PANDEMIA: ACOTACIONES DESDE LA ÓPTICA DE LO LABORAL Por Oscar José Dueñas Ruiz


PANDEMIA: ACOTACIONES  DESDE LA ÓPTICA DE LO  LABORAL

Por Oscar José Dueñas Ruiz

“Que la crisis no la descarguen sobre los hombros de los trabajadores”  (CUT)  

En pleno desarrollo de la pandemia   se propone en Colombia la disminución de los salarios y mesadas pensionales  y como telón de fondo   una reforma laboral y del sistema de pensiones. Ya tiene su engranaje propagandístico y los ideólogos del sistema, como si ellos fueren los legisladores, han indicado cuáles son las  modificaciones que hay que hacer. No hay la menor duda de  que será   un ataque  contra el derecho colectivo del trabajo y una burla a los derechos adquiridos por los trabajadores a través de la lucha de varias generaciones.  Es una injusticia que se aproveche una época dolorosa  para recortar aún más los derechos sociales.
Los proponentes manejan, a su acomodo,   una  equivocada conjunción de dos conceptos  jurídicos cercanos pero no iguales, el de trabajo y empleo.  El empleo es un derecho programático, el trabajo es un derecho humano   fundamental. En la Constitución Política de Colombia el trabajo lo regulan los artículos 53 y 25 y el empleo lo determina  el artículo 54.
Al poner sobre el tapete temas referentes a  las relaciones laborales se convierten, por obligación, al movimiento obrero  y a las organizaciones de pensionados  en  interlocutores decisivos  de primera línea.
¿Qué hacer ante la agresiva arremetida del gran capital que aprovecha el aparecimiento de un virus?
En primer lugar, se requerirán  prontos   esfuerzos   para  visualizar   el impacto, a nivel de contexto sociocultural  y laboral,  de la descomunal pero anunciada   pandemia.  
Ignacio Ramonet, en artículo publicado por varios diarios del mundo (obviamente en Colombia por ninguno)  afirma que se trataba de una pandemia anunciada y cita como pruebas  las siguientes: un análisis de la Council NIC (oficina de anticipación geopolítica de la CIA), de 2008, hecha por 2.500 expertos de 35 países que anunciaba para antes de 2025, la aparición de una enfermedad respiratoria nueva que se convertiría seguramente en pandemia, con una escala de muertos calculada en millones; otro informe de enero de 2017, del Pentágono, alertando sobre tal enfermedad respiratoria; la propia OMS, en septiembre de 2019,  habló del patógeno respiratorio que “desencadenaría caos, inestabilidad e inseguridad generalizadas”; numerosos científicos, entre 2011 y 2019 alertaron sobre lo mismo; la Universidad de Hong Kong ya había avisado sobre “virus similares al SARS-CoV en los murciélagos de herradura”; hasta el mismo Bill Gates lo pronosticó en el 2015.
Ha sido un “hecho social total”  que afectó a  un mundo globalizado, lo cual sacó a flote, entre  varios aspectos:
(i)                    El comportamiento intolerante, esquizofrénico  y egoísta de algunas personas, seguidoras de una economía basada en la explotación y en  el consumo[1],  frente a  la conducta solidaria de la mayoría que ante semejante crisis se ha   visto en la necesidad de dar respuestas críticas a la manera como se ha estado  viviendo en las últimas décadas, un modo de ser  que ha quedado en una encrucijada  muy delicada;
(ii)                  El realce de los instrumentos digitales (como recurso de trabajo y de navegación informativa, nunca  formativa y, en ocasiones, pura basura). Esto conlleva    la proliferación del “Fake News” (noticias falsas con la intención deliberada  de inducir al error). En el  ya citado  artículo “Coronavirus: La pandemia y el sistema-mundo” de RAMONET, se  caracteriza a  las Fake news como aquellas que para mejor ocultar la falsedad  hacen  de la cercanía y la repetición  los mecanismos adecuados para  tapar lo que dicen falsamente y  al referirse a la Cibervigilancia informática Ramonet trae expresiones como las siguientes: “Los ciudadanos pueden ser rastreados mediante una combinación  sofisticada de imágenes de cámaras de seguridad, geolocalización telefónica e investigación policial”, “Y cuando se haya acabado con este azote, las autoridades en el mundo entero, podrían desear utilizar  la vigilancia para sencillamente  mejor controlar la sociedad”; “Las medidas excepcionales que están adoptando los poderes públicos ante la alarma pandémica podrían permanecer en el futuro, sobre todo las relativas  a la cibervigilancia y el biocontrol”.
Es tal el realce de esos instrumentos que convierten a los teléfonos inteligentes  en elementos de  delación.
Es factible evitar    que esas  expresiones tecnológicas ahonden las brechas entre las clases sociales y faciliten un acoso laboral horizontal en el cual el trabajador individualizado   entra en el dilema de “sálvese quien pueda” o agrúpese organizativamente para defender los derechos;
(iii)                Adquiere actualidad  la  etiqueta “teletrabajo”, que  aparentemente  no tiene reticencia debido  a la urgencia  de permanecer en casa  para sacarle el cuerpo  a un virus letal  que  ubicó a cuatro mil millones de personas en total o relativo confinamiento.  Hay que salirle al paso al hecho de que esto  trate de  ser aprovechado por los empleadores puesto que implica menos costos  en salario (con repercusión en las prestaciones sociales), menos gastos en  infraestructura, y  aparentemente desubica el derecho colectivo del trabajo en sus tres pilares (negociación colectiva, huelga, libertad sindical).  Se dice aparentemente puesto que a medida que se acentúen los efectos  en lo estrictamente laboral se impondrá como tabla de salvación el pertenecer a una agrupación; en otras palabras, quienes defendemos la organización del trabajo debemos preferenciar el derecho colectivo del trabajo y esto significa abogar por el crecimiento de  las organizaciones obreras, por ello sería interesante que quienes han quedado desempleados por efectos del coronavirus puedan sindicalizarse, al igual que los jubilados, los ubicados en el teletrabajo, y, por supuesto quienes se hallan dentro del calificado como trabajo precario; 
(iv)                Ha sido  palpable, durante  la crisis, que  las personas buscan la protección del Estado.  Paralelamente, surgen   controversias  entre   autoridades  que se  atacan entre sí.  Para o con la disculpa de enfrentar el virus, las autoridades nacionales o locales señalan  medidas  orientadas por el “instrumentalismo” del pensador  estadounidense  Dewey, mediante el método de ensayo y error; un “gradualismo” aparentemente reflexivo pero cercano a la conducción bonapartista,  cobrando mayor  vigencia  la frase: sólo sé que nada sé. Son medidas que se expresan en un lenguaje de reglas o de “protocolos”  sobre el manejo del tiempo y del espacio, que son obvios si se aprecian a corto plazo pero que a la distancia  podrían  calificarse como caprichos o “avivatadas”  de los gobernantes en el manejo de una palabra “solidaridad”. Los gobernantes que hablan de SOLIDARIDAD no  emplean esta palabra en la dimensión que le da la cosmovisión andina, sino en la acepción que le dio Augusto Compte: una solidaridad de los de abajo para  con los de arriba.  Este comportamiento ante un sistema de reglas y no de principios irá a reflejarse en la práctica jurídica;  y esas “avivatadas” son las que explican, pero no justifican, reformas laborales contra los trabajadores  y reformas paramétricas contra los jubilados y aspirantes a serlo[2], invocando la existencia de un virus. El verdadero virus es el neoliberalismo.
(v)                  El aprovechamiento de un medio ambiente que momentáneamente se torna un poco más sano y sirve de alerta para tomar urgentes medidas que impidan el calentamiento global porque si esto último llegara a acentuarse no sería solamente campo propicio para otras calamidades (nuevos virus y enfermedades) sino el apocalipsis. Luego, lo laboral y de la seguridad social hay que ligarlo a lo ecológico.
No es, pues, de poca monta, lo acontecido. Está visto lo que puede ocasionar el “efecto mariposa” (dejándose de lado las teorías conspirativas porque  según se dice todo se debió a  un murciélago  y, dadas determinadas circunstancias, velozmente un virus invade el planeta y exige un nuevo orden mundial). ¿Qué no acontecerá si  la codicia humana continúa destruyendo la  naturaleza?

Posibles tareas  a tener en cuenta
Desde la óptica de  lo laboral, sea que se trate de  los trabajadores activos (mediante  relación laboral o independientes) o pasivos (jubilados y personas que perdieron el empleo)  o de abogados defensores de trabajadores y pensionados, no puede afirmarse hoy  que exista una foto fija sobre las reales implicaciones del coronavirus.  Sin embargo se pueden elaborar  propuestas,  teniendo en cuenta:
(i)                    La necesidad   de participar  en  un cambio  que permita salir del  modelo actual privatizador y de sometimiento a los inhumanos postulados  impulsados por los ideólogos  del capital  transnacional; que signifique también un viraje en el comportamiento de algunos legisladores, juzgadores, autoridades, periodistas y, por supuesto, abogados  que antes de la pandemia consideraban que no había nada que hacer si se actuaba en contra de la llamada “sostenibilidad financiera”. Esta tarea exigirá  mayores compromisos. Los abogados defensores de trabajadores, de por sí, ya viven en el peor de los mundos, enfrentados a una comportamiento judicial proclive a los empleadores (los juzgadores hacen caso a la consigna de austeridad para trabajadores y pensionados), con una jurisprudencia que en la actualidad es muy restrictiva, sin ningún apoyo por parte del Estado (en otros países el Estado, en muchas oportunidades, cubre emolumentos de los profesionales del derecho, mientras en Colombia quienes defienden a trabajadores lo hacen, casi siempre, a cuota litis[3]), sin prestaciones sociales pero con muchas obligaciones. Pero por encima de las dificultades hay que defender a quienes trabajan y aspiran a la jubilación.
(ii)                  El uso adecuado de la  ciencia y la calidad democrática (elementos sensibles para el desarrollo de la biopolítica digital)  para evitar    una  nefasta combinación de tecnología y de populismo que  viabilice   un modelo de Estado policíaco que controle  los comportamientos de los ciudadanos. No debe olvidarse que las masas que nutren el fascismo provienen, generalmente, de la pequeño burguesía  desencantada y asustada.
Se está  ante el difícil pero necesario camino   de un aprovechamiento  no mercantilizado  de la ciencia y el convencimiento de la importancia de la cotidianidad para abrir nuevos horizontes a la teoría y praxis de los derechos fundamentales, siendo preferentes los de contenido social, ecológico y cultural, en libertad, sin que el  motor sea la explotación del hombre por el hombre, ni la teoría  del nazi Carl Schmitt para quien “la esencia de la política estaba  en el momento de la decisión, la inmediatez y la resolución , de manera que –bajo su tesis- los parlamentos eran y  son un lastre porque ralentizan  y quitan fuerza a las decisiones”[4]. Se  dirá que las instituciones  están muy desprestigiadas, pero no se puede olvidar que  la democracia  es mejor que el totalitarismo. Sin embargo, no existirá democracia si ésta no es participativa, siendo indispensable la presencia, en las decisiones, de los representantes de los trabajadores y de los pensionados.  
(iii)                El  reconocimiento  de la dignidad humana en el llamado teletrabajo  y evitar que a la hora de la verdad las Tecnologías de la Información y la  Comunicación  signifiquen,  para el operario,  un menor salario, más horas de dedicación y afectación del descanso; y que las TIC, llevadas a la llamada educación en línea, no sean solamente para capacitaciones  tecnológicas que  impiden las reflexiones y las posiciones críticas,  sino para algo que fortalezca  el accionar y el perfil del trabajador y del  defensor de trabajadores. Los disminuidos salarios de quienes acudirán al teletrabajo  según la ley  se equipararán a los de los  trabajadores de   planta  pero es muy difícil que vaya a hacerse  valer este postulado. Si para los procedimientos judiciales también se llegare a imponer el teletrabajo, serán los tecnólogos con experiencia en lo digital y no los juristas con experiencia de toda una vida y educación jurídica por el estudio  quienes terminarán dominando el campo judicial. Se acentuará  la repetición de modelos (generalmente contrarios a los derechos de los trabajadores y jubilados). Sin  necesidad de pandemia eso es lo que ya se viene imponiendo porque las decisiones judiciales se acomodan a un modelo prefabricado en el cual se incluye como argumentación el último pronunciamiento de alguna Alta Corte  que se cataloga como vinculante, haciéndose de lo que dice la jurisprudencia una lectura lineal y canónica, escenario muy opaco, desapareciendo toda reflexión crítica y la experiencia que da la diferencia. Se trata de sentencias aprisionadas por plataformas paralizantes.
(iv)                Erradicar   el  menosprecio por  la verdad  para evitar   la tendencia de ceder espacios a los embustes de una sociedad manipulada por los medios de difusión, creando una falsa conciencia basada en el egoísmo y  la codicia  que son tan efectivos para el enriquecimiento;
(v)                  Ante la terrible realidad del desempleo (en estimativos de la OIT mil quinientos millones, o sea casi la mitad de la fuerza formal del trabajo en el mundo),  poner granos de arena para buscar   soluciones consensuadas para  las familias que pierden o ven reducida su comida, su atención en salud, educación, es decir, el empobrecimiento generalizado.  
En el caso colombiano hay que reconocer que se dislocó la Constitución de 1991 porque no puede hablarse de Estado Social de Derecho cuando en el mismo texto constitucional se viabiliza el modelo neoliberal, cuando los centros de pensamiento y los líderes de la oligarquía imponen, a su acomodo, las soluciones (pese a que se habla de democracia participativa),  y cuando  se le abre puerta grande a las privatizaciones  y consecuente mercantilización de la seguridad social y de los servicios públicos,  sin que  opere un rápido y efectivo control político y jurídico.
Hay que admitir, por ahora, que la terrible  experiencia de la pandemia  no ha  implicado  a corto plazo  unos grandes acuerdos en favor de  los trabajadores y jubilados  afectados por un desastroso y frágil  modelo privatizador de atención en salud y un deshumanizado manejo del tema pensional  en el cual  hipócritamente se habla de defender a los “abuelitos” mientras los hogares geriátricos son campos de muerte, se  afectan  las mesadas pensionales (violándose normas constitucionales, y pisoteándose la microeconomía) y se  ha obligado a los mayores de setenta años  a un prolongado  y estricto encierro con el argumento que sólo así se puede sobrevivir, propuesta que llevada al extremo es  inaceptable moralmente, como bien lo dijo la canciller  Angela Merkel, de ahí que en Alemania diariamente se permite a los mayores de setenta años salir una hora a caminar y tomar el sol. En el notable artículo que RAMONET  publicó en Página 12, New Yorker y otros periódicos,  relata cómo hay personas y autoridades que son despiadadas con los adultos mayores. Dice por ejemplo que el Jefe del Centro  Médico de la Universidad de Leiden declaró que “No se deben admitir en las UCI a personas demasiado viejas o demasiado débiles” y que un Vicegobernador en Estados Unidos dijo que “Los abuelos deberían sacrificarse  y dejarse morir para salvar la economía”
Por el contrario,  hay que registrar con beneplácito que durante  la pandemia la gente en nuestro país siguió acudiendo a la acción de tutela. Dentro de los temas permitidos a jueces y magistrados para decidir, pese al confinamiento, ocupa lugar preponderante la tutela, con   un alto número de casos decididos. Es decir, que se tiene la ilusión de que se protejan  los derechos fundamentales y que en vez de declararse la improcedencia por parte de los jueces, para muchos reclamos de amparo, debe ser todo lo contrario: impedirse las restricciones procedimentales.
El desafío que se viene es inconmensurable. En este escenario, desafortunadamente  la política del  Estado colombiano  se centra  en resolver los problemas del capitalismo, teniendo como meta  la reactivación de la economía de mercado  y no  la reactivación del trabajo, ni menos  la protección del salario y las pensiones.
En este orden de ideas, no sería extraño que  algunas  medidas restrictivas pero  excepcionales, adoptadas para combatir el virus,  tratarán de convertirse en permanentes.
Lo lógico sería  que al salir del túnel se buscara  un cambio de paradigma, abandonándose la política depredadora de derechos y, por el contrario,     comprometiéndose el Estado  con una estructura  de humanismo real  y de democracia, siendo la salud y el trabajo  ejes fundamentales. 
Por ahora, no ha sido así porque  el fundamentalismo de los pontífices de la economía  especulativa siguen idolatrando al capital financiero y mantienen  los postulados   neoliberales. Es lo que se está viendo en Colombia por el comportamiento de organizaciones y personalidades que representan a las élites económicas.
También sería lógico que se activara un real consenso tripartito: gobierno, sindicatos, empleadores.  Por supuesto que esto  será muy difícil porque el gobierno nacional tiene en su agenda, preferencialmente, el tapar los numerosos escándalos de algunos de sus funcionarios y el cumplir las órdenes norteamericanas en el tema de Venezuela. Ante esta realidad un interlocutor válido podría ser  el Congreso.
Como  quienes control el poder  proponen una reforma laboral, los sindicatos deberían insistir en lo propuesto desde la década del noventa: la expedición de un ESTATUTO DEL TRABAJO (artículo 53 de la C.P.).
         Plantearle al pueblo colombiano que distinga muy bien  entre una reforma laboral propuesta por las oligarquías en contra de los derechos laborales y un Estatuto laboral con los principios establecidos en la Constitución.  Y para que la democracia sea participativa, estableciéndose audiencias de interés público (artículo 137 de la C.P.) en las cuales jueguen un papel importante los sindicatos y las organizaciones de jubilados (artículos 55 y 40 de la C.P.) y, por supuesto también los alcaldes, porque dentro de las funciones de éstos está la de “hacer cumplir la Constitución” y ocurre que en la Constitución de 1991 se   dio un  mandato perentorio: “El Congreso expedirá el estatuto del trabajo” (artículo 53 C.P.), ya va más de  un cuarto de siglo y esto no se ha cumplido.  Hoy más que nunca se requiere como vacuna contra el neoliberalismo.
Si los sindicatos, las agrupaciones de jubilados  y los abogados de los trabajadores  no le ponemos  empeño a un cambio, la razón de ser de un Estado Social de Derecho desaparecerá, la estructura económica neoliberal continuará,  el Derecho del Trabajo  como parte de la  superestructura jurídico política mantendrá algunas modificaciones, muy discutibles, (ya efectuadas antes del coronavirus, quizás lo novedoso es que ahora son más fáciles de visualizar para analizar si valen la pena o no mantenerlos). Y  la ideología  del capitalismo salvaje  continuará siendo el faro de muchas autoridades y si ven que se erosiona no sería extraño que  acudan  a emociones negativas  mezcladas con populismo, es decir que se matriculen en la extrema derecha.


Vigencia  de las normas expedidas durante la emergencia
En  el  terreno de las normas, se dirá que  terminada la pandemia  pierden sentido las  dictadas por tal motivo.  Incluidas, por supuesto las que tienen que ver con lo laboral y lo de las pensiones.
Sin embargo, cabe el adagio: “piense mal y acertarás”.  Hay que estar alerta. 
La experiencia demuestra, al menos en Colombia,  que cuando existía el estado de sitio, pese a que la normatividad era únicamente durante el estado de excepción, sin embargo se convertía en estable[5] porque  antes de levantarse el estado de sitio se acostumbraba expedir una ley que  convertía a tales decretos  en legislación permanente.
Para mantener  las condiciones injustas antes se invocaba el derecho de gentes,  ahora se invocan razones económicas.
Al convertirse en normal   lo excepcional se afecta la misma esencia del Estado democrático  y sobre esa base poco sólida se levanta el comportamiento represivo contra la inconformidad y se acentúa el descuido para con la población más vulnerable.
El problema se acrecienta si la entidad encargada del control constitucional le da el visto bueno a las medidas excepcionales pensando únicamente en la conveniencia de quienes tienen el poder económico y manejan la macroeconomía  y  no en las necesidades de los trabajadores  y “los abuelitos” pensionados  que dinamizan la microeconomía.
Es oportuno advertir que hay quienes opinan que  el constitucionalismo pasa por un mal momento.  Hay por ejemplo, comentarios editoriales del periódico de Barcelona La Vanguardia, el último de ellos “Crisis constitucional”, firmado por  Manuel Pérez el 6 de mayo de 2020, en el cual se analiza el fallo  del Tribunal Constitucional alemán  sobre la compra de deuda pública  del BCE, enfrentándose  dicho  Tribunal Constitucional  a lo ya decidido por  el Tribunal de Justicia de la Unión Europea. Según el editorialista: “El fallo retrata hasta qué punto la crisis del euro,  de la deuda, de nuevo activa por el virus,  ha infectado el ambiente en amplios sectores de la opinión  pública alemana, también sus elites, de las que el Tribunal Constitucional forma parte”  
En los albores de la misma Corte Constitucional de Colombia hubo una experiencia  cuando esa Corporación  examinó el decreto 333 de 24 de febrero de 1992 que declaró el estado de emergencia social por treinta días para conjugar una situación derivada  de la demora  en el alza de salarios por parte de la administración pública.  En aquel entonces,  según el Presidente de la República y sus ministros,  había amenaza grave e inminente contra el orden social y, entonces la Corte, en el proceso de revisión constitucional, decretó y practicó pruebas que tuvo en cuenta en la sentencia, entre otras  unas informaciones calificadas como delicadas expresadas   en un documento de la DIJIN en la cual se hablaba de manifestaciones en los sindicatos, específicamente  del sector eléctrico, petrolero, bancario y de comunicaciones,  que “acreditan un proceso de creciente tensión  y cuyo contenido reivindicativo podrá ser aprovechado para inducir  un mayor grado de conflictividad social por parte  de las FARC y del ELN”  y, además, se agregaba en la sentencia, que circulaban volantes dentro de los agentes de la policía en Bogotá como forma de protestar por “condiciones salariales”.  La Corte en sentencia de 7 de mayo de 1992 declaró la exequibilidad acogiendo  esos presuntos factores concretos y expresando, en forma extensa,  planteamientos teóricos (control integral, hechos sobrevinientes, ingreso a la anormalidad en el orden institucional, presupuestos habilitantes, plus de facultades para el Presidente, discrecionalidad,  juicio de responsabilidad, conceptos jurídicos indeterminados, cláusulas abiertas, en fin, un sin número de conceptos propios de la filosofía especulativa).  Salvó el voto Ciro Angarita quien puso de presente que el culpable de la situación de reclamos por parte de los trabajadores sindicalizados era el propio Estado y que las manifestaciones obreras hacen parte del Estado social y democrático de derecho.
De manera que no hay que hacerse mucha ilusión respecto al examen de constitucionalidad. Además, judicializar el coronavirus no tiene mucho sentido.
Otra acotación sobre teletrabajo
Tecnológicamente se mantendrá lo impulsado por la pandemia ya que durante semejante catástrofe se disparó el desempleo y, una de las  respuestas a ese volcán social ha sido  y será la  de acudir  al mal llamado teletrabajo.
Ha sido  explicado el teletrabajo desde el punto de vista de  los intereses de los empresarios.  Si ello continúa así  será fácilmente orientado  por  la ideología neoliberal, y, entonces, ya no se hablará de trabajo sino de servicio, el reglamento de trabajo será remplazado por los “paquetes de información” y por  una red privada virtual que conecta con la empresa y  hace el papel de los llamados jefes de relaciones industriales o de talento humano  y   el trabajador pasará a ser un simple “vinculado”, ya no se hablará de contradicciones de clase sino de la necesidad de adquirir y mantener la confianza del capitalista porque se verá el teletrabajo como instrumento de generación de empleo y autoempleo (no de trabajo).
   Aunque se diga que el teletrabajo  se guiará por las normas sustantivas del derecho laboral, la verdad es que jurídicamente  es un lamentable regreso a algo parecido al arrendamiento de servicios como lo señalaba el Código Civil Napoleónico y, de todas maneras, ubica al trabajador en situaciones económicas y sociales muy complejas. Tal modalidad en Colombia se enmarca dentro de los parámetros de la ley 1221 de 2008 (que los empleadores muy pronto irán a exigir que se flexibilice por ser muy “rígida”). En dicha ley se dice que el teletrabajo puede ser autónomo, móvil o complementario, no hay propiamente jornada de trabajo, luego no tienen lugar las horas extras, ni trabajo nocturno, ni dominicales y festivos, (adiós a la lucha de los Mártires de Chicago y al primero de mayo) solamente se controla “la carga excesiva”  y  el descanso   tiene que ser  recreativo, creativo y cultural.
No es correcto que el teletrabajo se vaya a esgrimir para una mayor carga laboral (adicionalmente remplazando quien lo usa  a operarios que sean retirados de la respectiva  empresa).
Un futuro incierto  exige  cambios con contenido humano
Lo presumible es que  después de semejante acontecimiento (el del coronavirus)  y luego de que pase el susto,  quienes detentan el poder  se negaran a cambiar los paradigmas y  mantendrán el mismo estilo de perjudicar a la clase trabajadora. Entonces  la fuerza de las necesidades concretas llevará a situaciones muy delicadas que obligaran, tarde o temprano,  a dar respuestas justas. Soluciones que es mejor hacerlas ahora antes de que sea demasiado tarde.
No se puede pasar por alto que en esa contradicción entre el trabajo como creador del valor y el permanente anhelo de enriquecimiento  de los poderosos, se  ha producido  un  rápido empobrecimiento  de  los asalariados, con mayor razón, de los millones de personas que  han perdido su trabajo.
No se trata solamente de la urgencia de ubicar al ser humano en el centro los proyectos sociales, constituyéndose la salud y, por ende, la dignidad humana, como el núcleo esencial de la organización de la sociedad, sino que  la pandemia aceleró la visualización de evidentes cambios estructurales  del  Estado post-moderno. Por consiguiente, otra inquietud que surge es la de qué hacer frente a algunas de las modificaciones de la teoría del Estado, efectuadas antes de la pandemia y  que ahora  saltan a la vista porque muchos  eludían verlas.
Se trata, en el fondo,  de  la crisis de la teoría de la división tripartita de los llamados poderes públicos. Esto debe ser  tenido en cuenta por los trabajadores, pensionados  y sus  defensores. 
Hace rato que  se ha erosionado la división tripartita de los poderes públicos. ¿El ocaso de  Montesquieu?
-      Los magistrados de las Altas Cortes legislan mediante “reglas”;
-       El  Ejecutivo centra su accionar en mensajes de texto y en la efectividad de relatos preparados publicitariamente;  dicta o mega-decretos (verdaderos códigos) o un rosario de mini-decretos (verdadera leyes)  que se atropellan las unas a las otras;
-      los parlamentarios ya no necesitan estudiar para legislar porque  la mayoría de ellos vota según los parámetros de los centros de pensamiento de los grupos económicos, expresados a través del respectivo ministro.
         En fin, el constitucionalismo liberal perdió  sus contenidos, ya hay muchos constitucionalistas pero pocos instrumentos constitucionales realmente eficaces, salvo los que estipulan  lo represivo.
Se requieren  cambios fundamentales en  el esquema del Estado post-pandemia. Cambios de fondo, no medidas coyunturales  para mermar la presión social.
Ya que se habla de constitucionalismo, la pregunta es si ello se materializa en un constitucionalismo orgánico (organización del Estado) o en un constitucionalismo basado en los derechos fundamentales. Por supuesto que tiene que ser en esto último y es ahí donde uno de los derechos, el de la negociación colectiva, debe tener una importancia superior a la que hoy se le da o, al menos, que sea efectivo lo ya establecido.
Hay buenas propuestas, pero NO en Colombia
La experiencia de la pandemia, universalmente impactante, demostró que los temas  de la protección a la naturaleza, a la salud, al empleo, al trabajo  y al salario exigen urgente proyección y  preferencia, por encima de sutiles manejos del poder político y de las doctrinas de los magistrados (Robespierre decía que la jurisprudencia era una palabra  que había que borrar del  diccionario).
Ante esta verdad de a puño, hay quienes abogan por modelos ya conocidos, unos experimentados y otros no tanto. Se  pueden mencionar, a manera de ejemplo:
(i)                    Un efectivo  Estado del bienestar, con sus tres pilares: salud, pensiones y educación;  Por ello  abogan  especialmente en Europa. A nadie le pasa por la cabeza que la solución sea radicalizar el modelo neoliberal, como alegremente se trata de proponer en Colombia;
(ii)                  Chomsky alaba las propuestas de Bernie Sanders (dentro de ese gran proyecto, especialmente lo   ecológico, del Green New Deal),
(iii)                Ramonet, director de Le Monde  Diplomatique en español, escribió un extraordinario  y extenso artículo “Coronavirus: la pandemia y el sistema-mundo”, en el cual propone reformular el contrato social, conjugando el  Estado del bienestar y el  Green New Deal: “Un ambicioso Acuerdo Verde que constituya la nueva alternativa económica mundial al capitalismo depredador” ya que “Es preciso impedir que la pandemia sea utilizada para instaurar una Gran Regresión Mundial que reduzca los espacios de la democracia, destroce aún más nuestro ecosistema, disminuya los derechos humanos, recolonice el Sur,  banalice el racismo, expulse a los inmigrantes  y normalice la cibervigilancia de masas”[6].
(iv)                Otros (los uruguayos) hablan del modelo de Batlle y Ordóñez, a principios del siglo XX: conjunción de los derechos sociales de los trabajadores con el derecho de libertad de los ciudadanos;
(v)                  Adquiere importancia el comportamiento cubano, no solamente por estar rigiéndose ahora por una nueva Constitución sino por el buen ejemplo que han dado sus médicos a nivel universal al demostrar su solidaridad con  muchos  países del mundo;
(vi)                Los chinos y su  lineamiento del año 1987, en el XIII Congreso de su Partido Comunista Chino, cuando se definió que el Estado deberá guiar al mercado y el mercado a las empresas y con ese postulado se han lanzado a la conquista del primer puesto en el comercio mundial. La política electoral de Trump agita como bandera el ataque al “partido comunista chino”, anticomunismo sistémico  que no tardará mucho en  ser  esgrimido por los gobiernos títeres  en Latinoamérica. Por supuesto que, no se puede olvidar que hay que ir   a la fuente del pensamiento marxista,  teniendo como eje a la conceptualización expresada en el libro que escribió Marx con Engels  La Ideología alemana” en el cual se expresa, al referirse al materialismo histórico,  que “la conciencia social refleja siempre y por doquier el ser social y, en consecuencia, es éste el que la condiciona objetivamente”[7];
Modelos no faltan, adecuaciones dependerán de cada región. Y, además,  se torna como  algo  muy importante lo referente al “municipalismo” coyuntural para paradójicamente formar, hacia el futuro, en la confluencia de localidades con naciones diversas  unas  Patrias Grandes, (idea de Artigas y Bolívar), solo así se adquiere incidencia geopolítica. Ese poder local  se ha visto patente  en las respuestas a la epidemia del coronavirus (que en algunas ocasiones se convirtió en alcaldadas originadas por la pasión por el poder). Es inocultable la influencia de las pequeñas regiones (municipios, provincias, cabildos indígenas), algo que    no es  extraño en Colombia, pese al desprecio que le han tenido las élites políticas y económicas. Lo  reciente, en las últimas décadas: los movimientos cívicos con sus líderes y lideresas[8]. y algo que el hombre del común  ha visualizado,  los ciudadanos organizados localmente  en función de factores económicos (agrarios o barriales). Esta fortaleza no es bien vista  por parte del Estado y de las  oligarquías nativas, de ahí que no sería raro que   acudieran el ejercicio de la fuerza para mantener una estructura vertical. Una inclinación totalitaria que indudablemente irá a ser promocionada por el neoliberalismo,  creyendo que esta va a ser su tabla de salvación.
Por supuesto que el movimiento obrero debe acudir, inteligentemente, a sus propios modelos, sin dejarse presionar por la “irradiación de las mentiras”, no olvidando que, con la contribución de la pandemia,  se ha debilitado la ideología neoliberal, de manera que ante el dilema reforma laboral  Vs.  Estatuto del trabajo es éste último el que se ajusta a lo históricamente correcto.


[1]  En la década del sesenta se produjo la transición de una  economía fundamentada en la producción a una economía basada en el consumo, de ahí que se hubiere dicho “sociedad de consumo”
[2] La reforma paramétrica  en pensiones  ya la ha iniciado la jurisprudencia de la Corte Suprema, especialmente desde agosto  de 2018,  del Consejo de Estado también  desde agosto de 2018 y de la Corte Constitucional desde julio de 2014 y aún antes
[3] La cruda realidad colombiana se puede simplificar asï: quienes acuden ante la justicia, en más de un 90% son los trabajadores y los pensionados. También en un 90% los fallos son en contra. Si se trata de juicios ordinarios laborales, se condena en costas. Si se acude al recurso de casación, otra vez el 90% es desfavorable y las solas agencias en derecho contra los trabajadores se tasan en cuatro millones de pesos ( equivalen a más de cuatro salarios mínimos mensuales vigentes)
[4] Fernando  García Madrid, “La pandemia nos cogió crispados”, artículo en el periódico La Vanguardia, Barcelona, 27 de marzo de 2020
[5] El estado de sitio, artículo 121 de la Constitución de 1886,  se volvió casi permanente a partir del gobierno de López Pumarejo, a raíz del frustrado golpe de estado en Pasto en 1944, en plena guerra mundial, pero precisamente cuando se vislumbraba la derrota de los alemanes, como secuela de haber perdido la batalla de Stalingrado. Uno de los decretos expedidos con base en la legalidad marcial fue el que convocaba a consejos de guerra contra civiles y militares comprometidos con dicho golpe (16 años antes, también se desarrolló un consejo de guerra contra los dirigentes obreros a raíz de la masacre de las bananeras).
[6] Artículo  escrito enLa Habana y reporoducido por el diario Página 12, de Buenos Aires, el 1 de mayo de 2020
[7]  Historia de la filosofía, Tomo II, Editorial Progreso, Moscú, 1980, pág. 27
[8] En un pasado lejano la fuerza de las provincias fue  reconocida en la Constitución de 1853 y en  el mismo plebiscito de municipalidades promovido por Núñez para enfrentarse a los Estados soberanos e impulsar la Regeneración

 Ilustración gráfica- Archivo pluri-VERSIDAD Global

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