescobaldi en Florencia. Una vez que demostró sus habilidades comerciales, fue encargado del negocio de venta de telas en los Países Bajos. Luego, sin pertenecer a ninguna orden religiosa, trabajó como lego a las órdenes del cardenal Bainbridge en el trámite de asuntos eclesiásticos de Inglaterra ante la Rota Romana (importante tribunal de apelación de la Santa Sede).

En 1514, cuando tenía 29 años, regresó a Londres y por la experiencia que ya tenía fue contratado por el poderoso - en ese entonces - cardenal Wolsey, quien lo encargó de importantes asuntos eclesiásticos.

Más tarde decidió estudiar Derecho y cuando terminó sus estudios, ya como abogado, se convirtió en miembro del Parlamento Inglés en 1523. Así, fue escalando posiciones no solamente por sus conocimientos y habilidades sino por la amistad con el cardenal Wolsey.

Por la época en la que Enrique VIII decidió buscar la nulidad de su matrimonio con Catalina de Aragón para poder casarse con Ana Bolena, Thomas Cromwell asumió como principal Secretario del rey y se convirtió en personaje importante, influyente y con mucho poder, puesto que Enrique le hacía mucho caso y además porque le brindó su apoyo irrestricto en el complicado proceso de nulidad del matrimonio con Catalina.

Fue Cromwell quien con el apoyo del monarca se propuso aplastar a la oposición que tenía ese “capricho” real, para lo cual creó una verdadera red de informantes por medio de la cual descubría a los opositores, quienes luego eran acusados de traidores y muchas veces condenados a perder su cabeza.

Finalmente, luego de 7 años, Enrique logró que el matrimonio con Catalina fuera anulado y así pudo casarse en 1533, con su gran amor, Ana Bolena. Matrimonio que duró poco tiempo pues a finales de 1535, Enrique ya estaba hastiado de Ana y había puesto sus ojos en una de sus damas de honor llamada Juana Seymour. En marzo del año siguiente Ana advirtió dos episodios que la debieron dejar muy pensativa acerca de la estabilidad de su matrimonio. El primero fue el nombramiento de Edward Seymour, hermano mayor de Juana, como caballero de la Cámara Privada del rey. Y el segundo, el desplazamiento de Thomas Cromwell de las habitaciones en las que él vivía en Greenwich y que tenían comunicación secreta con los aposentos privados del monarca, para cederlas a sir Edward Seymour su esposa y a Juana, lo cual fue una clara muestra de que los Seymour habían ganado la simpatía de Enrique y que éste quería tener a Juana muy cerca y privadamente lo que provocó un gran disgusto de Ana Bolena con Cromwell a quien culpó de haberse dejado desplazar de sus habitaciones sin protestar.

Esto agudizó la mutua antipatía que ya existía entre los dos y según aseguró luego Cromwell, ella hasta lo amenazó de hacerlo ejecutar. Varios otros enfrentamientos sucedieron entre Ana y Cromwell lo que llevó a este a pensar un plan para deshacerse de ella y sus amigos, pues ambos no cabían en la órbita de influencia del rey. Se podría pensar que Cromwell llevaba las de perder en este pleito, pero hay que tener en cuenta que por entonces el matrimonio de Enrique pasaba por una honda crisis. Ya no amaba a Ana y más bien pensaba cómo deshacerse de ella de una forma diplomática y legítima. Ya estaba cansado de su carácter dominante, sus impertinencias y especialmente su incapacidad de darle un hijo varón.

Cromwell urdió su plan y pidió autorización al rey para conformar un comité que investigara todos los casos que pudieran considerarse una traición hacia él y juzgar a los acusados en procesos especiales. Enrique picó el anzuelo del ladino Cromwell pensando que su fiel ministro lo estaba salvaguardando de posibles enemigos pero no sospechó que era en realidad el inicio de un complot contra su propia esposa.

El comité fue conformado con personajes adictos al rey, entre ellos el duque de Norfolk, tío de la reina. Ya estaba el jurado, ahora se necesitaba los acusados y los testigos. ¡Pues a buscarlos!

Cromwell invitó a comer a su casa al joven Mark Smeaton, profesor de baile de la reina. Muy orgulloso por la invitación el joven acudió a la cita y fue ingresado a una sala en la que estaba Cromwell sentado al final de una gran mesa y le dijo a Smeaton que se sentara frente a él. Luego entraron dos hombres que se hicieron detrás de Smeaton, mientras Cromwell comenzó a espetarle una serie de preguntas que lo dejaron atónito: ¿Cuánto le había costado la ropa que llevaba? ¿Y las sortijas de sus manos? ¿Quién se las había obsequiado? El sorprendido joven quedó mudo y a una señal de Cromwell los hombres pasaron una correa alrededor de su cabeza y comenzaron a apretarla hasta hacerle sentir un intenso dolor.

Mientras tanto el interrogatorio siguió: ¿Cuántas veces se le entregó ella? ¿Confesará todo en detalle? Y así otras por el estilo, dirigidas a obtener una confesión falsa contra Ana, para evitar la tortura. El infeliz tuvo que afirmar lo que Cromwell quería pues ya era insoportable el dolor y así, se conformó la acusación de adulterio contra la reina.

Luego fue encerrado en la funesta Torre de Londres en donde probablemente siguió la tortura pues a los pocos días había confesado que había cometido adulterio con la reina en tres ocasiones y proporcionó las fechas. Una de ellas, el 13 de marzo de 1535 en el palacio de Greenwich, pero ese día la reina no estaba allí sino en Richmond, pero este “detallito” no se tuvo en cuenta durante el juicio. Enrique se encontraba en unas justas, cuando recibió un mensaje de Cromwell enterándolo de la confesión de Smeaton, que incluía también a Henry Norris, fiel servidor del rey y que estaba con él. De esta forma, Cromwell también quitaría de en medio a este amigo del rey y de la reina y por tanto con gran influencia en la corte.

Intempestivamente Enrique se levantó, ordenándole a Norris que lo acompañase y con él cabalgó hasta Londres. Durante el trayecto, Enrique con visible furia acusó a su amigo de adulterio con la reina y le exigió al confundido amigo que confesara la verdad. Cuando llegaron, desmontó de su caballo y ordenó la detención inmediata de Norris. Luego, también fueron incluidos en la acusación de adulterio: George Bolena, hermano de Ana, Francis Weston y William Brereton, personas que también eran influyentes en la corte y por eso, estorbos para Cromwell.

Ya todos saben (pueden repasar “Los últimos días de Ana Bolena, en esta misma página) cómo fue el juicio y el final de la reina, como también el de los personajes mencionados. Así se salió con la suya nuestro astuto Cromwell. Su sumisión a Enrique fue incondicional y era quien se encargaba de resolver problemas aparentemente insolubles, como por ejemplo el que se presentó cuando siendo reina Juana Seymour, pidió a su esposo que le permitiera a María, la hija de él y Catalina de Aragón, que regresara a la corte para que le hiciese compañía. María había sido declarada por entonces hija bastarda y sufría la malquerencia de su padre, quien ante la petición de Juana, se negó a dar la autorización mientras ella no reconociera por escrito que el matrimonio de su madre había sido incestuoso e ilegal y que lo aceptara a él como la suprema cabeza de la Iglesia.

Cromwell fue encargado de convencer a María para que aceptara la propuesta real, pero ella se negó, aduciendo que no cedería en los firmes principios en los que ella creía y que habían sido heredados de su madre. Recurrió entonces al embajador francés Chapuys a quien María tenía gran confianza, pero tampoco por ese lado obtuvo la firma. Pero el sagaz Cromwell mediante adulaciones, halagos y finalmente una fuerte intimidación que incluía la posibilidad de la pena capital, al fin logró que María firmara el documento que había preparado y que decía: Postrada humildemente ante los pies de vuestra excelente majestad, esta, la más leal, humilde, fiel y obediente de vuestros súbditos, reconoce haber ofendido tan gravemente a vuestra Alteza, que no se atreve a llamarlo padre…y luego continuaba con una serie de adjetivos tales como misericordioso, bendito y compasivo, para rematar reconociéndolo cabeza suprema de la Iglesia.

Fue un gran logro de Cromwell, pues debe suponerse que si no hubiese obtenido tal declaración, quizás la pena de muerte para él y María hubiera sido el resultado. Tal fue la satisfacción de Cromwell, que le mandó de regalo a María un hermoso caballo por haber logrado tornar a la corte. Así lograba halagarla y sobre todo tener un gesto de generosidad que seguramente sería bien visto por el rey. Cromwell no daba puntada sin dedal y María siempre recordó con amargura esta capitulación.

* Historiador, investigador científico y Escritor de varios libros

PD: Este texto fue extractado por su autor de su libro "Reinas pero desdichadas".

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