CIUDADES SIN MURALLAS por Eduardo Barajas Sandoval*
Ciudades sin murallas
Por Eduardo Barajas Sandoval*
Nada ha frenado a la especie humana en su ánimo de habitar en manadas que pueden sumar hasta decenas de millones. Así, como expresión de la tendencia inmemorial de compartir un espacio con el ánimo de vivir mejor, las ciudades han sido escenario por excelencia de oportunidades de aprovechamiento de recursos naturales y opciones de beneficio económico y enriquecimiento cultural.
La dicha o la desgracia, individual o colectiva, se han sucedido sin detenerse en aglomeraciones que deparan lo mismo retribuciones graciosas que experiencias llenas de dolor. No hay ciudad cuyo éxito no haya sido objeto de la ambición personal de migrantes que lo dejan todo para ir allí a probar la opción de su encuentro con un destino mejor. La historia también está llena de episodios de búsqueda del control de ciudades por visionarios, aventureros o conquistadores, que las han querido como bastión militar, epicentro de comercio, posesión de prestigio o santuario de poderes sobrenaturales.
El mundo estuvo lleno de murallas de todo tipo y tamaño, destinadas a separar a las ciudades de su entorno, defenderlas de ataques y protegerlas de todo mal. Todas ellas tuvieron que hacer uso, con mayor o menor fortuna, de la ventaja aparente de poseerlas, para admitir o no migrantes o forasteros, y rechazar asaltantes indeseables, pestes o enemigos políticos. Paradójicamente, cada muralla terminó por ser una especie de invitación al asedio, y la historia también está llena de amenazas y sitios inclementes, prolongados y aterradores, que aún en el mejor de los casos las hicieron sufrir: el “estado de sitio”.
Ahora, cuando las murallas de piedra, o de lo que sea, no son sino huellas del pasado, las ciudades no tienen barreras a la entrada, y eso les sirve tanto para su progreso como para su deterioro. El ritmo lo marca el balance entre lo que pueda aportar a la ciudad cada persona que llega, o lo que le pueda exigir.
Como quiera que la ciudad es el escenario de la calidad de vida de la mayoría de los habitantes del mundo contemporáneo, es allí, en la práctica de la vida cotidiana, donde el Estado resulta bueno o malo, presente o ausente, suficiente o deficiente, amable o repelente, para quienes entren al rebaño de su realidad.
El tejido delicado de servicios públicos, espacio para compartir, condiciones de las redes de todo tipo, aún las invisibles, que permiten comunicarse, y hábitat individual o colectivo, adquiere formas aveces presentables y otras llenas de imperfectos. Con el “agravante” de que los procesos urbanos tienden a adquirir sus propias dinámicas y a andar a su propio ritmo.
El protagonismo ciudadano, que marcha al ritmo de iniciativas personales o grupales que ofrecen y piden, no del gobierno sino de otros actores, servicios y contraprestaciones, se ha vuelto el motor principal del desarrollo de ciudades sin límite. Escenario de actividades, iniciativas, conflictos y exigencias de toda naturaleza y proporción. Al punto que las metrópolis del mundo han desbordado los conceptos tradicionales de soberanía y forman una especie de sociedad urbana mundial sin más instancias ni jerarquías que las que se deriven de su poder económico y cultural.
Ese mundo, el de las ciudades sin fronteras ni murallas, es el que ha resultado de una vez asediado e invadido por la primera pandemia del nuevo milenio. Asalto invisible, de consecuencias, esas sí ostensibles, que pasa por encima de consideraciones y dilemas respecto de sistemas políticos y especulaciones teóricas de garantías sociales.
Como quiera que ese es el panorama de la tragedia pandémica de nuestros días, son muchos los interrogantes y los retos que la situación plantea para el futuro de una vida urbana que, hasta ahora, se había desarrollado de manera impetuosa y sin limitantes efectivos de naturaleza política o de compromiso social. Ante el nuevo panorama, resultan inverosímiles las vulnerabilidades y el retraso que se han puesto en evidencia en cuanto a infraestructura, organización y capacidad de respuesta de ciudades emblemáticas del mundo contemporáneo ante la presencia devastadora de Covid -19.
La realidad que golpea a las grandes ciudades del mundo, hace pensar que, de aquí en adelante, será necesario pensar de otra manera la vida urbana en diferentes dimensiones. Como lo recuerda Víctor Castro, el arquitecto colombo-francés, reconocido experto en hospitales y refugios para ancianos, la arquitectura resultó ser, por ahora, el único antídoto contra el Coronavirus, al proveer de refugio contra los embates de la acción viral con el solo hecho de quedarse en casa. La organización administrativa de los gobiernos locales, así como los elementos principales de la gobernanza, en cada caso, deberán ser depurados; aparte del debate en cuanto al papel del estado, o la primacía del mercado en la prestación de los servicios de salud. La idea de salud preventiva se tiene que convertir en realidad de la vida diaria. Las distancias del espacio personal pueden adquirir nuevas proporciones. La conciencia del cuidado de los demás se debe asomar en medio de esas aglomeraciones de anónimos solitarios que deambulan por millones sin reconocer las necesidades de los demás.
Para darle fundamento de poder a todo lo anterior, es de esperar que en términos políticos, así como desde la perspectiva de lo normativo, se adviertan y exploren nuevas dimensiones de la democracia, con énfasis en las causas de la solidaridad, la protección del ambiente y la sanidad, dentro de un concepto ampliado de la seguridad humana que tenga como protagonistas a los propios ciudadanos, en reclamo y ejercicio de sus derechos, y de sus obligaciones.
Del ámbito urbano han de salir los ejemplos de resistencia moral y las explicaciones y propósitos que mantengan en alto el ánimo frente a la crisis universal. También los discursos que faciliten el propósito común de inventarse una nueva versión del mundo, con los ajustes que haya que hacer. Versión que ha de integrar el reconocimiento de que el gran complemento del mundo urbano es el mundo rural.
Entre nosotros, la crisis ha permitido apreciar la utilidad de nuestros avances en materia de democracia local. Pruebas de ello son el creciente interés ciudadano y el protagonismo de las alcaldías en la discusión respecto de lo que hay que hacer. Sobre la base de esa realidad, a los procesos de la vida local hay que meterles más ciudadanía, más contenido y más imaginación. Elementos sustanciales para transformar positivamente la vida cotidiana, que es el ambiente en el que hacemos los mejores intentos por ser felices.
* -Investigador en temas de derecho, politología y relaciones internacionales
- Alto directivo académico, y docente en la U. del Rosario - Bogotá
-Ex Secretario general de la Presidencia de la República
-Ex Secretario de Educación de Bogotá D.C.
-Ex Embajador de Colombia en Hungría
-Ex Rector de la Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia
- Escritor y Columnista en periódicos de circulación nacional e internacional.
Por Eduardo Barajas Sandoval*
Nada ha frenado a la especie humana en su ánimo de habitar en manadas que pueden sumar hasta decenas de millones. Así, como expresión de la tendencia inmemorial de compartir un espacio con el ánimo de vivir mejor, las ciudades han sido escenario por excelencia de oportunidades de aprovechamiento de recursos naturales y opciones de beneficio económico y enriquecimiento cultural.
La dicha o la desgracia, individual o colectiva, se han sucedido sin detenerse en aglomeraciones que deparan lo mismo retribuciones graciosas que experiencias llenas de dolor. No hay ciudad cuyo éxito no haya sido objeto de la ambición personal de migrantes que lo dejan todo para ir allí a probar la opción de su encuentro con un destino mejor. La historia también está llena de episodios de búsqueda del control de ciudades por visionarios, aventureros o conquistadores, que las han querido como bastión militar, epicentro de comercio, posesión de prestigio o santuario de poderes sobrenaturales.
El mundo estuvo lleno de murallas de todo tipo y tamaño, destinadas a separar a las ciudades de su entorno, defenderlas de ataques y protegerlas de todo mal. Todas ellas tuvieron que hacer uso, con mayor o menor fortuna, de la ventaja aparente de poseerlas, para admitir o no migrantes o forasteros, y rechazar asaltantes indeseables, pestes o enemigos políticos. Paradójicamente, cada muralla terminó por ser una especie de invitación al asedio, y la historia también está llena de amenazas y sitios inclementes, prolongados y aterradores, que aún en el mejor de los casos las hicieron sufrir: el “estado de sitio”.
Ahora, cuando las murallas de piedra, o de lo que sea, no son sino huellas del pasado, las ciudades no tienen barreras a la entrada, y eso les sirve tanto para su progreso como para su deterioro. El ritmo lo marca el balance entre lo que pueda aportar a la ciudad cada persona que llega, o lo que le pueda exigir.
Como quiera que la ciudad es el escenario de la calidad de vida de la mayoría de los habitantes del mundo contemporáneo, es allí, en la práctica de la vida cotidiana, donde el Estado resulta bueno o malo, presente o ausente, suficiente o deficiente, amable o repelente, para quienes entren al rebaño de su realidad.
El tejido delicado de servicios públicos, espacio para compartir, condiciones de las redes de todo tipo, aún las invisibles, que permiten comunicarse, y hábitat individual o colectivo, adquiere formas aveces presentables y otras llenas de imperfectos. Con el “agravante” de que los procesos urbanos tienden a adquirir sus propias dinámicas y a andar a su propio ritmo.
El protagonismo ciudadano, que marcha al ritmo de iniciativas personales o grupales que ofrecen y piden, no del gobierno sino de otros actores, servicios y contraprestaciones, se ha vuelto el motor principal del desarrollo de ciudades sin límite. Escenario de actividades, iniciativas, conflictos y exigencias de toda naturaleza y proporción. Al punto que las metrópolis del mundo han desbordado los conceptos tradicionales de soberanía y forman una especie de sociedad urbana mundial sin más instancias ni jerarquías que las que se deriven de su poder económico y cultural.
Ese mundo, el de las ciudades sin fronteras ni murallas, es el que ha resultado de una vez asediado e invadido por la primera pandemia del nuevo milenio. Asalto invisible, de consecuencias, esas sí ostensibles, que pasa por encima de consideraciones y dilemas respecto de sistemas políticos y especulaciones teóricas de garantías sociales.
Como quiera que ese es el panorama de la tragedia pandémica de nuestros días, son muchos los interrogantes y los retos que la situación plantea para el futuro de una vida urbana que, hasta ahora, se había desarrollado de manera impetuosa y sin limitantes efectivos de naturaleza política o de compromiso social. Ante el nuevo panorama, resultan inverosímiles las vulnerabilidades y el retraso que se han puesto en evidencia en cuanto a infraestructura, organización y capacidad de respuesta de ciudades emblemáticas del mundo contemporáneo ante la presencia devastadora de Covid -19.
La realidad que golpea a las grandes ciudades del mundo, hace pensar que, de aquí en adelante, será necesario pensar de otra manera la vida urbana en diferentes dimensiones. Como lo recuerda Víctor Castro, el arquitecto colombo-francés, reconocido experto en hospitales y refugios para ancianos, la arquitectura resultó ser, por ahora, el único antídoto contra el Coronavirus, al proveer de refugio contra los embates de la acción viral con el solo hecho de quedarse en casa. La organización administrativa de los gobiernos locales, así como los elementos principales de la gobernanza, en cada caso, deberán ser depurados; aparte del debate en cuanto al papel del estado, o la primacía del mercado en la prestación de los servicios de salud. La idea de salud preventiva se tiene que convertir en realidad de la vida diaria. Las distancias del espacio personal pueden adquirir nuevas proporciones. La conciencia del cuidado de los demás se debe asomar en medio de esas aglomeraciones de anónimos solitarios que deambulan por millones sin reconocer las necesidades de los demás.
Para darle fundamento de poder a todo lo anterior, es de esperar que en términos políticos, así como desde la perspectiva de lo normativo, se adviertan y exploren nuevas dimensiones de la democracia, con énfasis en las causas de la solidaridad, la protección del ambiente y la sanidad, dentro de un concepto ampliado de la seguridad humana que tenga como protagonistas a los propios ciudadanos, en reclamo y ejercicio de sus derechos, y de sus obligaciones.
Del ámbito urbano han de salir los ejemplos de resistencia moral y las explicaciones y propósitos que mantengan en alto el ánimo frente a la crisis universal. También los discursos que faciliten el propósito común de inventarse una nueva versión del mundo, con los ajustes que haya que hacer. Versión que ha de integrar el reconocimiento de que el gran complemento del mundo urbano es el mundo rural.
Entre nosotros, la crisis ha permitido apreciar la utilidad de nuestros avances en materia de democracia local. Pruebas de ello son el creciente interés ciudadano y el protagonismo de las alcaldías en la discusión respecto de lo que hay que hacer. Sobre la base de esa realidad, a los procesos de la vida local hay que meterles más ciudadanía, más contenido y más imaginación. Elementos sustanciales para transformar positivamente la vida cotidiana, que es el ambiente en el que hacemos los mejores intentos por ser felices.
* -Investigador en temas de derecho, politología y relaciones internacionales
- Alto directivo académico, y docente en la U. del Rosario - Bogotá
-Ex Secretario general de la Presidencia de la República
-Ex Secretario de Educación de Bogotá D.C.
-Ex Embajador de Colombia en Hungría
-Ex Rector de la Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia
- Escritor y Columnista en periódicos de circulación nacional e internacional.
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