HERIDAS ABIERTAS Por Juan Esteban Constaín
En 1735 y 1741 hubo en la Suprema Corte de la Judicatura de Nueva York dos juicios memorables de los tiempos coloniales en la América del norte: uno, el primero, un juicio por difamación contra el impresor alemán John Peter Zenger, acusado de ser un ‘libelista’, un revolucionario escondido en su periódico. El otro juicio, el segundo, fue contra unos esclavos que se rebelaron e incendiaron la ciudad.
Al final ambos juicios
tenían que ver, cada uno a su manera, con el problema de la libertad.
Además en una época (el llamado ‘Siglo de las Luces’) en la que toda la
discusión filosófica era justo sobre eso: sobre la razón y su influjo
liberador e igualitario; sobre los límites del poder y los derechos de
la sociedad civil, por fin redimida de la sujeción y la tiranía; sobre
la dignidad del individuo, verdadero protagonista de la historia.
Es
interesante porque en ese mismo siglo XVIII el capitalismo está
alcanzando ya una nueva etapa dentro de su evolución, con las grandes
potencias coloniales, en especial Inglaterra, que navegan y producen y
explotan a todo pulmón. En la base de esa economía global está, como se
sabe, la esclavitud; esa es su gran lacra. Pero por sus rutas también
circulan las ideas: la filosofía de la Ilustración, así en mayúsculas.
En
Europa, que es donde nace, esa filosofía es quizás el resultado del
agotamiento que producen las guerras de religión entre católicos y
protestantes. Gracias al fanatismo de lado y lado florece, empieza a
florecer, una sociedad secular que se expresa no solo en un nuevo
discurso científico sino también en un nuevo discurso político, el de la
Modernidad: racionalismo, capitalismo, liberalismo. Ahí está casi todo.
Ese discurso fue el de las grandes revoluciones liberales del
mundo moderno que aspiraban a ser el desmonte del ‘antiguo régimen’, ese
orden señorial y jerárquico sostenido por los privilegios y los honores
heredados. En teoría, el liberalismo era un antídoto igualitario contra
ese pasado que había que abolir. Pero digo que “en teoría” porque en la
práctica seguían vigentes sus contradicciones inmanentes, sus
estructuras más perversas.
Entre ellas la del prejuicio racial y
sus obvias y degradantes consecuencias políticas y económicas; la
esclavitud, para muchos, como un destino. Y eso se ve muy claro en la
asimilación del liberalismo que hacen las élites blancas en el mundo
colonial, pues el ideal de la libertad, la igualdad y la fraternidad
queda restringido solo a quienes lo merecen y lo ejercen como un
privilegio. El liberalismo perpetúa así al ‘antiguo régimen’.
En
esos juicios de 1735 y 1741 quedó clarísimo: al alemán Zenger lo
exoneraron con un fallo histórico sobre la libertad de prensa, y a los
esclavos los colgaron y quemaron. Los reos peleaban contra el mismo
gobierno, pero no eran iguales. Como si una causa fuera justa, la del
blanco, y la otra fuera injusta, la del negro. Ese es el gran dilema de
la independencia de los Estados Unidos, que resume a la perfección esa
tragedia.
Claro: ya no estamos en el siglo XVIII –no todos– y es
indudable que desde entonces son muchas las conquistas sociales y
políticas de la humanidad. Además porque la igualdad es un proceso y una
lucha: un arduo camino lleno de escollos y de alegrías, cuando ocurren,
y eso también tiene todo que ver con la historia del liberalismo. Pero
allí siguen muchas de sus promesas incumplidas, sus tensiones no
resueltas.
La peste lleva al límite a las sociedades, siempre ha
sido así, y con ella afloran sus conflictos más profundos, sus deudas
por saldar. Es lo que está pasando hoy en el mundo.
No son estatuas las que caen, son viejas heridas que nunca se cerraron. Eso tiene un nombre, la historia.
Juan Esteban Constaín
catuloelperro@hotmail.com
Fuentes: El autor y El Tiempo 10 de junio 2020
Interesantearticulohistoriopara entender el concepto de una verdadera libertad para todos los seres humanos
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