LOS AISLADOS DE SIEMPRE Por Eduardo Barajas Sandoval

Los aislados de siempre

Por Eduardo Barajas Sandoval

Para millones de personas las cosas no han cambiado con las cuarentenas provocadas por la pandemia. El encierro de las últimas semanas es en sus vidas apenas un nuevo episodio de aislamiento. Desde antes, cuando no desde siempre, han estado apartadas, discriminadas, sitiadas, marginadas, maltratadas, o hambrientas, bajo la amenaza de un futuro incierto y de pronto letal. Cuando el resto de la humanidad anhela retornar al ritmo de su cotidianidad, después de probar el sabor amargo de la clausura, bien valdría la pena que saliéramos todos, de una vez, hacia la experiencia de una vida mejor.

Hay naciones que llevan años, cuando no decenios, bajo la opresión de regímenes que les obligan a vivir como bien le parezca por ahí a algún dictador, que de manera primitiva les deja en herencia el poder a sus parientes, o a una camarilla que ejerce privilegios excluyentes a nombre de valores revestidos de slogans que, al tiempo que pisotean, pretenden imponer como proteína para el alma a unas mayorías sin alternativa ni libertad.

Hay campos de refugiados en carpas que habitan niños, mujeres, hombres y ancianos, despojados de su entorno, tierra, vecindario, paisaje y rituales de la vida cotidiana, por confrontaciones que no estaban buscando y de las que no hacen parte. Hay desterrados políticos por guerras fratricidas, o como castigo a su desacuerdo, condición personal, creencia religiosa u osadía libertaria.

Hay habitantes de guetos urbanos, condenados a una vida de limitaciones en un ambiente que no se compadece con su dignidad, mientras se les pide jugar papeles secundarios en medio de hambre y miseria sin salida y sin esperanza. Hay campesinos e indígenas que no pueden salir de sus casas en medio de guerras que los mantienen sitiados con órdenes arbitrarias, señales contradictorias y campos minados.

Hay niños y ancianos en el abandono y el olvido. Mujeres que en realidad jamás han salido de la casa y mucho menos de una condición llena de limitaciones y prejuicios, cuando no son víctimas de violencia de toda índole. También reclamantes de nuevas identidades de género que terminan menospreciados. En fin, aunque la lista no es completa, por todas partes hay realidades, costumbres, y hasta normas que discriminan por motivos diversos, y limitan libertades elementales.

Quienes deben vivir, o tratar de sobrevivir, bajo esas condiciones, han quedado de alguna manera en evidencia en medio del aislamiento general. Entonces se ha hecho palpable que no hay nada más humillante para la dignidad humana que el poder ejercido por quienes se creen intérpretes únicos de los sentimientos y las necesidades de su pueblo, convencidos de que su inspiración es la medida de todas las cosas. También se ha podido advertir lo degradantes que resultan la discriminación y el confinamiento, la precariedad de una vida bajo vigilancia extranjera, lo doloroso de pagar por guerras ajenas, lo injusto de ser castigado por disentir, y lo humillante de vivir en un gueto sin esperanza, sentir hambre o padecer estado de sitio por enemigos gratuitos e implacables.

El encierro de tanta gente en todos los continentes, con motivo de la pandemia, ha surtido el efecto mágico e inverosímil de hacer que todos hayamos sido, por unos días, un poco más iguales. Se han hecho incuestionables nuestras fragilidades comunes. Aunque muchos no lo hubieran sospechado, hemos tenido una prueba generalizada de lo que son las limitaciones a la libertad, el aislamiento obligatorio y la necesidad de hacer lo que no nos gustaba, además de entender lo que otros siempre han hecho en nuestro nombre. Hemos sentido también la angustia de no saber a ciencia cierta qué tanto pueden durar los males, ni qué tanto pueden hacer los gobiernos, y qué tanto los demás, y nosotros mismos, ante la contundencia de los embates del destino.

Cuando se comienza a vislumbrar, otra vez en proporciones desiguales, la salida de este túnel, que puede perfectamente desembocar en otro, aparece en el horizonte una nueva oportunidad de entender mejor las desventajas de la dictadura, la arbitrariedad, la injusticia, el egoísmo, los instintos de dominación, las ambiciones políticas, y la interpretación a ultranza de principios económicos que si bien favorecen a unos, al mismo tiempo se suman a la lista de infortunios para otros, los aislados de siempre.
No solamente quienes carecen de cédula, pasaporte, familia, libertades, reconocimiento, sociedad, patria, gobierno, comida ni bandera, deben estar animados por el propósito de que las cosas cambien. La oportunidad es incomparable para que hagamos el mejor esfuerzo de buscar una salida incluyente a una crisis que nos ha afectado a todos. Sugerencia un poco ilusa, claro está, pero no por eso indebida.
Tanto como se ha agudizado la imaginación para sobrevivir en medio del encierro, para comunicarse mejor, y para dar nueva forma a todo tipo de actividades solidarias, creativas y emprendedoras, con herramientas que han permitido adelantarse en vivencias que ya se anunciaban para el Siglo XXI, es preciso descubrir también nuevas formas de convivencia, respeto, equidad, equilibrio y bienestar para todos.

Sería lamentable que, en la búsqueda de nuevas realidades, termináramos simplemente anhelando el retorno de anacronismos que implicarían devolver a la fuerza el reloj de la historia. Unos con la ilusión de hacer bien, ahora sí, aquello que algunos no lograron en distintos lugares y momentos. Otros con la esperanza de contar, ahora sí, con un Estado capaz de arreglarlo todo, al que se odia cuando no está en las manos de sus críticos, pero se adora cuando se vuelve instrumento propio.

Va a ser necesario introducir modificaciones estructurales e institucionales acordes con la naturaleza de cada sociedad, que contiene características comunes con otras y también particularidades que hay que saber interpretar. Por lo cual será indispensable comprender las dimensiones internacionales de un nuevo panorama diseñado, ojalá, al impulso del ejercicio de una ciudadanía democrática que trascienda todas las fronteras.

Para todo esto hay que echar mano de las lecciones de la historia y al mismo tiempo mirarla hacia el futuro, sin caer en la falsa esperanza de fórmulas únicas ni universales. En cambio sí con independencia de criterio para no dejar el arreglo de problemas complejos en las manos exclusivas de practicantes de una sola disciplina. Además habrá que tener el coraje y la audacia de abandonar la sumisión a ideologías y dogmas económicos que nos han llevado a ese mundo injusto que es preciso cambiar. Obligaciones inaplazables que corresponden a una oportunidad histórica excepcional.


Fuente: https://www.elespectador.com/opinion/los-aislados-de-siempre-columna-918851 EL ESPECTADOR - 12 de abril de 2020

* Eduardo Barajas Sandoval 

- Investigador y escritor en temas de derecho, politología y relaciones internacionales 
- Conferencista
- Alto directivo académico, y docente en la U. del Rosario - Bogotá
- Ex Secretario general de la Presidencia de la República
- Ex Secretario de Educación de Bogotá D.C. 
- Ex Embajador de Colombia en Hungría
- Ex Rector de la Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia
- Escritor y Columnista en periódicos de circulación nacional e internacional. 

Comentarios

  1. Iustrativo, apropiado y visionario comentario. La Inteligencia Social tiene una excelente oportunidad para "ponerse en marcha" de inmediato. Algún ente colegiado y con autoridad, habrá de tomar el liderazgo confiable, transparente y eficaz para indicar las condiciones determinantes e iniciar una nueva era globalmente civilizada. (hac)

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